martes, 7 de noviembre de 2017

MOVIMIENTO 30 DE JUNIO





El 30 de Junio se define como un proyecto democrático y progresista. Tiene por propósito preservar el legado teórico de Juan Bosch, expresado en sus obras de investigación política, sociológica, histórica y cultural como en su praxis política sustentada en los valores éticos, humanistas y patrióticos que por igual sustentaron Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperón y todos aquellos dominicanos que amaron y aman esta patria quisqueyana.

domingo, 8 de octubre de 2017

A cien años de El Estado y la revolución, de V. I. Lenin

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“Ninguna idea nueva triunfa por sí sola, aunque lo merezca”.
Aquiles Nazoa
El Estado y la revolución [1] es uno de los textos que V.I. Lenin produjo en 1917, el año de la Gran Revolución de Octubre. Lejos de todo interés especulativo, su objetivo central era construir un sentido político urgente en un contexto revolucionario. Este es un dato insoslayable a la hora de justipreciar el valor histórico de este trabajo. En primer lugar porque el texto (como todos los textos) debe analizarse en la especificidad de su contexto histórico. Una verdad de Perogrullo pero que, a veces, se suele pasar por alto, tanto para ensayar idealizaciones como refutaciones. En segundo lugar porque el signo más distintivo del itinerario político-existencial de Lenin es la autenticidad, una de las condiciones más nobles a las que puede aspirar un intelectual crítico, un intelectual que pretende desarrollar un vínculo orgánico con las clases populares y estar a la altura de su tiempo. Por eso, las fallas estructurales, los baches conceptuales y las falencias estéticas quedan para nosotros irremediablemente relegados y, sobre todo, opacados por su praxis. Podríamos decir entonces que la autenticidad alejó a Lenin del desatino. Se trata de la autenticidad que surge de la negativa a habitar en el lugar de la “metaposición”, de la autenticidad que nace de la negativa permanente a convertirse en espectador de sí mismo. La autenticidad del revolucionario que no busca ningún privilegio. Hecha esta aclaración, estamos en condiciones de continuar.

Para componer El Estado y la Revolución, Lenin se basó principalmente en Karl Marx y en Friedrich Engels. Del primero tomó La Guerra Civil en Franciala Crítica al programa de GothaMiseria de la Filosofía y El Dieciocho brumario de Luis Napoleón Bonaparte. Del segundo tomó El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Claro está, pasó por la estación obligada del Manifiesto comunista.

Clandestino en Finlandia, Lenin redactó la versión definitiva del texto entre agosto y septiembre. En el plan inicial, el trabajo tenía previsto un último capítulo sobre la experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y 1917. No llegó a escribirlo porque, como afirma en las “palabras finales a la primera edición”, la crisis política vino a “estorbarlo”. Se trata, claro está, de una ironía. En verdad Lenin consideraba que era “más agradable y provechoso vivir la ‘experiencia de la revolución’ que escribir acerca de ella”. La escritura también fue para Lenin una forma de vivir la experiencia de la revolución. Y de comprenderla.

Vale destacar que, en el lapso que media entre dos momentos claves: febrero y octubre de 1917, Lenin produjo junto a El Estado y la revolución otros materiales de enorme relevancia política y teórica tales como las Cartas desde Lejos (escritas en marzo) y la Tesis de Abril, producidas en el exilio suizo. [2] Sostenemos que en estos textos de “entre-revoluciones” podemos hallar retazos del Lenín más alejado de lo que después coaguló como el leninismo que copó el marxismo (marxismo-leninismo). El contexto histórico resulta determinante. En estos materiales tiende a predominar el énfasis en las masas, en la espontaneidad y en el movimiento y no tanto en la organización, la disciplina y la institución. ¿Cabe hablar de un leninismo “de base” distinto de un leninismo “canónico”? ¿Cabe hablar de un leninismo en diálogo con la cultura libertaria? No descartamos esas posibilidades, aunque hayan sido desestimadas por la tradición conocida como marxismo-leninismo. Vale aclarar que esta tradición se elaboró después de la muerte de la Lenin y que, más allá de su prolongada hegemonía dentro del marxismo, más allá de haber sido canonizada, no deja de proponer un recorte y una interpretación de Lenin.

Este pequeño ensayo debería verse como un intento de diálogo con los clásicos (nos referimos a los clásicos del “pensamiento emancipador”), con los contemporáneos y con nuestra realidad. Cabe señalar que para algunos intelectuales conformistas este diálogo en tres frentes resulta hoy inviable o aporético, mientras que para nosotros resulta estratégico, tanto desde el punto cognoscitivo como político. ¿A qué responde la desconfianza de los primeros? En primera instancia al hecho de que existe una tendencia a leer los clásicos dogmáticamente, persiguiendo una supuesta fidelidad a través de la mimesis, la repetición y la adoración austera. Luego, cabe señalar que los intelectuales conformistas son poco proclives a reconocer la influencia de los contemporáneos y porque la realidad, por diversos motivos y de modos muy variados, es negada como problema. Sobre todo, son negadas las posibilidades infinitas que esa realidad ofrece, las alternativas de ser “revolucionada” desde su interior.

¿Qué alimenta nuestra confianza? Estamos convencidos de que son productivas las lecturas heréticas de los clásicos, en particular la de El Estado y la Revolución, y reivindicamos los intentos de innovación heurística desde el marxismo. Creemos que es la mejor forma de ejercer una fidelidad de fondo respecto del texto y el autor. No se trata de proponer una redescripción metafórica o de apelar a los atajos poéticos para decir lo mismo que decía Lenin pero de otro modo. Queremos contribuir a pensar los caminos más adecuados para actualizar –permanentemente, como corresponde– las narrativas, las ideas, los proyectos y estructuras orgánicas de las organizaciones populares que asumen proyectos de cambio radical. Todavía pervive un sentido común marxista-leninista impuesto por la escolástica marxista-leninista. Y Lenin sabía mejor que nadie que el sentido común nunca hacía revoluciones.

De ningún modo queremos dilapidar los saberes políticos emancipatorios acumulados por los pueblos del mundo en los últimos siglos, especialmente en el último, a partir del horizonte que instituyó la Revolución Rusa. Por otra parte, sabemos que esos saberes están ahí, como cicatrices imborrables que no pueden ocultar los pliegues sucesivos. Sabemos que el atesoramiento (en doctrinas, formulas o papeles) no es la mejor formar de disponer de esos saberes. Es más, creemos que esa modalidad puede contribuir a convertirlos en adorno ideológico. Hay que ponerlos a jugar en las construcciones colectivas de nuestros pueblos, en sus organizaciones y movimientos. Ponerlos a prueba todo el tiempo. Ajustarlos. Desecharlos. Convidarlos. Así, y sólo así, podremos convertir las palabras en acción y las acciones en palabras.

El Estado y la revolución , a 100 años, conserva la capacidad de instituir un horizonte de reflexión-acción política no vertical y, por ende, no idiotizante. Hablamos de una política con mayúsculas que rechaza siempre las concepciones estáticas respecto de las relaciones de fuerza y que no reproduce el vicio de la política burguesa convencional acostumbrada a considerar la realidad como los intereses pegados a sus narices. Una política emancipadora que siempre quiere participar de un agenciamiento colectivo del abajo sublevado. Participar directamente, o por lo menos celebrarlo. Un horizonte para pensar-hacer la política popular. Para pensar el poder popular, en la resistencia y más allá de la resistencia.

El Estado y la Revolución desarrolla una teoría “no-teórica” del Estado. Es decir una teoría que busca expresarse en una fórmula política de fácil y pronta captación e implementación. El problema está en considerar a esa teoría del Estado simplificada como un punto alto del texto (o peor todavía, como un punto alto del “leninismo”). No cabe hablar aquí de deformaciones derivadas de criterios “didácticos”. Simplificar no es lo mismo que simplismo. Digamos entonces que en este intento de plasmar una teoría “no teórica” del Estado radican las desventajas de El Estado y la Revolución. Las ventajas hay que buscarlas en otros sentidos de la obra.

Entre las desventajas de El Estado y la Revolución, entre sus puntos más inconsistentes y “antivigentes”, cabe señalar el tratamiento abstracto y reduccionista sobre el Estado propuesto en algunos pasajes. Lenin concibe al Estado como un aparato “neutral” determinado por sus funciones, como un “recipiente” susceptible de ser colmado por diferentes contenidos, como pura forma, como una herramienta cuya función y cuyos efectos dependen del brazo que la empuña. El fundamento teórico del que parte Lenin tiende a escindir relaciones de producción/acumulación y Estado, no considera el carácter co-constitutivo de estos planos. Presenta al Estado como una entidad ajena a las relaciones de producción (y las relaciones sociales en general). Luego, su idea del Estado recipiente fundará la idea del partido como recipiente de la conciencia. Así, la visión de Lenin sobre el Estado puede calificarse de instrumentalista, funcionalista, formalista. Digamos también que subyace en esta visión una concepción del poder como cosa, una tendencia a la “sustancialización” del poder que ha servido para establecer un parentesco remoto entre Lenin y Thomas Hobbes.

En este sentido Lenin se distancia de la posición sustentada por Marx en El 18 Brumario de Luis Napoleón Bonaparte, que planteaba que los trabajadores y las trabajadoras no estaban en condiciones de “simplemente tomar posesión de la maquinaria estatal y manejarla” en función de sus fines. Marx ratificará esta posición en sus análisis de la Comuna de París de 1871. También se aparta de la sugerencia deslizada por Marx en el tomo I de la Historiacrítica de la teoría de la plusvalía, y que propone ver al Estado habitando en los poros en la sociedad.
Lenin presenta al Estado moderno como una mera forma carente de contenido propio; por ende, un instrumento fácil de “traspasar” de unas manos burguesas a otras manos proletarias. El contenido le vendría al Estado “desde afuera”. Entre otras cosas, esta mirada le permite a Lenin presentar al Correo como modelo de economía socialista, definir al socialismo como un sistema donde los ciudadanos son empleados del mismo consorcio (la sociedad socialista como una sola oficina y una sola fábrica), o reivindicar la más férrea disciplina fabril (aunque más no sea como escalón necesario).

El instrumentalismo ha sido una de las limitaciones más importantes de la teoría del Estado del marxismo-leninismo. Y este no es un tema menor, dadas sus consecuencias prácticas. Por ejemplo, Antonio Gramsci vinculó la comprensión del Estado al desarrollo de la conciencia de clase. Lamentablemente, estas inconsistencias fueron erigidas en dogmas que aún no han sido superados del todo, sobre todo en el ámbito de la izquierda tradicional; a pesar de los aportes posteriores que, desde el marxismo más heterodoxo, dieron cuenta de dimensiones estructurales y políticas del Estado, que analizaron el Estado como una relación social, en fin, que buscaron ahondar en los aspectos más complejos de la cuestión.

Luego, la concepción de la dictadura del proletariado de Lenin tiende a priorizar las formas estatales por sobre las sociales. Y esto se relaciona con el problema de concebir a la toma del poder del Estado y la estatización de la economía “desde arriba” como punto de partida del comunismo. Aquí, la diferencia con Marx es evidente.

Otro flanco débil: la exclusividad otorgada al proletariado en el proceso histórico, la distancia respecto de cualquier concepción cercana a la noción de “bloque histórico”, que dio lugar a las decodificaciones cerradamente obreristas, productivistas y sectarias del leninismo. Varios autores han señalado el error que consiste en hipostasiar una forma de organizar a la fuerza de trabajo que es particular y situada, pasando por alto la relación general entre el capital y el trabajo.

Ahora bien, a favor de Lenin debemos señalar que algunos años más tarde y en pleno desarrollo de la experiencia revolucionaria y “estatal”, su posición respecto del Estado se fue modificando. Existen muchas fuentes que corroboran esta afirmación, recurrimos a una entre muchas posibles: su Testamento político. En una nota del 26 de diciembre de 1922, Lenin decía: “es imposible modificar un aparato, en una medida suficiente, en cinco años, dadas sobre todo las condiciones en que se realizó entre nosotros la revolución”. [3] En otra nota del 30 de diciembre volvía sobre el mismo tópico: “Se afirma que era necesaria la unidad del aparato. ¿De dónde emanaban esas afirmaciones? ¿No provenían acaso del mismo aparato de Rusia que […] tomamos del zarismo, limitándonos a recubrirlo ligeramente con un barniz soviético?....” Unas líneas más adelante agregaba: “denominamos nuestro a un aparato fundamentalmente extraño y que represente una mezcolanza de supervivencia burguesas y zaristas; que nos fue en absoluto imposible transformarlo en cinco años” [4] . Al final de sus días, postrado por la parálisis del costado derecho de su cuerpo, Lenin comprueba que el Estado no un instrumento neutral, que el “Estado obrero” seguía siendo una “afirmación retórica”, un proyecto que estaba dando sus primeros pasos y que, además, estaba en riesgo de naufragar ante una inminente degeneración burocrática.

Entre las ventajas de El Estado y la Revolución, cabe destacar el despliegue de un pensamiento capaz de incidir en la realidad. Algo que puede parece muy básico y hasta obvio. Pero que desde nuestro tiempo casi puede parecer excesivo. A Lenin le interesaba la filosofía (o “la teoría”) en la medida que se relacionaba con la política. Con Lenin el marxismo adquirió contenido político. Lo que no dejó de constituir un paso histórico formidable para los pueblos del mundo, más allá de la discusión respecto del valor de esos contenidos o de su vigencia.

Aún con sus costados más cuestionables El Estado y la revolución fue una obra que recuperó y puso en valor (¡en el terreno de la praxis!) las enseñanzas de Marx respecto del Estado en general y la Comuna de París en particular.
El Estado y la Revolución retoma la concepción marxista que establece que el Estado como institución sólo posee valores negativos, dado que está fundado en la alienación de los hombres y las mujeres. Por consiguiente, el socialismo (o el comunismo), en última instancia, exigen liberar a la sociedad del Estado. Para Marx los trabajadores y las trabajadoras debían suprimir el Estado para hacer valer su propia personalidad. Marx jamás consideró la posibilidad de una reconciliación entre el Estado y la sociedad.

La hipótesis central de El Estado y la Revolución es la abolición del Estado como medio para restituirles a los hombres y a las mujeres la plenitud humana, para acabar con la alienación política. Pero no la abolición en el sentido que le atribuían y le atribuyen los anarquistas. Lenín, sostiene que la propuesta clave de la teoría marxista del Estado remite a la destrucción/extinción del Estado. Lenin formula una dialéctica del proceso histórico de destrucción/extinción del Estado de la burguesía por la revolución proletaria. Para Lenin el Estado burgués no se extingue, se destruye, lo que se extingue es el Estado proletario. Entonces, no se trataba se perfeccionar la maquinaria del Estado, al modo de la Revolución Francesa, sino de destruirla. Lenin decía –también– que no alcanzaba con apoderarse de la máquina del Estado. De alguna manera las limitaciones que le asigna a esta operación liman las aristas más instrumentalistas de su concepción general. Para Lenin se trataba de enviar al Estado el museo de las antigüedades, como sostenía Engels. Pero el proceso imponía un tiempo de transición y la necesidad de la dictadura del proletariado como una forma superior de la democracia. En los manuales soviéticos, los tristemente célebres “ladrillos”, no había la más mínima mención al planteo leninista referido a la extinción del Estado.

El modelo de Estado marxista para Lenin es el modelo de la Comuna de Paris. A pesar de sus inconsecuencias, alguna de ellas impuestas por el contexto revolucionario. Lo cierto es que Lenin aspiraba a una localización del poder al interior de la sociedad civil popular, imaginaba a esta sociedad de los y las de abajo apropiándose de todas las funciones (poderes) que antes concentraba el Estado.

Lenin propone terminar con el Estado burgués y sus instituciones: el derecho, la familia, la moral. Ratifica el ideal marxista de una sociedad sin dominación de los hombres y las mujeres por otros hombres y otras mujeres, la superación de la división del trabajo en todos los planos, incluyendo el que se refiere a las funciones del gobierno; la ruptura de la escisión entre dirigentes y dirigidos. Plantea la idea de unas funciones simplificadas aptas para ser ejercidas por todo el pueblo. En concreto, Lenin, inspirado en las posiciones de Marx en relación a la Comuna de París, propone eliminar todos los blindajes institucionales que imposibilitaban la democracia, auténtica, rica, profunda. La democracia revolucionaria y socialista.

Pero claro, piensa caminos que, a la distancia, se muestran poco aptos. Especulares: un Estado alternativo, un capitalismo alternativo. Pedagógicos: la centralidad del partido, su papel catalizador de la conciencia. Estatistas: el planteo contradictorio que llama a fortalecer el Estado para destruir el Estado. O la invocación a la necesidad del Estado para dirigir a las masas. Verticales: el socialismo como una donación desde arriba. Los medios que propone se contradicen con los fines. Luego, con el tiempo, esos medios se convertirán en los fines. Se suponía que el gobierno revolucionario crearía las condiciones para que la sociedad civil popular avance en el proceso de extinción del Estado. Pero el Estado terminó fortaleciéndose en desmedro de la sociedad civil popular.

Lenin no deseaba de ningún modo el desenlace que tuvo de la Revolución Rusa. El Estado y la Revolución no deja de proponernos una política que se niega a ser triturada por los artefactos disciplinadores de la potencia popular. Algo bien diferente a la gestión de lo que hay, de lo que está; diferente del oficio mimético de quienes aspiran a alguna forma de continuación de la historia (pero con ellos “dirigiéndola”). Opuesto al fetichismo del poder y a los modos y simulacros de la política pro-sistémica. Una política altiva, que no se subordina a ninguna ley o razón material o jurídica.

Con sus cien años a cuestas, El Estado y la Revolución podría pensarse como un texto idóneo para quienes reivindican una condición inmanente y enraizada de la política popular, para los y las militantes que aspiran a participar de un amplio movimiento que no se coloque por fuera, por encima o por delante de las luchas populares (sin asumirse como poseedores y poseedoras de líneas correctas o verdades prefabricadas ajenas a la actividad práctica objetiva de los hombres y las mujeres históricos). Las líneas correctas y las verdades prefabricadas producen militantes narcisistas y amargados, militantes que le tienen horror a la vida, que no toleran la fragilidad e intentan conjurarla infructuosamente con organigramas, jerarquías, códigos y aparatos.

Aunque puedan identificarse posiciones dirigistas y miradas emparentadas con el ¿Qué hacer?, en El Estado y la Revolución Lenin no deja de reconocer la importancia del arraigo popular de una política emancipatoria y asigna centralidad a sus capacidades para desarrollar algún tipo de interioridad respecto de la clase. Luego subordina el tipo de acción y de organicidad a ese arraigo y a esa interioridad. Por lo tanto, se aproxima a noción de autodeterminación popular y se aleja de la sustancialización de la idea de poder que predomina en otros pasajes y en otros textos suyos. Sin dudas, en Lenin los aspectos relacionados con la autodeterminación están relativizados. Pero están. No hay que olvidar que en El Estado y la Revolución Lenin , retomando planteos de Marx, habló de un “centralismo voluntario” como forma de constituir una nación a través de la “fusión voluntaria” de las comunas.

Asimismo, creemos que El Estado y la Revolución podría pensarse como un llamado a instituir un espacio de imbricación de una compleja y variopinta trama de organizaciones populares, de sus luchas, experiencias, anhelos. Un espacio donde las singularidades plebeyas se anuden, se hermanen, se potencien y se proyecten.

De El Estado y la Revolución podría deducirse como tarea de un gobierno popular la creación de condiciones materiales, sociales, políticas (¿y militares?) de democratización y socialización. O sea, una relectura de El Estado y la Revolución puede servirnos para pensar en instituciones que no maten al movimiento.


El autor es docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en la Universidad de Lanús (UNLa), Argentina. Escritor, autor de varios libros publicados, entre otros: ¿Qué (no) Hacer? Apuntes para una crítica de los regimenes emancipatoriosIntroducción al poder popular (el sueño de una cosa)El socialismo enraizado. José Carlos Mariátegui: vigencia de su concepto de “socialismo práctico”.
[1] Para este ensayo hemos utilizado la edición de Anteo, Buenos Aires, 1963.
[2] También en Suiza, Lenin había dedicado algún tiempo a sus análisis sobre la lógica y la dialéctica de Hegel, pero los acontecimientos lo llevaron a postergar este proyecto. Un lustro después de su muerte, estos trabajos se publicaron bajo el título de Cuadernos Filosóficos.
[3] Lenin, V. I., Testamento político y Diario de las secretarias de Lenin, Buenos Aires, Anagrama-Página/12, 2011, p. 15.
[4] Ibidem ., p. 27.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.




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El 30 de Junio se define como un proyecto democrático y progresista. Tiene por propósito preservar el legado teórico de Juan Bosch, expresado en sus obras de investigación política, sociológica, histórica y cultural como en su praxis política sustentada en los valores éticos, humanistas y patrióticos que por igual sustentaron Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperón y todos aquellos dominicanos que amaron y aman esta patria quisqueyana.

viernes, 15 de septiembre de 2017

Tema: "Ética y Política Críticas"



Primera Sesión (Introducción)

Tema: "Ética y Política Críticas"
Ponente: Enrique Dussel

Lectura: 20 Tesis de Política

2-Sep-16
9-Sep-16
23-Sep-16
​30-Sep-16
7-Oct-16
14-Oct-16
21-Oct-16
28-Oct-16
4-Nov-16
11-Nov-16
18-Nov-16
25-Nov-16

PRIMERA
SEGUNDA
TERCERA
CUARTA
QUINTA
SEXTA
SÉPTIMA
OCTAVA
NOVENA
DÉCIMA
DÉCIMA PRIMERA
DÉCIMA SEGUNDA

lunes, 21 de agosto de 2017

Defender el Gobierno Bolivariano es cuestión de honor

Uno de los argumentos de mala fe es el de que habría que sortear la polarización entre gobierno y oposición, como forma de contornar la radicalización, que sería no estar de ningún lado. Es un pretexto para no solidarizarse con un gobierno asediado por la derecha local y por el gobierno de los EE.UU. Intelectuales suman críticas al gobierno para pronunciarse por la solidaridad «con el pueblo de Venezuela», como si el pueblo del país no estuviera involucrado en la polarización.
Se puede no estar de acuerdo con aspectos de las políticas del gobierno de Maduro, pero ninguna crítica justifica una posición de equidistancia, porque nadie tiene dudas de que, en caso de lograrse la caída del gobierno, sería sustituido por un gobierno de derecha e incluso de extrema derecha, con durísimas medidas para los derechos de la masa de la población venezolana y para los intereses nacionales del país.
Existe todavía el argumento de que la izquierda latinoamericana no debiera solidarizarse con el gobierno de Maduro, que le daría legitimidad en toda la región, comprometiendo la imagen de las fuerzas progresistas latinoamericanas. Los que hablan de esa forma tiene un imagen particular de la izquierda, que no es de la izquierda realmente existente.
Una parte de esas posturas es reflejo de una ideología liberal. Lo único que ofrece esa visión es democracia y dictadura. Y como el gobierno de Maduro no cabe en la concepción que tienen de democracia, lo clasifica inmediatamente de dictadura y centran su fuego en contra del gobierno, supuestamente aislado por una «sociedad civil» en rebelión contra la «tiranía».
Para esos, aunque se digan de izquierda no existen ni capitalismo, ni imperialismo. No hay tampoco derecha, ni neoliberalismo. Las clases sociales desaparecen, disueltas en la tal «sociedad civil», que pelea en contra del Estado. No toman en cuenta que se trata de un proyecto histórico anticapitalista y antimperialista.
Parece que no se dan cuenta de que no se trata de defender un gobierno, sino un régimen y un proyecto histórico. Que si llegara a caer ese gobierno, cae todo el proyecto histórico iniciado por Hugo Chávez y Venezuela se sumaría a la recomposición neoliberal que hoy victimiza a Argentina y a Brasil.
Se puede ser de izquierda y ser crítico, pero peleando dentro de la izquierda, de las fuerzas antineoliberales, por el avance de esos procesos, nunca por su derrota.
Porque la alternativa a esos gobiernos está siempre en la derecha, como Argentina y Brasil lo confirman, nunca en la extrema izquierda. Derrotar a gobiernos antineoliberales es abrir el camino a la restauración neoliberal, que es la única bandera de la derecha.
Lo que está en juego hoy no solo en Venezuela, sino también en Bolivia, en Ecuador, en Uruguay, en Argentina, en Brasil, es el destino de los más importantes gobiernos que América Latina ha tenido en este siglo: si se afirman y avanzan, si recuperan el camino donde la derecha ha retomado el gobierno o si la contraofensiva neoliberal vuelve a imponer la década nefasta en que imperó en nuestra región.
Esa es una razón más para que la izquierda exprese su apoyo y solidaridad con Venezuela. Hay horas en que el silencio es criminal; sea de dirigentes, sea de militantes, sea de intelectuales, sea de partidos, sea de instituciones, sea de gobiernos, sea de quien sea.


El 30 de Junio se define como un proyecto democrático y progresista. Tiene por propósito preservar el legado teórico de Juan Bosch, expresado en sus obras de investigación política, sociológica, histórica y cultural como en su praxis política sustentada en los valores éticos, humanistas y patrióticos que por igual sustentaron Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperón y todos aquellos dominicanos que amaron y aman esta patria quisqueyana.

viernes, 18 de agosto de 2017

LA SEMILLA QUE CURA EL CÁNCER, MEJOR QUE LA QUIMIO



El 30 de Junio se define como un proyecto democrático y progresista. Tiene por propósito preservar el legado teórico de Juan Bosch, expresado en sus obras de investigación política, sociológica, histórica y cultural como en su praxis política sustentada en los valores éticos, humanistas y patrióticos que por igual sustentaron Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperón y todos aquellos dominicanos que amaron y aman esta patria quisqueyana.

La Guerra de las Galaxias: de la ficción a la realidad


«EL ARTE DE LA GUERRA»

La Guerra de las Galaxias, de la ficción a la realidad

Al inicio de la conquista del espacio, las grandes potencias acordaron en la ONU que no habría armas en el espacio. A pesar de ello, sin que se sepa si ese país ha violado o no ese principio, Estados Unidos ha desplegado toda una gama de armamento destinado a destruir los satélites “enemigos”, supuestamente desde la Tierra.
 | ROMA (ITALIA)  
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La nueva secretaria adjunta a cargo de la US Air Force, Heather Wilson, junto a su jefe, el secretario de Defensa James Mattis.
En el imaginario colectivo, las armas espaciales son las que hemos visto en las películas de ciencia ficción de la saga La Guerra de las Galaxias. Pero, sin que nos diésemos cuenta, porque de eso no se habla en los medios de comunicación, ese tipo de armas se ha hecho realidad.
La carrera armamentista, incluyendo el armamento nuclear, hace tiempo que se ha extendido al espacio. La encabeza Estados Unidos, que apunta cada vez con más empeño al control militar del espacio. El 16 de junio de 2017, inmediatamente después de asumir su cargo, la nueva secretaria adjunta a cargo de la fuerza aérea de Estados Unidos, la señora Heather Wilson, anunció una reorganización general destinada a reforzar las operaciones espaciales integrándolas más y más a las de la US Air Force. Objetivo declarado: «Organizar y entrenar fuerzas capaces de vencer en cualquier futuro conflicto que pueda extenderse al espacio».
El responsable de los sistemas militares espaciales es el Mando Estratégico (StratCom), que es también responsable del armamento nuclear y de las ciberarmas. «Tenemos fuerzas espaciales y ciberespaciales superiores que son fundamentales para el estilo de guerra estadounidense en cada teatro de operaciones en el mundo entero», escribió en febrero pasado el comandante del StratCom, general John Hyten, subrayando que «nuestras fuerzas nucleares son seguras y están listas en todo momento» y que «si fallara la disuasión, estamos dispuestos a utilizarlas».
Para los estrategas del Pentágono, tener la superioridad en el espacio significa ser capaces de atacar a un adversario militarmente fuerte, paralizar sus defensas, golpearlo con armas nucleares y, si fuese un adversario dotado también de armamento nuclear, neutralizar su respuesta. Para lograr ese objetivo, el Pentágono está incorporando armas nucleares, sistemas espaciales y ciberarmas a la «gama completa de las capacidades globales de ataque», tanto en la Tierra como en el espacio.
El 7 de mayo, después de 718 días en órbita alrededor de la Tierra, aterrizó en Cabo Cañaveral el transbordador espacial robot X-37B de la US Air Force, capaz de maniobrar en el espacio y de regresar a su base de forma autónoma. Los más grandes expertos estiman que el transbordador espacial robot X-37B –que acaba de realizar en el espacio su cuarta misión «top secret»– sirve probablemente para experimentar con armas destinadas a destruir los satélites enemigos y «cegar» así al enemigo en el momento de atacarlo.
Al mismo tiempo, están en fase de desarrollo varias armas laser, ya sometidas a ensayos por el navío USS Ponce en el Golfo Pérsico. La firma Lockheed Martin anunció el 16 de marzo que ha fabricado un potente sistema de laser que será instalado en un vehículo especial de las fuerzas terrestres estadounidenses para la realización de una serie de pruebas. También en marzo, el general Brad Webb declaró que este mismo año un avión AC-130 recibirá un arma de laser para la realización de ataques contra objetivos terrestres. El 3 de abril, científicos de la universidad Macquaries dijeron haber creado en laboratorio un súper laser similar al de la «Estrella de la Muerte» de La Guerra de las Galaxias, destinado a futuras aplicaciones espaciales.
Estados Unidos lleva ventaja en ese sector. Pero, como sucede con todos los sistemas de armas, otros países, principalmente Rusia y China, están desarrollando tecnologías militares similares. En 2008, Moscú y Pekín propusieron un acuerdo internacional para impedir el despliegue de armas en el espacio. Pero la administración Bush y más tarde la administración Obama se negaron a abrir negociaciones en ese sentido.
O sea, mientras que en la sede de la ONU se desarrolla una negociación para lograr la prohibición jurídica de las armas nucleares –negociación en la que no participan las potencias nucleares, ni los países miembros de la OTAN– por otro lado sigue acelerándose, impulsada por Estados Unidos, la carrera para la militarización del espacio, que forma parte de la preparación de la guerra nuclear.
Traducido al español por la Red Voltaire) a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio





El 30 de Junio se define como un proyecto democrático y progresista. Tiene por propósito preservar el legado teórico de Juan Bosch, expresado en sus obras de investigación política, sociológica, histórica y cultural como en su praxis política sustentada en los valores éticos, humanistas y patrióticos que por igual sustentaron Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperón y todos aquellos dominicanos que amaron y aman esta patria quisqueyana.

Estrategia EEUU contra Siria y Venezuela

Interpretaciones divergentes en el campo antiimperialista

Cuando los yihadistas atacaron su país, en 2011, la reacción del presidente sirio Bachar al-Assad fue inversa a la que se esperaba. En vez reforzar los poderes de los servicios de seguridad, optó por reducirlos. Seis años más tarde, su país está saliendo victorioso de la guerra imperialista más grande que se haya visto –después de la desatada contra Vietnam. Ese mismo tipo de agresión está teniendo lugar en Latinoamérica, donde suscita una respuesta mucho más clásica. Thierry Meyssan expone la diferencia de análisis y estrategia del presidente de Siria –Bachar al-Assad–, por un lado, y los presidentes de Venezuela –Nicolás Maduro– y de Bolivia –Evo Morales. No se trata de establecer una especie de competencia entre estos líderes sino de llamarnos a ir más allá de los esquemas políticos y a tener en cuenta la experiencia de las guerras más recientes.
 | DAMASCO (SIRIA)   
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En mayo de 2017, Thierry Meyssan explicaba en Russia Today que las élites sudamericanas están cometiendo un grave error ante el imperialismo estadounidense. En esta entrevista, Meyssan insiste en el cambio de paradigma de los conflictos armados actuales y subraya la necesidad de un radical replanteo sobre la manera de defender la patria.
Sigue adelante la operación de desestabilización contra Venezuela. En su fase inicial, grupúsculos violentos, que realizaban manifestaciones contra el gobierno, asesinaron a simples transeúntes, e incluso a personas que se habían unido a sus protestas callejeras. En una segunda etapa, los grandes distribuidores de alimentos provocaron un desabastecimiento en los supermercados. Posteriormente, desertores de las fuerzas del orden realizaron ataques armados contra la sede del ministerio del Interior y el Palacio de Justicia, llamaron a la rebelión y pasaron a la clandestinidad.
La prensa internacional ha atribuido siempre al «régimen» las muertes registradas durante las manifestaciones, aunque numerosas grabaciones de video demuestran que son asesinatos perpetrados deliberadamente por los propios manifestantes. Basándose en esa información falsa, esa prensa califica al presidente Nicolás Maduro de «dictador», como lo hizo antes –hace 6 años– con el Guía libio Muammar el-Kadhafi y con el presidente sirio Bachar al-Assad.
Estados Unidos ha utilizado la Organización de Estados Americanos (OEA) contra el presidente Maduro, como mismo utilizó antes la Liga Árabe contra el presidente Assad. Sin esperar a ser excluido de la OEA, el gobierno de Venezuela denunció la maniobra y se retiró de esa organización [1].
No obstante, el gobierno de Maduro ha sufrido 2 reveses:
  • gran parte de sus electores no acudió a votar en las elecciones legislativas de diciembre de 2015, permitiendo así que la oposición obtuviera la mayoría de los escaños en el Parlamento,
  • y se dejó sorprender por la escasez artificialmente provocada de alimentos –a pesar de que una maniobra similar ya había tenido lugar en el pasado en Chile, contra el gobierno de Salvador Allende, y en la misma Venezuela, contra el presidente Hugo Chávez. Ante esa crisis, el gobierno necesitó varias semanas para implantar nuevos circuitos de abastecimiento.
Todo indica que el conflicto que está comenzando en Venezuela no se limitará a las fronteras de ese país. Es probable que abarque todo el noroeste de Sudamérica y el Caribe.
Se ha dado un paso adicional con el inicio de preparativos militares contra Venezuela, Bolivia y Ecuador, desde México, Colombia y lo que fue la Guayana británica. Esta coordinación es obra del equipo de la antigua Oficina Estratégica para la Democracia Global (Office of Global Democracy Strategy); unidad creada por el presidente demócrata Bill Clinton y mantenida por el vicepresidente republicano Dick Cheney y su hija Liz. La existencia de esa oficina fue confirmada el actual director de la CIA, Mike Pompeo, lo cual llevó a que la prensa, y posteriormente el propio presidente Trump, hablaran de una opción militar estadounidense contra Venezuela.
Empeñado en salvar su país, el equipo del presidente Maduro no ha querido seguir el ejemplo del presidente sirio Assad. Según el análisis imperante en el seno de ese equipo, se trata de situaciones completamente diferentes. Estados Unidos, principal potencia capitalista, agrede a Venezuela para apoderarse de su petróleo, siguiendo un esquema que ya se ha visto muchas veces en 3 continentes. Ese punto de vista acaba de verse reafirmado por un reciente discurso del presidente boliviano Evo Morales.
Es importante recordar que el presidente iraquí Saddam Hussein, en 2003, y el Guía Muammar el-Kadhafi, en 2011, así como numerosos consejeros del presidente sirio Bachar al-Assad razonaban de esa misma manera. Estimaban que Estados Unidos agredía sucesivamente a Afganistán e Irak, y posteriormente a Túnez, Egipto, Libia y Siria sólo para derrocar los regímenes que se resistían a su imperialismo y controlar los recursos energéticos del Medio Oriente ampliado, o Gran Medio Oriente. Son numerosos los autores antiimperialistas que aún mantienen ese análisis, tratando, por ejemplo, de explicar la guerra contra Siria con la interrupción del proyecto de gasoducto qatarí.
Pero los hechos han echado abajo ese razonamiento. El objetivo de Estados Unidos no era derrocar los gobiernos progresistas –en los casos de Libia y Siria–, ni robar el petróleo y el gas de la región sino destruir los Estados, hacer retroceder sus pueblos a los tiempos de la prehistoria, a la época en que «el hombre era el lobo del hombre».
Los derrocamientos sucesivos de Saddam Hussein y de Muammar el-Kadhafi no dieron paso al restablecimiento de la paz. Las guerras continuaron a pesar de la instalación de un gobierno de ocupación en Irak y, en otros países de la región, de regímenes que incluían a colaboradores del imperialismo completamente contrarios a la independencia nacional. Esas guerras prosiguen actualmente, demostrando que Washington y Londres no aspiraban simplemente a derrocar regímenes, ni a defender la democracia sino a aplastar a los pueblos. Esta es una constatación fundamental que modifica por completo nuestra comprensión del imperialismo contemporáneo.
Esa estrategia, radicalmente nueva, comenzó a ser impartida como enseñanza por Thomas P. M. Barnett desde el 11 de septiembre de 2001. Fue dada a conocer y se expuso públicamente en marzo de 2003 –o sea justo antes de la guerra contra Irak– en un artículo de la revista estadounidense Esquire, y posteriormente en el libro titulado The Pentagon’s New Map, pero parece tan cruel que nadie ha creído que pudiera llegar a aplicarse.
Para el imperialismo se trata de dividir el mundo en dos: una zona estable que goza de los beneficios del sistema y otra zona donde el caos alcanza proporciones tan espantosas que nadie piensa ya en resistir sino sólo en sobrevivir, zona donde las transnacionales pueden extraer las materias primas que necesitan sin rendir cuentas a nadie.
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Según este mapa, extraído de un Powerpoint que Thomas P. M. Barnett presentó en 2003 durante una conferencia impartida en el Pentágono, los Estados de todos los países incluidos en la zona rosada deben ser destruidos. Ese proyecto no tiene nada que ver con la lucha de clases en el plano nacional, ni con la explotación de los recursos naturales. Después de destruir el Medio Oriente ampliado, los estrategas estadounidenses se preparan para acabar con los Estados de los países del noroeste de Latinoamérica.
Desde el siglo XVII y la guerra civil británica, Occidente se desarrolló temiendo siempre el surgimiento del caos. Thomas Hobbes enseñó a los pueblos de Occidente a someterse a la «razón de Estado» con tal de evitar el tormento que sería el caos. La noción de caos volvió a aparecer con Leo Strauss, después de la Segunda Guerra Mundial. Ese filósofo, que formó personalmente a numerosas personalidades del Pentágono, pretendía establecer una nueva forma de poder sumiendo una parte del mundo en el infierno.
La experiencia del yihadismo en el Medio Oriente ampliado nos ha mostrado lo que es el caos.
Después de haber reaccionado ante los acontecimientos de Deraa –en marzo y abril de 2011– como se esperaba que lo hiciera, utilizando el ejército para enfrentar a los yihadistas de la mezquita al-Omari, el presidente Assad fue el primero en entender lo que estaba sucediendo. En vez de reforzar los poderes de los servicios de seguridad para enfrentar la agresión exterior, Assad puso en manos del pueblo los medios necesarios para defender el país.
Comenzó por levantar el estado de emergencia, disolvió los tribunales de excepción, liberó las comunicaciones vía internet y prohibió a las fuerzas armadas hacer uso de sus armas si con ello ponían en peligro las vidas de personas inocentes.
Esas decisiones, que parecían ir contra la lógica de los hechos, tuvieron importantes consecuencias. Por ejemplo, al ser atacados en la región de Banias, los soldados de un convoy militar, en vez de utilizar sus armas para defenderse, optaron por quedar mutilados bajo las bombas de los atacantes, e incluso morir, antes que disparar y correr el riesgo de herir a los pobladores que los veían dejarse masacrar sin intervenir para evitarlo.
Como tantos otros en aquel momento, yo mismo creí que Assad era un presidente débil con soldados demasiados leales y que Siria iba a ser destruida. Pero, 6 años más tarde, Bachar al-Assad y las fuerza armadas de la República Árabe Siria han ganado la apuesta. Al principio, sus soldados lucharon solos contra la agresión externa. Pero poco a poco cada ciudadano fue implicándose, cada uno desde su puesto, en la defensa del país. Y los que no pudieron o no quisieron resistir, optaron por el exilio. Es cierto que los sirios han sufrido mucho, pero Siria es el único país del mundo, desde la guerra de Vietnam, que ha logrado resistir la agresión militar externa hasta lograr que el imperialismo renunciara por cansancio.
En segundo lugar, ante la invasión del país por un sinnúmero de yihadistas provenientes de todos los países y poblaciones musulmanes, desde Marruecos hasta China, el presidente Assad decidió renunciar a la defensa de una parte del territorio nacional con tal de garantizar la posibilidad de salvar a su pueblo.
El Ejército Árabe Sirio se replegó en la «Siria útil», o sea en las ciudades, dejando a los agresores el campo y los desiertos. Mientras tanto el gobierno sirio velaba constantemente por el abastecimiento en alimentos de todas las regiones que controlaba. Contrariamente a lo que se cree en Occidente, el hambre ha afectado sólo las zonas bajo control de los yihadistas y algunas ciudades que se han visto bajo el asedio de esos elementos. Los «rebeldes extranjeros» –y esperamos que los lectores nos disculpen por lo que puede parecer un oxímoron–, con abundante abastecimiento garantizado por las asociaciones «humanitarias» occidentales, utilizaron su propio control sobre la distribución de alimentos para someter poblaciones enteras imponiéndoles un régimen de hambre.
El pueblo sirio comprobó por sí mismo que era el Estado sirio, la República Árabe Siria, quien le garantizaba alimentación y protección, no los yihadistas.
El tercer factor es que el presidente Assad explicó, en un discurso que pronunció el 12 de diciembre de 2012, de qué manera esperaba restablecer la unidad política de Siria. Resaltó específicamente la necesidad de redactar una nueva Constitución y de someterla a la aprobación del pueblo por mayoría calificada, para realizar después una elección democrática de la totalidad de los responsables de las instituciones, incluyendo –por supuesto– al presidente.
En aquel momento, los occidentales se burlaron de la decisión del presidente Assad de convocar a elecciones en medio de la guerra. Hoy en día, todos los diplomáticos implicados en la resolución del conflicto, incluyendo a los de la ONU, respaldan el plan Assad.
A pesar de que los comandos yihadistas circulaban por todo el país, incluyendo la capital, y asesinaban a los políticos hasta en sus casas y junto a sus familias, el presidente Assad estimuló a los miembros de la oposición interna a hacer uso de la palabra. Assad garantizó la seguridad del liberal Hassan el-Nouri y del marxista Maher el-Hajjar para aceptaran, al igual que él mismo, correr el riesgo de presentarse como candidatos en la elección presidencial de junio de 2014. A despecho del llamado al boicot que lanzaron la Hermandad Musulmana y los gobiernos occidentales, y desafiando el terror yihadista, a pesar de que millones de sirios habían salido del país, el 73,42% de los electores respondieron al llamado de las urnas.
Por otro lado, desde el principio mismo del conflicto, el presidente Assad creó un ministerio de Reconciliación Nacional, algo nunca visto en un país en guerra. Confió ese ministerio al presidente de un partido aliado, el PSNS, Alí Haidar, quien negoció y concluyó más de un millar de acuerdos de amnistía a favor de ciudadanos que habían tomado las armas contra la República, muchos de los cuales decidieron incluso convertirse en miembros del Ejercitó Árabe Sirio.
A lo largo de esta guerra, y a pesar de lo que afirman quienes lo acusan injustamente de haber generalizado la tortura, el presidente Assad no ha recurrido nunca a medidas coercitivas en contra de su propio pueblo. No ha instaurado ni siquiera un reclutamiento masivo o un servicio militar obligatorio. Todo joven tiene siempre la posibilidad de sustraerse a sus obligaciones militares y una serie de pasos administrativos permite a cualquier varón evitar el servicio militar si no desea defender su país con las armas en la mano. Sólo los exiliados que no han realizado esos trámites pueden verse en situación irregular en relación con esas leyes.
A lo largo de 6 años, el presidente Assad ha recurrido constantemente al respaldo de su pueblo, otorgándole responsabilidades, y ha hecho a la vez todo lo posible por alimentarlo y protegerlo. Y ha corrido siempre el riesgo de dar antes de recibir. Así se ha ganado la confianza de su pueblo y es por eso que hoy cuenta con su activo respaldo.
Las élites sudamericanas se equivocan al ver en la situación de hoy la simple continuación de la lucha de las pasadas décadas por una distribución más justa de la riqueza. La lucha principal ya no es entre la mayoría del pueblo y una pequeña clase de privilegiados. La opción que se planteó a los pueblos del Gran Medio Oriente, y a la que pronto tendrán que responder también los sudamericanos, no es otra que defender la Patria o morir.
Los hechos así lo demuestran. El imperialismo contemporáneo ya no tiene como prioridad apoderarse de los recursos naturales. Hoy domina el mundo y lo saquea sin escrúpulos. Ahora apunta a aplastar a los pueblos y destruir las sociedades de las regiones cuyos recursos ya explota hoy en día.
En esta nueva época de violencia, sólo la estrategia de Assad permite mantenerse en pie y preservar la libertad.
[1] Algo similar sucedió ya, en 1962, cuando Washington montó en la OEA una farsa diplomática contra el joven Gobierno Revolucionario de Cuba. La Cuba revolucionaria se retiró entonces de la OEA y ha rechazado varias veces reincorporarse a esa organización, que el entonces ministro cubano de Exteriores Raúl Roa calificó de «ministerio de colonias de Estados Unidos». Nota de la Red Voltaire.




El 30 de Junio se define como un proyecto democrático y progresista. Tiene por propósito preservar el legado teórico de Juan Bosch, expresado en sus obras de investigación política, sociológica, histórica y cultural como en su praxis política sustentada en los valores éticos, humanistas y patrióticos que por igual sustentaron Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperón y todos aquellos dominicanos que amaron y aman esta patria quisqueyana.