"BOSCH: AUTOBIOGRAFÍA POLÍTICA, HISTORIA FUNDACIÓN PRD Y ORÍGENES PLD"
Juan Bosch, en su libro “PLD un Partido Nuevo en América” narra la historia de la fundación del PRD, en Cuba 1939, y toda la trayectoria por la que paso ese partido mientras estuvo al frente de su dirección y de las causas que lo llevaron a abandonarlo(PRD) en 1973, el Partido que fundara juntos a otros dominicanos en 1938, entre ellos, el Dr. Enrique Cotubanamá Henríquez, para fundar un nuevo Partido(PLD) que estuviera en condiciones políticas e ideológicas para completar la obra de Juan Pablo Duarte, que era la liberación económica, política de la República Dominicana. También, en este libro, el Profesor Juan Bosch hace una especie de autobiografía política. Contando en qué momento y en qué circunstancias se inicia en la política militante, asumiendo el reto de luchar por su patria para liberarla de la dictadura oprobiosa de Trujillo y darles a los dominicanos y dominicanas una vida más justa y digna. Pero lo más importante de este libro, es que a través de su lectura podemos darle seguimiento a la evolución del pensamiento social y político de Juan Bosch.
Segunda entrega.
Hoy continuamos con el siguiente capítulo: la lucha por el control del PRD
A esa altura del tiempo, cuando apenas comenzaba la vida del partido, Trujillo, que tenía sus agentes, seguramente cubanos en Cuba pero probablemente también algún dominicano, y debía tenerlos en Venezuela, en Nueva York, en Puerto Rico, presionó al gobierno de Fulgencio Batista, que había ganado las elecciones cubanas de 1940 y duraría en el poder cuatro años, hasta octubre de 1944, para que el Partido Revolucionario Dominicano fuera perseguido y disuelto, y lo mismo haría en Venezuela, donde el presidente Isaías Medina Angarita me invitó a verlo en el Palacio de Miraflores para pedirme que suspendiera la propaganda anti trujillista que mantenía el partido en Venezuela.
Lo que nos pidió el gobierno de Cuba no fue la suspensión o abandono de la propaganda contra la tiranía dominicana, fue que abandonáramos el nombre de Partido Revolucionario Dominicano. La demanda fue hecha a una comisión del partido por el Primer Ministro del gobierno de Batista, que se llamaba Ramón Zaydín. En ese momento, fines de marzo o principios de abril de 1943, la Segunda Guerra Mundial tenía tres años y medio de duración, era llevada a cabo por una coalición de países democráticos y la Unión Soviética contra Alemania, Italia y Japón. De los últimos países, uno —Alemania— estaba gobernado por el Partido Nazi, cuyo jefe era Adolfo Hitler, y otro —Italia— lo era por el Partido Fascista, dirigido por Benito Mussolini, y el Dr. Zaydín nos impuso el cambio del nombre del Partido Revolucionario Dominicano por el de Unión Democrática Anti nazista Dominicana (UDAD), imposición que tuvimos que aceptar porque de no hacerlo se nos prohibiría usar el del PRD. Por esa razón aparece en un número de esos días de la revista Carteles una fotografía mía al pie de la cual se leían las palabras “Juan Bosch, secretario general de la Unión Democrática Anti nazista Dominicana (UDAD)) mientras pronunciaba un discurso” (no recuerdo en qué lugar). Como presidente de la UDAD fue designado el Dr. Romano Pérez Cabral porque el Dr. Jiménez Grullón se negó a aceptar ese cargo.
Al año siguiente, 1944, el Partido Revolucionario Dominicano inició una campaña dirigida a obtener un acuerdo de unidad con otras agrupaciones de exiliados dominicanos que siguiendo el ejemplo que habíamos dado los perredeístas al fundar y mantener la primera organización anti trujillista del exilio dominicano habían establecido agrupaciones de diferentes tendencias. El Partido Revolucionario Dominicano consiguió que en La Habana se celebrara un congreso unitario, que se llevó a cabo también en el año 1944, y en él estuvieron presentes, en representación de la Unión Patriótica Dominicana, Ángel Morales; por el Frente Democrático Dominicano, el Dr. Ramón de Lara; como observador, a nombre de Acción Democrática de Venezuela, el poeta Andrés Eloy Blanco, y representantes de todas las seccionales del PRD. Ese congreso unitario tuvo apoyo en fuerzas políticas cubanas como lo demostró la recepción que les hizo en su casa a todos los participantes en él, el Dr. Eddy Chibás de la cual se conservan fotografías.
Pero los efectos en el Partido Revolucionario Dominicano del congreso unitario fueron negativos porque inmediatamente después de haber terminado los trabajos de esa reunión el Dr. Jiménez Grullón propuso una medida mediante la cual se me sacaría de Cuba, y con ella se iniciaba una etapa de luchas innecesarias por el control de la dirección del Partido Revolucionario Dominicano que iban a durar varios años.
Yo me había equivocado cuando le propuse al Dr. Henríquez a su colega, el Dr. Jiménez Grullón —ambos eran médicos, pero Jiménez Grullón no ejercía su profesión, por lo menos en Puerto Rico y Cuba— como líder del Partido Revolucionario Dominicano, error que se explica por el hecho de que yo no había tenido práctica política, y creía, como expliqué al comenzar esta serie de artículos, que debido a su origen familiar —nieto de un presidente, que ejerció ese cargo dos veces, y bisnieto de otro presidente— era conocido en el país más que cualquier otro de los exiliados que se organizaran en el partido que proponía el Dr. Henríquez, pero más que su nexo familiar con dos personajes que figuraban en la historia del país me indujeron a pensar en el Dr. Jiménez Grullón como el mejor candidato a ser el líder del futuro Partido Revolucionario Dominicano dos circunstancias. La de menos peso era su condición de buen orador, facultad que había demostrado al pronunciar un discurso en las ruinas de la Isabela en un acto que yo presencié; la otra era la circunstancia de que llevaba el nombre de Juan Isidro Jiménez, que había sido el líder del partido conocido de los dominicanos con el nombre de bolo debido a que su emblema era un gallo sin cola que por no tenerla se oponía al gallo rabudo, emblema del partido rebú cuyo líder era Horacio Vásquez. …pero además de pensar así creía que el Dr. Jiménez Grullón tenía condiciones políticas porque sabía, de habérselo oído decir a amigos y colegas suyos, que aspiraba a ser presidente de la República; pero cuando me tocó tratarlo de cerca, en un ambiente político como era el de las reuniones de la Seccional de La Habana del PRD, tuve la impresión de que me había equivocado, criterio que no debía dar a conocer a nadie mientras no apareciera un perredeísta que tuviera las condiciones que se requieren para dirigir actividades políticas, y así lo hice; nunca manifesté lo que pensaba acerca de la notoria ausencia de facultades políticas del líder del Partido Revolucionario Dominicano.
En dos años de convivencia, no sólo política sino además física, porque vivíamos en la misma casa no le oí nunca al Dr. Jiménez Grullón un juicio político acertado, ni siquiera cuando se trataba de enjuiciar los acontecimientos mundiales, que eran muchos porque la Segunda Guerra Mundial los producía a diario, pero el colmo de su incapacidad política fue su negativa a aceptar que ocupara la posición de secretario general de la Unión Democrática Anti nazista Dominicana alegando que él rechazaba enérgicamente la imposición de Batista, que esa imposición iba a destruir al Partido Revolucionario Dominicano y él no podía prestarse a ser cómplice de una medida como esa.
De La Habana a Ciudad México
Fue el Dr. Jiménez Grullón quien propuso que yo me hiciera cargo de la secretaría general de la UDAD, de manera que lo que él rechazaba por razones que él llamaba morales era bueno para mí, manera de actuar que se repetía con frecuencia, cuya culminación fue proponer mi salida de Cuba con la supuesta finalidad de que yo hiciera propaganda anti trujillista en América Latina, y como el partido carecía de fondos yo tenía que arreglármelas para pagar viajes y hoteles, y no sólo para mí, porque estaba casado —me había casado el 30 de junio de 1943— y mantenía mi hogar, en parte con lo que producía mi esposa con su trabajo en la Oficina de Coordinación Interamericana, el centro encargado de hacer en Cuba la propaganda anti nazi fascista que se elaboraba en Estados Unidos, y en parte con lo que producía yo como traductor para llenar una página entera del periódico Información de artículos y noticias que aparecían en diarios de Estados Unidos y además con la publicación en la revista Bohemia de cuentos y artículos.
Ángel Miolán se opuso a la propuesta de Jiménez Grullón alegando que de los miembros del partido el que tenía más y mejores relaciones en Cuba era yo y mi salida hacia otros países iba a perjudicar al PRD, pero el Dr. Jiménez Grullón contaba con el apoyo de los hermanos Mainardi, y yo me abstuve de votar, de manera que la moción del Dr. Jiménez Grullón fue aprobada. Miolán no se dio por derrotado y propuso que para hacer viable la tarea que debía cumplir en varios países latinoamericanos él pedía que se me declarara candidato presidencial del Partido Revolucionario Dominicano en caso de que Trujillo fuera derrocado o de que por cualquiera otra razón el dictador tuviera que abandonar el cargo, y fue tanto lo que alegó en favor de su moción que acabó siendo aprobada, desde luego, con abstención de parte mía y la oposición enérgica del Dr. Jiménez Grullón. A partir de ese momento, por lo menos mientras yo preparaba mi viaje a México, primero de los países que me había propuesto visitar, el Dr. Jiménez Grullón empezó a alejarse del Partido Revolucionario Dominicano y llegó a tales extremos que acabó yéndose a Puerto Rico y abandonando el partido, no inmediatamente sino en una retirada de años.
Yo me fui a México solo; mi esposa iría más tarde. Llegó a Ciudad México el 26 de diciembre de 1944, exactamente 44 años antes del día en que escribo este quinto capítulo de la serie dedicada a explicar por qué y cómo fue creado el Partido de la Liberación Dominicana, pero de acuerdo con un informe secreto enviado a Washington por el Agregado Militar de puesto en México el 1º de febrero de 1945, redactado el 16 de enero de ese año, publicado por Bernardo Vega en su libro Los Estados Unidos y Trujillo (1945), yo había llegado a México en enero de 1945, y la verdad era que yo me hallaba en la capital azteca desde el mes de octubre de 1944, esto es, tres meses antes de lo que afirmaba el autor de ese informe. El informe de marras es una sarta de mentiras inventadas por algún agente mexicano que le vendía noticias a la Embajada de Estados Unidos. El tal informe aparece firmado nada menos que por un Mayor de la Inteligencia Militar, asistente del Brigadier General A.R. Harris, que era el Agregado Militar a la Embajada de Estados Unidos. Nada, pero absolutamente nada de lo que se dice en ese informe fue verdad ni entonces ni antes ni después.
Yo no había ido a México a comprar o buscar armas para llevar a cabo un levantamiento en la República Dominicana; había ido a iniciar una gira por América Latina haciendo una campaña de denuncias de la tiranía trujillista, sus crímenes y la explotación salvaje del pueblo y de las riquezas del país para beneficio personal de Trujillo. Eso era lo que había dispuesto la dirección del Partido Revolucionario Dominicano que yo debía hacer, y salí de Cuba a hacerlo abandonando el trabajo con el cual me ganaba la vida, así como mi esposa abandonó el suyo poco después para unírseme en México, de donde íbamos a salir en el mes de febrero para Guatemala, país en el que acababa de instalarse como presidente de la República un maestro de escuela muy respetado que había tenido que exiliarse en Argentina porque no podía resistir la presión de la dictadura de Jorge Ubico, que duró cerca de catorce años, de 1931 a 1944.
Hacer una campaña denunciando la tiranía de Trujillo en Guatemala fue más fácil, y dio más resultados, que la que hice en México porque en Guatemala entré en relaciones con los hombres más importantes en la política del país, comenzando por el presidente de la República, pero también hice contacto con Jacobo Arbenz, que junto con el coronel Arana y Jorge Toriello había dirigido el levantamiento militar que sacó del poder a Federico Ponce, el heredero político de Ubico, pero además, en Guatemala no había embajador de Trujillo ni, hasta donde se supiese, algún guatemalteco que estuviese a su servicio. El presidente Arévalo había conocido en Argentina a Pedro Henríquez Ureña, que iba morir un año después en Buenos aires. Ese conocimiento fue una de las razones de la simpatía que nos mantuvo en relación durante algunos años, y mi relación con él facilitó la tarea de usar la prensa guatemalteca para denunciar los crímenes de la dictadura dominicana.
Salir de Guatemala no era fácil porque no había comunicación marítima con otros países que debía visitar, como por ejemplo, Venezuela, y tomar un avión para ir a un punto intermedio, como Costa Rica o Panamá, era riesgoso debido a que los aviones que hacían la ruta centroamericana hacían paradas en Tegucigalpa y en Managua, la primera, capital de la Honduras martirizada por Tiburcio Carías Andino, que en ese año 1945 tenía doce tiranizando a su pueblo e iba a prolongar su tiranía cuatro años más, hasta el 1949, y en Managua estaba Anastasio Somoza, conocido en su país por el apodo de Tacho, el asesino de Augusto César Sandino.
La única manera de salir de Guatemala sin correr el riesgo de ser apresado por los socios centroamericanos de Trujillo era tomando en la costa del Pacífico un barco que nos condujera a Panamá, y así lo hicimos; embarcamos en el Salvador, un buque pequeño, de bandera inglesa, que algún tiempo después se hundió en el golfo de México. El Salvador nos condujo a Panamá, de donde salimos en avión hacia Maracaibo, la capital de la región petrolera de Venezuela.
Al levantarnos el primer día de nuestra estancia en Maracaibo para dar un paseo por las calles cercanas al hotel donde nos habíamos hospedado compramos un periódico en el cual un titular de tipos muy grandes daba la noticia de que había muerto Franklin Delano Roosevelt.
Ese acontecimiento, ocurrido en plena Segunda Guerra Mundial, tenía una fecha: 12 de abril de 1945. El año 1945 estaba llamado a ser muy importante desde el punto de vista de la actividad política, tanto a nivel mundial como para los que luchábamos contra las dictaduras del Caribe, de las cuales la peor en todos los sentidos era la de Trujillo. A nivel mundial, ese año iba a terminar la Segunda Guerra, acontecimiento que se alcanzaba a ver desde el momento en que los ejércitos alemanes no pudieron tomar Moscú y empezaron a fracasar en Stalingrado. Para mí la muerte de Roosevelt era preocupante porque no podía prever cómo se comportarían las nuevas autoridades norteamericanas en el trato con Trujillo. En Venezuela gobernaba en esos tiempos el general Isaías Medina Angarita, que no era amigo de Trujillo pero tampoco su enemigo como lo indicaba la insinuación que me había hecho, precisamente en abril de 1945, para que moderara mi propaganda anti trujillista.
En Venezuela nadie pensaba que Medina Angarita podía ser eliminado como lo sería en octubre de ese año, y en consecuencia yo no podía hacerme ilusiones sobre la posibilidad de conseguir el apoyo de ese país en la lucha contra Trujillo; por tanto, el único beneficio que podía sacar de Venezuela sería cierto grado de fortalecimiento de la seccional caraqueña, o venezolana, del Partido Revolucionario Dominicano, y eso podía conseguirlo en dos semanas, pero como al volver a Cuba tendría que buscar alojamiento le pedí a Carmen que se me adelantara para ocuparse de buscar casa y tomar las medidas que conllevaba una mudanza.
En los seis años y medio que había pasado desde el día de mi llegada a Cuba yo había estado viviendo en una atmósfera política envolvente, que era al mismo tiempo de carácter internacional, de carácter regional y de carácter estrictamente dominicano porque en lo que se refería a la lucha anti trujillista mi trabajo se limitaba a lo que hacía dentro del PRD o en el partido. Pero sucedía que en el orden internacional la política estaba representada en la guerra mundial, un acontecimiento que me preocupaba mucho, del cual recibía enseñanzas todos los días a través de las noticias de prensa y radio; pero también influían mucho en mi formación política los hechos que se producían en todo el Caribe, y naturalmente mucho más los de Cuba, donde actuaban en política varios amigos, entre ellos Carlos Prío y Eduardo Chibás, que a petición mía había organizado la recepción, en su casa, de las personas que participaron en el congreso unitario de los dominicanos anti trujillistas que se había celebrado el año anterior.
En los diez meses que había durado mi viaje por México y Guatemala había tomado posesión de la presidencia de la República el Dr. Ramón Grau San Martín, que había sido elegido para ese cargo antes de salir yo de Cuba. Yo no había tenido relaciones personales con el Dr. Grau pero él sabía quién era yo porque antes de las elecciones él le había propuesto a Carlos Prío la fundación de un periódico diario que haría el papel de vocero del Partido Auténtico. Prío era entonces senador por la provincia de Pinar del Río, cargo que mantuvo durante ocho años, desde las elecciones de 1940 hasta las de 1948, en las que fue elegido presidente de la República como sucesor del Dr. Grau. El propio Dr. Grau le puso al periódico un nombre que no tenía sentido, el de Siempre, cuyo director sería Prío, pero Prío no tenía la menor idea de cómo se hacía un periódico y me pidió que yo me hiciera cargo de esa tarea, petición a la que accedí, pero puse condiciones, la primera de ellas que mi nombre no figurara en la nómina de los que redactaban o dirigían ese vocero del Partido Revolucionario Cubano.
Mis tres condiciones
Igual condición puse cuando al ser nombrado primer ministro (jefe del gobierno, mientras que el Dr. Grau seguía siendo jefe del Estado), Prío me pidió que le ayudara en los trabajos que se le presentaban en ese cargo; yo le respondí que no tenía condiciones para ser secretario suyo, a lo que él me contestó diciendo que no me pedía servicios de secretario sino de colaborador en funciones muy concretas, como el estudio de problemas que requirieran análisis detallados de varios aspectos de la vida cubana, sobre todo de los sociales y los económicos. Mi respuesta fue que me diera tres días para pensar lo que debería responderle. En esos tres días tenía que hacerme preguntas que estaban en la obligación de contestarme yo mismo de manera fría. La primera de ellas era cuál sería la opinión que de mí se harían los miembros del Partido Revolucionario Dominicano, lo mismo los de Cuba, los de Estados Unidos, los de Puerto Rico que los de Venezuela cuando les llegara la noticia de que yo estaba trabajando como secretario o ayudante del primer ministro de Cuba, y he dicho secretario porque sabía que los dominicanos exiliados no podían adivinar cuáles serían mis funciones mientras estuviera rindiendo servicios en las oficinas del Premierato de Cuba.
La segunda pregunta no estaba relacionada con los dominicanos del PRD, sino con los que no tenían ningún trato con el Partido Revolucionario Dominicano, vivieran o no vivieran en Cuba, sobre todo con los que vivían en Puerto Rico, muchos de los cuales tenían posiciones anti trujillistas como era el caso de Ángel Morales, y la última era qué pensarían de mí los cubanos dirigentes de partidos políticos, lo mismo los que se oponían al gobierno de los auténticos que los que habían llevado ese partido al poder. En el caso de los cubanos engolfados en esa tercera pregunta mi preocupación era grande, no precisamente porque en esos tiempos en Cuba había aventureros de mala ley que resolvían sus dudas en materia política poniendo en uso las pistolas, y en algunas ocasiones los hubo que las usaban para hacerse de dinero o de posiciones que produjeran dinero, que de todos ellos no había uno solo que pusiera en duda mi dedicación a la lucha anti trujillista y por tanto no había uno de ellos que me atribuyera planes de actuar en la actividad política cubana con fines personales; los que me preocupaban eran los políticos que no dispararían balas sino artículos de periódicos y comentarios de radio en los que se condenara al extranjero que había escalado en forma misteriosa posiciones que no le correspondían. Esas preguntas y mis respuestas fueron hechas en secreto absoluto. Nadie debía enterarse de ellas, y al tercer día, cuando me presenté en el Premierato le dije a Carlos Prío Socarrás que podía contar con mi cooperación si aceptaba las condiciones que iba a presentarle. La primera era que se me respetara el derecho a seguir colaborando con la revista Bohemia para la cual escribía cuentos y artículos, la mayor parte de ellos dedicados a la lucha contra la dictadura de mi país, la segunda, que se me fijara un salario pagado por él, no de los fondos del Premierato ni de ningún otro departamento del gobierno de Cuba; la tercera, libertad de viajar fuera de Cuba cuantas veces tuviera que hacerlo para llevar a cabo actividades anti trujillistas.
Un viaje a Caracas
En octubre de 1945 se sentían en los países de América Latina los efectos políticos de la crisis económica que le dejaba a la humanidad como una herencia la costosa guerra que se había llevado a cabo en Europa, desde septiembre de 1939, cuando comenzó con el ataque nazi a Polonia, hasta el 30 de abril de 1945, día de la muerte de Adolfo Hitler, y en Asia desde el 7 de diciembre de 1941, cuando la flota de guerra norteamericana fue atacada en Pearl Harbour por aviones militares japoneses, hasta el 9 de agosto de 1945, cuando cayó en la ciudad japonesa de Hiroshima, la primera bomba atómica que conoció el género humano. En la región del Caribe los efectos políticos generados por esa guerra se presentaron en Venezuela con el derrocamiento del gobierno que encabezaba el general Isaías Medina Angarita, a quien un grupo de oficiales jóvenes del Ejército sacaron del Palacio Miraflores y pusieron en su puesto a Rómulo Betancourt, el líder del partido Acción Democrática.
Ese acontecimiento tuvo lugar el 15 de octubre y a principios de noviembre estaba yo en Caracas, donde, tal como quedó explicado en mi artículo titulado “Un capítulo nuevo en la lucha contra Trujillo” (revista Política: Teoría y Acción, número 48, marzo de 1984), se iba a celebrar un acto de lo que en un informe enviado al secretario de Estado norteamericano era descrito como “una reunión pública de dominicanos libres”, y tal como el autor de ese informe lo explicaba, se trataba no de “dominicanos libres”, sino de delegados o representantes de organizaciones de dominicanos exiliados, lo que en fin de cuentas venía a ser una demostración de los efectos políticamente beneficiosos que estaba haciendo entre los exiliados dominicanos el ejemplo de organización que había dado el Partido Revolucionario Dominicano, pues antes de que él se fundara nadie había pensado en la creación de un partido o una asociación de anti trujillistas de los que se hallaban fuera de la República Dominicana.
En esa reunión de Caracas no se hicieron acuerdos de unidad entre los diferentes grupos que participaron en ella. Su finalidad era responder, en defensa del gobierno que presidía Rómulo Betancourt, a una ofensiva de ataques diarios que estaba lanzando a toda América, por la vía de la radio, el equipo de defensores de Trujillo; ataques personales, sucios, de la forma más abominable. Al acto en que se respondieron esos ataques, que se llevó a cabo en un salón del local que ocupaba Acción Democrática, fueron, en su casi totalidad, los miembros del Partido Revolucionario Dominicano, seccional de Caracas, y unos contados amigos de personalidades anti trujillistas que vivían en Venezuela. El acto tuvo efecto el 12 de noviembre (1945) y diez días después estaba yo en Port-au-Prince, la capital de Haití, adonde había ido llevando una carta del presidente venezolano, Rómulo Betancourt, para el presidente de Haití, Elie Lescot. Yo le había pedido a Betancourt que me la diera, pero quien la había escrito era yo, y la había escrito con su aprobación después de haberle explicado por qué yo debía visitar Haití y hablar con el presidente Lescot. “Ya está bueno”, le dije, “de hablar y escribir sobre Trujillo y su dictadura. Ya es tiempo de hacer en vez de hablar. Para hacer necesitamos dinero, y mi plan es obtener de Lescot ayuda económica para encabezar la etapa de preparación de una fuerza que libere al pueblo dominicano de su dictador”.
Mi viaje a Haití, mi entrevista con el presidente de ese país, Elie Lescot, y el aporte económico (nada menos que de 25 mil dólares) que él hizo a la lucha contra la dictadura dominicana, fueron explicados en las páginas 225 y siguientes de mi libro 33 Artículos de temas políticos (Santo Domingo, R.D., Editora Alfa y Omega, 1988); pero en ese libro no está dicho que al finalizar el año 1945 la situación política mundial había cambiado radicalmente pues en el mes de agosto la Segunda Guerra Mundial había llegado a su fin con los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, y la paz mundial nos proporcionaba a los dominicanos anti trujillistas una oportunidad para lanzarnos a la acción armada dirigida a derrocar la dictadura. El ejemplo de lo que había sucedido en Venezuela era un estímulo para los que dirigíamos el Partido Revolucionario Dominicano a pesar de que la situación de Venezuela era distinta de la de nuestro país porque ni Medina Angarita era un dictador ni los militares dominicanos se parecían a los militares venezolanos; pero yo creía que cuando llegara la hora de lanzarnos a la lucha armada contra Trujillo, Rómulo Betancourt nos proporcionaría las armas que le pidiera, y lo creía de tal manera que en ningún momento le hablé, o le insinué siquiera, que nos diera ayuda económica para comprar armas; ese tipo de ayuda, pensaba yo, lo darían el gobierno de Cuba o el de Guatemala, y si a última hora pensé en el de Haití fue porque recibí informes de que las relaciones de Lescot con Trujillo eran muy malas debido a que Trujillo había ayudado económicamente a Lescot cuando éste llevaba a cabo su campaña de aspirante a la presidencia de Haití, pero una vez en el poder se negó a complacer peticiones de su colega dominicano.
Yo estaba tan convencido de que Betancourt, a quien se lo había pedido, nos proporcionaría las armas que necesitaríamos para derrocar a Trujillo, tema del cual no decía una palabra a nadie, que consideraba inminente el inicio de las actividades llamadas a culminar en la formación de una fuerza militar, y naturalmente, los 25 mil dólares que me dio el presidente Lescot contribuyeron a convertir esa creencia en una convicción; de ahí que concibiera la necesidad de actuar de tal manera que Trujillo no viera al Partido Revolucionario Dominicano como el enemigo al que debía destruir de inmediato. Para mí, que Trujillo estuviera pensando en aniquilar al PRD era algo natural porque él estaba al tanto de las relaciones que yo mantenía con el presidente Betancourt, de quien era enemigo desde el año 1929 y contra el cual mantenía en esos días finales de 1945 una campaña de descrédito feroz.
En el artículo titulado “Un episodio de la lucha contra Trujillo: Cartas Cruzadas con el Cónsul de Trujillo en Curazao”, publicado en las páginas 233 y siguientes del mencionado libro 33 Artículos de temas políticos, se explica la táctica que se usó para darle a Trujillo la impresión de que el PRD no iba a atacarlo militarmente y el papel que jugó en ese episodio Buenaventura Sánchez, el secretario general de la seccional de Caracas del PRD. Los pormenores de esa maniobra táctica fueron expuestos en un folleto de 42 páginas que se publicó en La Habana (Talleres de Unidad Auténtica, Dolores Nº 259, Víbora, julio de 1948), es decir, varios meses después de haber fracasado la expedición conocida con el nombre de Cayo Confites, para que quedara constancia de que antes de Cayo Confites la dirección de la política anti trujillista era llevada a cabo en el exilio por el Partido Revolucionario Dominicano.
No nos dieron las armas
Con los 25 mil dólares de Lescot se compró un avión Douglas DC-3 en el cual vendríamos a la República Dominicana de 50 a 60 hombres con armas para 200. El avión había costado 12 mil dólares, precio bajísimo porque era lo que entonces se llamaba sur-plus de guerra, esto es, equipos de los que los ejércitos de Estados Unidos habían usado en la Segunda Guerra Mundial. Del dinero restante se compraron después un AT-3, que se usaría como avión de entrenamiento, y un Cessna de dos motores para los viajes que tuvieran que hacer los jefes militares o políticos entre Cuba y otros países o en la República Dominicana cuando estuviéramos en el país. El dinero sobrante, unos 3 mil dólares, le fue devuelto a Lescot cuyo hijo Gérard se los llevó a Canadá.
Yo estaba tan confiado en que Rómulo Betancourt nos proporcionaría las armas, que en realidad eran pocas, para iniciar la guerra contra Trujillo, que envié a Santo Domingo un mensajero de apellido Freire, chileno él, de origen ecuatoriano, para que le informara al licenciado Antinoe Fiallo que estábamos listos para llegar al país; que iríamos en avión con tantos hombres y tantas armas y que lo único que necesitábamos era que se nos dijera en qué lugar se nos esperaría, y al mensaje se le agregaba la aclaración de que el avión podía aterrizar en cualquier lugar llano en el que no hubiera árboles ni cercas. A su vuelta a Venezuela el mensajero dijo que el lugar apropiado para la llegada del avión en que irían los hombres y las armas que enviaría el Partido Revolucionario Dominicano eran unos secaderos de cacao que había en una finca situada en las vecindades de La Piña cuyo propietario se llamaba Juan Rodríguez, con quien Antinoe Fiallo había concertado un acuerdo.
Tan pronto el mensajero me hizo saber que se hallaba en Caracas de regreso y que en el país se nos esperaba, fui a ver a Virgilio Mainardi para invitarlo a ir conmigo a Venezuela. Lo elegí a él en esa ocasión porque Ángel Miolán y Alexis Liz tenían compromisos de trabajo y familiares. El viaje fue hecho en el avión DC-3, salimos de un aeropuerto privado situado en un lugar llamado Santa Fe, a poca distancia de La Habana, y el piloto era el aviador norteamericano que había actuado como comprador y dueño de ese avión y del AT-3 y el Cessna. El destino era Maracay, ciudad venezolana donde en los años de la dictadura de Juan Vicente Gómez se hallaban los comandos militares, y en ese momento (mayo-junio de 1946) estaba allí la jefatura de la aviación. Desde Maracay me dirigí, acompañado por Mainardi, a Caracas donde me proponía ver inmediatamente a Betancourt para reclamarle las armas que le había pedido en noviembre del año anterior.
Rómulo Betancourt no aportó las armas que le habíamos pedido; explicó, a su modo, la imposibilidad de entregarnos 200 fusiles y tiros suficientes para usarlos, y lo hizo de tal manera que yo salí de la Casa Presidencial de Caracas convencido de que debía buscar esas armas en otra parte, no en Venezuela. Cuando llegamos a Maracay, Mainardi y yo nos dimos cuenta, tan pronto entramos en el avión DC-3 en el cual habíamos llegado, de que más de una persona habían estado registrando los sitios en que podía esconderse algo, aunque fuera un papel, lo que nos llevó a comentar la posibilidad de que el gobierno de Rómulo Betancourt estuviera en peligro de ser derrocado por un golpe de Estado militar semejante al que había derrocado al gobierno de su antecesor, es decir, el de Medina Angarita.
El fracaso de Cayo Confites
El Partido Revolucionario Dominicano no pudo llevar a la práctica sus planes pero lo que había hecho para ponerlos en práctica dio un resultado: la expedición de Cayo Confites, que a su vez fracasó debido a la intervención de las Fuerzas Armadas de Cuba que nos apresaron en alta mar, cuando navegábamos cruzando el Canal de los Vientos en dirección a Haití, de donde pasaríamos a territorio dominicano. A la fecha en que escribo estas líneas, a más de treinta años después del fracaso de ese movimiento, se me ha dado la información de que para actuar como lo hizo, el general Genoveno Pérez Dámera, jefe de las Fuerzas Armadas cubanas, recibió de parte de Trujillo 350 mil dólares que le fueron llevados por Porfirio Rubirosa y Juan Antonio Álvarez.
En cuanto a lo que he dicho hace algunas líneas, que la expedición de Cayo Confites fue resultado de las gestiones frustradas que hizo el PRD para traer hombres y armas con los cuales debía empezar una acción destinada a derrocar el gobierno de la tiranía trujillista, la explicación de esa afirmación es la siguiente: Juan Rodríguez, el rico terrateniente que ofreció una de sus fincas como lugar en el cual debía aterrizar el avión DC-3 en que llegarían al país los revolucionarios y las armas que enviaría el PRD, respondió al fracaso de esos planes de manera positiva: se reunió con algunos grandes propietarios a quienes les planteó la necesidad y al mismo tiempo la conveniencia de aprovechar la disposición de venir al país que tenían los dominicanos exiliados para iniciar con ellos un levantamiento armado que sacara del poder a Trujillo y su familia, obtuvo el respaldo político y económico de esos terratenientes y salió del país con 80 mil dólares, cantidad de dinero con la cual pudieron conseguirse las armas y los barcos, e incluso algunos aviones además de los que tenía el PRD, con los cuales se organizó la frustrada expedición. La frustración le costó la vida a Juan Rodríguez, un dominicano cuyo nombre desconoce su pueblo porque la Historia reserva las páginas en que se describen los hechos importantes sólo para los autores de esos hechos, no de los que no llegaron a realizarlos aunque hicieran todo lo necesario para ser sus ejecutores.
El fracaso de Cayo Confites puede fecharse en los días finales de septiembre de 1947. Al año siguiente, usando las armas de Cayo Confites, encabezó José Figueres el levantamiento armado de Costa Rica para servir en el cual le fue enviado el avión Cessna del PRD, que se accidentó en Guatemala pero salvaron la vida los dos miembros del Partido que iban en él: Virgilio Mainardi y un hermano de Manuel Fernández Mármol.
En noviembre de 1950, a propuesta de Ángel Miolán, la dirección de la seccional de La Habana se reunió en Arroyo Naranjo, el lugar donde estaba yo viviendo, para modificar los estatutos del Partido a fin de que pudieran ser válidos en territorio dominicano en caso de que en el país sucedieran hechos que dieran al traste con la dictadura. Para esa fecha se habían sumado al Partido varias personas que habían llegado a Cuba, como los hermanos Teófilo (Telo) y Hernando (Nando) Hernández; eso sucedió también en Curazao, Aruba, Puerto Rico, Nueva York; en cambio, la seccional de Caracas había quedado aislada desde que el gobierno de Acción Democrática, presidido por Rómulo Gallegos, fue derrocado en 1948 por un golpe de Estado militar.
A fines de 1950 la situación política de la región del Caribe no era igual, ni siquiera parecida, a la de 1948. En 1948 había sido elegido presidente de Cuba Carlos Prío Socarrás, en quien el Partido Revolucionario Dominicano tenía no sólo un amigo sino un colaborador que lo era por varias razones. La primera de ellas consistía en sus orígenes políticos, que se hallaban en la lucha del pueblo cubano para sacar del poder a Gerardo Machado, el peor de los gobernantes que había conocido Cuba, y como ese pasado tuvo mucho que ver en su elección a la presidencia de su país, cuando se hiciera cargo del gobierno no podía ignorar la repulsa a la dictadura de Trujillo de que daba muestras el pueblo cubano; y si eso no fuera bastante para mantener en él una conducta anti trujillista, sucedía que era cuñado del Dr. Enrique Cotubanamá Henríquez, el creador del PRD y mantenía una estrecha relación política conmigo que había pasado a ser el secretario general del Partido en La Habana, lo que significaba que lo era de la totalidad del PRD.
A mí me tocó jugar un papel importante en las actividades políticas de Carlos Prío Socarrás y él sabía que el precio que yo cobraría por los servicios que le prestaba sería la participación del gobierno de Cuba en la lucha contra Trujillo, y como su elección a la presidencia de su país significaba que había llegado el momento en que debería prepararse para hacer el pago que yo iba a reclamar, aceptó sin demora mi propuesta de hacer, antes de tomar posesión del cargo para el cual había sido elegido, un viaje a Guatemala, Costa Rica y Venezuela para iniciar con los gobernantes de esos países una relación basada fundamentalmente en la aprobación de un plan destinado a sacar de la
República Dominicana a Rafael Leónidas Trujillo. Al mismo tiempo que el logro de ese fin con medios y métodos políticos, Prío Socarrás debería aprovechar la oportunidad de conocer a los líderes militares de Guatemala y Venezuela; no los de Costa Rica porque Figueres había disuelto el Ejército de su país tan pronto llegó a la presidencia de la República. Lo último tenía su explicación en la necesidad de contar con apoyo militar en Guatemala y Venezuela en el caso de que hubiera que recurrir a las armas para liquidar la dictadura dominicana.
Como yo mantenía relaciones de amistad con el presidente de Guatemala, Juan José Arévalo, y con los coroneles Jacobo Arbenz y Francisco Javier Arana, jefes que fueron del movimiento militar que sacó del poder a Federico Ponce, sucesor de Jorge Ubico, y mantenía amistad muy estrecha con José Figueres y con Rómulo Gallegos, presidente de Venezuela, así como relaciones amistosas con el coronel Carlos Delgado Chalbaud y con el mayor Mario Vargas, ambos figuras de peso en las Fuerzas Armadas venezolanas, y sobre todo, amistad de largo tiempo con Rómulo Betancourt, Andrés Eloy Blanco, Luis Beltrán Prieto y numerosos e importantes dirigentes de Acción Democrática, me tocó a mí la tarea de viajar a Guatemala, Costa Rica y Venezuela para proponer la visita del presidente electo de Cuba a esos países y concertar las entrevistas que tendrían lugar, una en la ciudad de Guatemala, otra en San José de Costa Rica y otra en Caracas para acordar un plan político común destinado a conseguir la democratización del gobierno de Trujillo y de ser eso imposible, organizar una expedición armada que liberara a la República Dominicana de su dictador. En esas entrevistas estaría yo presente.
Llevando armas a Costa Rica
De los cuatro presidentes mencionados, el único que aprobó el plan de la expedición armada, si no había solución política para liberar al pueblo dominicano de la tiranía que estaba explotándolo y matándolo desde hacía 18 años, fue José Figueres, que ofreció el territorio costarricense para establecer un campamento donde se entrenaran los dominicanos que quisieran formar parte del cuerpo expedicionario; pero se convino en que tres meses después de que Prío Socarrás tomara el poder, lo cual debía suceder, por mandato constitucional, el 10 de octubre de ese año 1948, los cuatro gobiernos convocarían a una reunión a ser celebrada en Venezuela en la cual se acordarían planes sustitutos para alcanzar la finalidad perseguida: la derrota de la tiranía de Trujillo.
Esa reunión no pudo darse porque cinco semanas después de la toma de posesión por Carlos Prío Socarrás del gobierno de Cuba fue derrocado el de Rómulo Gallegos por un golpe militar que encabezaron los coroneles Marcos Pérez Jiménez y Carlos Delgado Chalbaud. Un mes después, Anastasio Somoza, el dictador de Nicaragua que tenía entonces 22 años manejando su país como si fuera propiedad suya, lanzó su Guardia Nacional contra Costa Rica y Figueres me llamó por teléfono para encomendarme la misión de pedirle al presidente Prío Socarrás armas con que enfrentar el ataque del tirano nicaragüense, pues como se dijo hace poco, al tomar el poder en su condición de jefe de un levantamiento militar, Figueres había desbandado el Ejército de su país y no lo sustituyó con los guerrilleros que tomaron, bajo sus órdenes, la capital costarricense. Prío le ordenó al general Raúl Cabrera, el jefe militar de Cuba, que me entregara las armas solicitadas por Figueres, las cuales estaban depositadas en el cuartel de San Ambrosio, que se hallaba en La Habana Vieja, denominada así porque era la parte antigua de la capital de Cuba; de allí fueron conducidas en un camión a Colombia, nombre del campamento militar de La Habana, donde había un pequeño aeropuerto, también militar, y a las pocas horas estábamos volando hacia San José de Costa Rica, en un DC-3 conducido por el piloto militar Francisco Gutiérrez (Panchito), un dominicano llamado Pompeyo Alfau y yo. Alfau, que no era miembro del Partido Revolucionario Dominicano pero era anti trujillista, pudo acompañarme en ese viaje porque llegó a mi casa en el momento en que yo salía hacia el cuartel de San Ambrosio, pues no disponía de tiempo para darles conocimiento de mi viaje ni a Ángel Miolán ni a Virgilio Mainardi ni a Alexis Liz, que eran los compañeros perredeístas con quienes podía tener contacto rápido debido a que vivían en lugares fácilmente accesibles para mí.
Al bajar del avión llamé desde el aeropuerto a Figueres para decirle que lo que me había pedido estaba allí pero que era necesaria la presencia de alguna autoridad gubernamental para proceder a la descarga inmediata de los efectos de los cuales era portador, y en pocos minutos estaba en el aeropuerto el jovial y activo líder costarricense, que de hombre del común había dado un salto descomunal hacia el más alto sitial de la política de Costa Rica para lo cual le habían servido como anillo al dedo las armas que se habían adquirido para enfrentar la más vieja y más criminal de las tiranías del Caribe: la de Rafael Leónidas Trujillo.
250 mil dólares para Acción Democrática
Ahora me toca distraerme por unos minutos de la historia del Partido Revolucionario Dominicano para explicar por qué, además del derrocamiento del gobierno de Rómulo Gallegos, que provocó la ruptura de nuestras relaciones con Venezuela, lo que significaba un golpe muy fuerte para el Partido, perdimos el apoyo que teníamos en Costa Rica cuando José Figueres tuvo que entregar la presidencia de su país a poco de empezar el año 1949. Figueres no había llegado a la jefatura del Estado de Costa Rica por la vía electoral sino impulsada por un movimiento armado, que como se dijo ya, fue hecho con las armas de Cayo Confites. Ese movimiento tuvo su origen en un fraude electoral que llevó a cabo el gobierno de Teodoro Picado en las elecciones de febrero de 1948 para evitar que esas elecciones fueran ganadas por Otilio Ulate, y empezó en el mes de marzo; el 24 de abril la guerrilla figuerista tomó la capital del país y el 8 de mayo quedó formada una Junta de Gobierno presidida por Figueres que declaró instalada la Segunda República cuya duración terminaría cuando una Asamblea Constituyente dictaminara quién había ganado las elecciones ese año; el veredicto, que se dio al comenzar el mes de enero de 1949, favoreció a Otilio Ulate, a quien la Junta que presidía Figueres le entregó el poder, con lo cual el Partido Revolucionario Dominicano perdió el apoyo del gobierno costarricense porque Ulate, periodista y propietario de un periódico, no tenía el menor interés en lo que sucedía en la República Dominicana o en Nicaragua; más aún, terminó siendo un aliado del dictador de Nicaragua.
Así, a poco de comenzar el año 1949 la dirección del PRD sólo podía contar con el apoyo de dos gobiernos del Caribe: el de Prío Socarrás y el de Juan José Arévalo, pero el PRD no tenía organización en Guatemala, de manera que cuando había que hacer alguna gestión en la que se requiriera el apoyo del gobierno de ese país tenía que ir yo a solicitar la ayuda del presidente Arévalo.
Mientras tanto, en Venezuela la situación política se complicaba y el resultado de las complicaciones era cambios en el gobierno, pero sin salir del poderío militar, y la salida del país de dirigentes de Acción Democrática era frecuente. En los primeros tiempos en Cuba estuvieron viviendo Rómulo Gallegos, Andrés Eloy Blanco, Luis Beltrán Prieto y varios más de menos categoría que ellos, y por fin pasó a establecerse en La Habana Rómulo Betancourt con su familia que consistía en su esposa, Carmen Valverde, con quien había contraído matrimonio en Costa Rica en los años de la dictadura de Juan Vicente Gómez, y su hija Virginia.
Acción Democrática y el Partido Revolucionario Dominicano eran aliados naturales y también lo serían el PRD y Liberación Nacional, nombre que se le dio al que fundaría Figueres, a pesar de que en Costa Rica apenas vivían tres o cuatro dominicanos, de los cuales era perredeísta solo uno, Amado Soler Fernández, que sería asesinado en Nicaragua por la Guardia Nacional. También era el PRD aliado del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), pero nunca le pedí a Prío Socarrás ayuda económica para el Partido; sin embargo, le pedí una de
250 mil dólares para Acción Democrática, y cuando llegó la hora de recibir ese dinero le pedí a Figueres que fuera conmigo a recibirlo y a entregárselo a Rómulo Betancourt. Muchos años después Figueres recordaba ese episodio de la historia política del Caribe diciendo, en presencia de un alto funcionario del gobierno dominicano: “El recibo de ese dinero, firmado por Juan y por mí, debe aparecer algún día en los archivos del Ministerio de Educación de Cuba”.
El peor de los golpes que iba a recibir el Partido Revolucionario Dominicano fue el derrocamiento del gobierno cubano que presidía Carlos Prío Socarrás, un acontecimiento fatal para los luchadores anti trujillistas que residían en Cuba, el país donde se hallaba la dirección de todas las seccionales del Partido. A partir de ese momento —10 de marzo de 1952— los miembros de esa seccional tendrían que limitar sus actividades a declaraciones escritas o verbales y a la publicación en periódicos y revistas de artículos en los que se denunciaran algunos de los crímenes de Trujillo, pues a ninguno de los que combatíamos desde Cuba a la dictadura trujillista se le podía ocurrir la idea de que con el retorno al poder de Fulgencio Batista se presentaría la posibilidad de organizar un nuevo Cayo Confites o algo parecido, mientras que yo tenía la promesa, conservada en estricto secreto, de que en los meses que transcurrieran entre las elecciones en que debía quedar elegido el sucesor de Prío Socarrás y el 10 de octubre de 1954, fecha de toma de posesión del nuevo presidente, el Partido Revolucionario Dominicano recibiría toda la ayuda que necesitara para llegar armado a los dominios de Trujillo con la única condición de que la salida no fuera de un puerto o de un aeropuerto cubano, pero tanto Prío como Rómulo Betancourt confiaban en que antes de 1954 sería derrocada la dictadura de Pérez Jiménez —y por estar seguro de eso Prío Socarrás aportó a los fondos de Acción Democrática los 250 mil dólares que le entregamos a Betancourt Figueres y yo—, lo que a su vez nos autorizaba a pensar que en los meses de agosto, septiembre y octubre el PRD estaría combatiendo en la República Dominicana porque saldríamos, debidamente armados por el gobierno cubano, de algún punto de Venezuela.
Al producirse el golpe de Batista, Prío Socarrás se asiló en la Embajada de México y pocos días después decidió irse a México, y yo fui al aeropuerto a despedirlo. Lo hice sabiendo el riesgo que corría porque yo no era cubano y podía ser acusado de agente subversivo del presidente depuesto que había ido al aeropuerto a recibir órdenes suyas, pero yo no podía pasar a los ojos de los cubanos que conocían mis nexos con Prío Socarrás como un oportunista y aventurero que en la hora negra de Prío le daba la espalda. Algún tiempo después —tal vez dos o tres meses— Prío me envió con Sergio Pérez, cubano con quien yo mantenía una estrecha amistad de muchos años, el mensaje de que me fuera a México, llevándome la familia, para trabajar allí y en Estados Unidos, adonde pensaba trasladarse, en condición de secretario suyo, propuesta que me negué a aceptar. Mis relaciones con Prío Socarrás, mientras estábamos él y yo en Cuba, se explicaban por lo que él podía aportar en la lucha del Partido Revolucionario Dominicano contra Trujillo, ¿pero qué podía hacer él en favor de la causa anti trujillista desde México, donde era un exiliado, o desde Estados Unidos, si decidía irse a vivir a ese país? Además, yo no tenía las condiciones que debe tener un secretario.
Después del golpe de Batista los trabajos de la seccional de La Habana, esto es, de la dirección del PRD, se paralizaron a tal punto que los que la formábamos nos reuníamos ocasionalmente, cuando llegaba algún miembro del Partido que iba a la capital cubana de Guantánamo o Santiago de Cuba, lo que sucedió muy pocas veces, y de pronto, en la mañana del domingo 26 de julio de 1953 llegó hasta el lugar donde estaba viviendo (Santa María del Rosario, cerca de La Habana) la noticia del asalto al cuartel Moncada, ejecutado 14 ó 16 horas antes.
(Próxima entrega: Mí salida de Costa Rica, luego de la Paz a Santiago de Chile)
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