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martes, 24 de marzo de 2020

BOSCH: AUTOBIOGRAFÍA POLÍTICA

BOSCH: AUTOBIOGRAFÍA POLÍTICA, LA HISTORIA DE LA FUNDACIÓN DEL PRD Y DE LOS ORÍGENES DEL PLD
Juan Bosch y Felix  Servio Ducoudray
Juan Bosch, en su libro “PLD un Partido Nuevo en América” narra la historia de la fundación del PRD, en Cuba 1939, y toda la trayectoria por la que paso ese partido mientras él estuvo al frente de su dirección. En este libro expone las causas que lo llevaron a abandonar el PRD en noviembre de1973, partido que fundara junto a otros dominicanos en 1938, entre ellos, el Dr. Enrique Cotubanamá Henríquez. Justifica la renuncia del PRD para luego fundar un nuevo Partido, el PLD. Quiso hacer del PLD un partido con las condiciones políticas e ideológicas dispuesto a completar la obra de Juan Pablo Duarte, que era la liberación económica, política y cultural de la República Dominicana. En este libro, “PLD un Partido Nuevo en América”, el Profesor Juan Bosch hace una especie de autobiografía política. Cuenta en qué momento y en qué circunstancias se inicia en la política militante, asumiendo el reto de luchar por su patria para liberarla de la dictadura oprobiosa de Trujillo para que los dominicanos y dominicanas vivieran una vida más justa y digna en libertad política y social. La lectura de este libro nos permite seguir la evolución cualitativa del pensamiento social y político de Juan Bosch.

Informamos a nuestros amigos lectores que a partir de hoy, por considerarlo sumamente importante para comprender el pensamiento de Bosch. Presentaremos a través del blog, 30 de Junio Digital capitulo por capitulo, el libro ”PLD un Partido Nuevo En América”. Esperamos que lo disfruten

EL PLD: UN PARTIDO NUEVO EN AMÉRICA
Juan Bosch

Primera entrega

¿Por qué se ha escrito este libro?
Por varias razones. Una de ellas es proporcionarles a los miembros del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) que ingresaron en él años después de haber sido fundado el conocimiento de las causas de su fundación, porque ese conocimiento fortalece en ellos su sentimiento partidista; otra razón es la necesidad de dejar constancia, para que lo tomen en cuenta, de manera especial los que piensan que el PLD es un partido del tipo del Reformista Social Cristiano (PRSC), o del Revolucionario Dominicano (PRD), que en nuestro país hay por lo menos una organización política que ha creado normas de organización absolutamente nuevas, que no eran conocidas en la República Dominicana pero tampoco en otros lugares de América, lo que quiere decir que la manera como se ha organizado y funciona el PLD ha sido una creación política puramente nacional.
Lo que acaba de ser dicho no es un alarde ni cosa parecida, y si alguien piensa que en un país como el nuestro, de conocido retraso en todos los órdenes, no puede darse una muestra de desarrollo político como el que pretendemos haber alcanzado los fundadores del PLD, lo invitamos a leer este libro, en el cual se expone de manera detallada el proceso que se siguió para organizar el partido descrito en las páginas de los orígenes del PLD.
Fue precisamente el atraso político del pueblo dominicano que produjo, como reacción ante ese atraso, la necesidad de crear un partido que debía operar como formador de cuadros, de hombres y mujeres nuevos en su posición ante los problemas que afectan al pueblo; o dicho de otra manera, hombres y mujeres capaces de enfrentar los males nacionales con la seriedad y la asiduidad con que lleva a cabo sus tareas la monja católica en un país africano o de América.

Los orígenes del PLD fueron escritos en una serie de artículos que ahora figuran como capítulos; cada artículo se publicaba semanalmente en Vanguardia del Pueblo, el órgano del Partido de la Liberación Dominicana, y al compilar esos artículos en un volumen se hace fácil enviar ejemplares a países de la lengua española e incluso a centros urbanos norteamericanos donde haya concentración de hispanohablantes, lo que se hará con un propósito político: dar a conocer la existencia en la República Dominicana de un partido cuyo esquema organizativo puede ser reproducido en países del Tercer Mundo, todos los cuales avanzarían en el orden político reproduciendo el PLD. Hacer lo posible para que eso suceda es un deber que nos ordena cumplir la entrañable fraternidad que une a todos los iberoamericanos.

Este libro servirá también para que los comentadores de la política nacional aprendan a distinguir la diferencia que hay entre los líderes y los caudillos, conceptos que la casi totalidad de esos comentadores ignoran cuando se refieren al autor de los orígenes del PLD calificándolo de caudillo. El caudillo es el que manda; el líder es el que dirige.
En un partido de organismos no puede haber caudillos ni mayores ni menores, porque en los organismos se toman decisiones por votación, no por imposición de una persona.

Naturalmente, en el libro cuya introducción se hace con estas líneas no se puede explicar toda la complejidad de la vida del PLD; eso sólo se explica militando en sus filas o haciendo un curso que la dirección del Partido de la Liberación Dominicana puede organizar para quienes deseen conocer en todas sus manifestaciones cómo funciona nuestro partido, siempre, desde luego, que los que deseen participar en ese curso demuestren, de manera convincente, que lo que se proponen es aprender del PLD lo que el PLD puede enseñar para beneficio de otros partidos, no los que quieran hallar en el PLD lo que no se les ha perdido.

Juan Bosch
Santo Domingo, R.D.,
23 de junio de 1989.
Los orígenes del Partido de la Liberación Dominicana no se hallan a la distancia de los 15 años transcurridos desde el día 15 de diciembre de 1973, fecha en la cual se llevó a cabo su fundación; en realidad son más lejanos, nada menos que 34 años —un tercio de siglo— antes de ese día, pues fue en el 1939 cuando se inició la etapa política de mi vida, que comenzó con la fundación del Partido Revolucionario Dominicano, que no fue obra mía como ha dicho alguien sino de un médico nacido en la República Dominicana pero llevado a Cuba cuando tenía 2 años. Ese médico se llamaba Enrique Cotubanamá Henríquez y era hijo del Dr. Francisco Henríquez y Carvajal, lo que deja dicho que era hermano de Pedro y Camila Henríquez Ureña, pero nacido de un segundo matrimonio de su padre pues Salomé Ureña de Henríquez, la madre de Henríquez Ureña, había muerto en 1898.

El Dr. Enrique Cotubanamá Henríquez, a quien sus amigos y familiares llamaban Cotú, no olvidaba que había nacido en la República Dominicana, donde su padre y sus hermanos mayores eran figuras de gran prestigio intelectual y político, y en Cuba leía la revista Carteles en la cual se publicaron cuentos míos en 1936 y 1937. En esos años los cubanos vivían los sacudimientos políticos que produjeron la lucha contra la dictadura de Gerardo Machado y la caída del dictador, ocurrida al comenzar el mes de septiembre de 1933. Entre los efectos de esos sacudimientos estuvo la creación del Partido Revolucionario Cubano, que fue bautizado con el mismo nombre que tuvo el que había fundado José Martí para organizar con él la Guerra de Independencia iniciada en febrero de 1895. El Partido Revolucionario Cubano de los años posteriores a la caída de Machado era conocido por la denominación de auténticos que se les daba a sus miembros, y en su creación jugó un papel de cierta importancia el Dr. Enrique Cotubanamá Henríquez, a quien le tocó redactar la parte doctrinaria de esa organización política. Todo lo dicho en el párrafo anterior sirve para explicar por qué el Dr. Henríquez bajó cierto día del año 1938 a los muelles de la capital dominicana adonde había llegado en uno de los barcos cubanos que hacían la ruta Habana-Santiago de Cuba-Santo Domingo y se dirigió a la casa de un familiar al que le preguntó mi dirección. La respuesta que le dieron fue que yo estaba viviendo en San Juan de Puerto Rico, y unos meses después el Dr. Henríquez se presentó en la Biblioteca Carnegie, donde yo trabajaba en la transcripción de todo lo que había escrito Eugenio María de Hostos.

(Esa transcripción se hacía en maquinilla de escribir con el propósito de organizar la producción literaria del gran pensador puertorriqueño que iba a ser publicada en la colección de sus obras completas). Lo que el Dr. Henríquez fue a tratarme, o mejor sería decir, a proponerme, fue que yo debía dedicarme a la creación de un partido político cuya finalidad sería liberar a la República Dominicana de la dictadura trujillista. Ese partido, explicó, se llamaría Revolucionario Dominicano como el de Cuba se llamaba Revolucionario Cubano. Entre las cosas que dijo la que me impresionó fue su oferta de escribir todo lo que se refiriera a la base ideológica o doctrinaria del Partido Revolucionario Dominicano. Yo le oía sin hacer el menor comentario y mucho menos preguntas porque lo que él decía era para mí tan novedoso como si el Dr. Henríquez hablara en una lengua extraña.

No quería ser político

Yo no quería ser político. Para mí la política era lo que me había llevado a abandonar mi país, pues tal como lo dije en una carta dirigida a Trujillo, fechada en San Juan de Puerto Rico el 27 de febrero de 1938, cuatro o cinco meses antes de recibir la visita del Dr. Henríquez, de seguir viviendo en la República Dominicana, “además de no poder seguir siendo escritor, tenía forzosamente que ser político”, y aclaraba: “...yo no estoy dispuesto a tolerar que la política desvíe mis propósitos o ahogue mis convicciones y principios. A menos que desee uno encarar una situación violenta para sí y los suyos, hay que ser político en la República Dominicana. Es inconcebible que uno quiera mantenerse alejado de esa especie de locura colectiva que embarga el alma de mi pueblo y le oscurece la razón: el negro, el blanco, el bruto, el inteligente, el feo, el buenmozo: todos se lanzan al logro de posiciones y de ventajas por el camino político.
¿Cómo es posible que no se comprenda que la política no es arte al alcance de todo el mundo? La marcha de la sociedad la rigen los políticos; ellos deben ser seis, siete; así es en todos los países y así ha sido siempre; nosotros involucramos los principios universales y exigimos que las mujeres, los niños y hasta las bestias actúen en política. Yo, que repudiaba y repudio tal proceder, vivía perennemente expuesto a ser carne de chisme, de ambiciones y de intrigas. Yo no concibo la política al servicio del estómago, sino al de un alto ideal de humanidad”.


Tan fuerte era mi repudio a la actividad política que se ejercía en la República Dominicana, que en otro párrafo de esa carta le decía al dictador: “Yo sé que he salido de mi tierra para no volver en muchos años, porque considero que la actual situación será de término largo y porque sé que fuera de un cargo público yo no tendría ahora medios de vida en mi país, y no podría estar en un cargo público absteniéndome de hacer política”. El criterio que exponía en esa carta se lo expuse también al Dr. Henríquez, sin mencionarle el hecho de que yo le había escrito a Trujillo diciéndole lo que significaba para mí la política tal como ella se aplicaba en mi país, y la mayor parte del tiempo que usamos en hablar de ese tema la consumió él explicándome la diferencia que había entre la política que se ejercía en Cuba y la que se llevaba a cabo en la República Dominicana. Precisamente, decía el Dr. Henríquez, para que el pueblo dominicano pudiera aprender en la práctica diaria qué es la política y cómo debe ejercerse, era absolutamente necesario librar al país de la tiranía trujillista.

Esa entrevista con el hijo del Dr. Francisco Henríquez y Carvajal me dejó tan impresionado que pocos días después empecé a buscar información acerca de cómo había organizado José Martí su Partido Revolucionario Cubano, y lo que llegué a saber fue poco, o mejor sería decir muy poco. Lo que me interesaba era tener una idea precisa de lo que había que hacer para formar hombres que al mismo tiempo que tuvieran una idea clara de lo que debía ser la política dominicana supieran cómo actuar para sacar del poder a Trujillo y a sus colaboradores más cercanos. Nada de eso fue tratado en la conversación que sostuve con el Dr. Henríquez, y por mucho que busqué, en la Biblioteca Carnegie no hallé un libro que pudiera ayudarme a aclarar mi concepto de lo que era la política.

Una cosa piensa el burro...

Como desde mi niñez había leído en la casa de mi abuelo materno la historia del Cid Campeador y en la mía el Don Quijote, y como mi padre destacaba siempre que se hablaba de episodios históricos de algún país, sobre todo si se trataba de uno europeo, la importancia de los jefes militares no sólo en las guerras sino también en actividades civiles, yo crecí con una idea fija, aunque no sabía por qué, acerca del papel que juega en cualquier país la persona que ahora llamamos líder, y en la conversación que mantuve con él, o sería más apropiado decir que él mantuvo conmigo, le pregunté al Dr. Henríquez quién, a su juicio, debía o podía ser el líder de ese partido que él me proponía fundar, y su respuesta fue que debía ser yo, a lo que respondí diciendo que yo no tenía las condiciones que se requerían para dirigir un partido político; que a mi juicio el líder debía ser el Dr. Juan Isidro Jiménez Grullón, que llevaba un nombre conocido en todo el país porque su abuelo, que tenía el mismo nombre, había sido presidente de la República dos veces, y su bisabuelo lo había sido una vez; le expliqué que el Dr. Jiménez Grullón estaba viviendo en Nueva York, pero que yo le pediría que viajara a Puerto Rico para hablar con él sobre la posibilidad de fundar el Partido Revolucionario Dominicano. El Dr. Henríquez halló que lo que yo decía tenía sentido, y en la noche de ese mismo día, mientras el buque cubano en que había llegado a San Juan de Puerto Rico navegaba de retorno a Cuba, le escribí al Dr. Jiménez Grullón pidiéndole que se llegara a San Juan donde tenía algo importante que tratarle.

Cuando el Dr. Jiménez Grullón llegó a San Juan yo le tenía preparada una conferencia que debía dar en el Ateneo Puertorriqueño, el lugar donde se reunían los intelectuales más conocidos de la isla borinqueña. Allí había dado yo una titulada Mujeres en la vida de Hostos. La del Dr. Jiménez Grullón sería sobre la situación política de la República Dominicana, y al decirla se lució porque era un orador natural que sabía usar las palabras y además sabía manejar las manos cuando tenía que moverlas para reforzar con sus movimientos lo que iba diciendo. Con esa conferencia el nieto del jefe del partido que llevó su nombre (el Gimenista, popularmente conocido como el de los bolos) quedó presentado a los intelectuales de Puerto Rico, primer escalón, pensaba yo, de la escalera que debía conducirlo al liderazgo del futuro Partido Revolucionario Dominicano, si ese partido era creado como lo proponía el Dr. Enrique Cotubanamá Henríquez.

El Dr. Henríquez volvió a Puerto Rico y en esa segunda ocasión le presenté al Dr. Jiménez Grullón. Con la presentación quedaba yo libre de seguir ocupándome en tareas políticas, al menos, así lo creía, pero el campesino dominicano de esos años repetía con frecuencia un refrán: “Una cosa piensa el burro y otra el que lo está aparejando”, y el que aparejaba al burro de la historia dominicana tenía planes diferentes a los míos; tan diferentes que de buenas a primeras Adolfo de Hostos, hijo de Eugenio María de Hostos, entró en el salón de la Biblioteca Carnegie, donde bajo mi dirección dos mecanógrafas copiaban los trabajos de Hostos, y me dijo: “Prepárese para ir a Cuba a dirigir la edición de las obras completas. El concurso de su publicación ha sido ganado por una editorial cubana. Por su trabajo allá se le pagarán 200 dólares mensuales”. En la vida de algunos seres humanos se dan hechos que parecen fortuitos y no lo son, pero es al cabo de algún tiempo cuando los protagonistas de esos hechos advierten que no fueron casuales. Por ejemplo, un año antes de mí llegada a La Habana rodeado de varios bultos en los que iban las copias mecanográficas de todo lo que Eugenio María de Hostos había escrito —al menos, todo lo que se había reunido hasta el año 1937— yo no conocía al Dr. Enrique Cotubanamá Henríquez y ni siquiera tenía noticias de su existencia; y sin embargo cuando descendí la escalera del vapor Iroquois para llegar al muelle junto al cual había atracado el buque de ese nombre, allí estaba él esperándome, y mientras aguardábamos la bajada del equipaje el Dr. Henríquez me dijo que había contratado para mi uso, en una pensión, una habitación con baño y servicio sanitario, que en el alquiler estaba incluida la comida y que la casa donde se hallaba la pensión estaba cerca de la suya; que él me acompañaría en el viaje del muelle a esa casa y me visitaría al día siguiente para llevarme al lugar donde él vivía, al cual iríamos a pie porque la distancia entre las dos casas era corta, y en efecto, así era, y por ser así al segundo día de mi llegada a La Habana estaba yo en los altos de una casa de piedra situada frente al mar, en el paseo llamado Malecón. Delante de mí, separado de él por un escritorio, el Dr. Enrique Cotubanamá Henríquez leía unos papeles en los cuales se describía lo que sería el Partido Revolucionario Dominicano, incluyendo un esbozo de sus futuros estatutos, y con esa lectura comenzaba una etapa nueva en mi vida, la del aprendiz de la teoría y la actividad política.

Yo tenía que dedicarle la mayor parte del tiempo al trabajo que había ido a hacer en La Habana: la edición de las obras completas de Hostos. La casa editora, llamada Cultural, S.A., tenía sus talleres en un barrio muy separado del Vedado, y sobre todo de la parte del Vedado donde estaba viviendo, que era el Malecón, y viajar dos veces al día al lugar donde se componían y se imprimían los libros de Hostos y retornar dos veces a la pensión donde estaba viviendo me consumía diez horas diarias salvo los sábados y los domingos, de manera que sólo podía ver al Dr. Henríquez esos dos días, y no siempre porque él tenía sus tareas, las propias de un médico, pero también sucedía que una que otra vez cuando llegaba a su casa él o sus familiares estaban recibiendo visitas; de todos modos, cuando disponía de su tiempo, lo que él decía o era siempre de carácter político o de temas que se relacionaban con la política. Por ejemplo, contaba, para dármelos a conocer, episodios de las luchas políticas de Cuba, sobre todo de las más recientes, o de las de México, y en tales casos destacaba con claridad la diferencia que había entre la política de esos dos países y la de la República Dominicana, y al exponer el contraste que había entre la actividad política de Cuba y de México con la de la República Dominicana iba creando en mí una conciencia política similar a la que sobre una materia cualquiera, fuera Física, fuera Matemática o fuera Literatura creaban en esos tiempos los maestros de bachillerato en las mentes de sus estudiantes; pero además, sucedía que la sociedad cubana, en todas sus clases y capas de clases sociales, estaba viviendo una etapa de fervor político porque eran muchos los sectores populares que reclamaban una elección de diputados constituyentes para elaborar la Constitución que en la historia del país se conocería con el nombre de la Constitución de 1940.

Proceso de desarrollo político

En septiembre de 1939 comenzó la Segunda Guerra Mundial con la invasión de Polonia por tropas alemanas —el ejército nazi de Adolfo Hitler—, acontecimiento de proporciones mundiales que conmovió a todos los cubanos y en mi caso provocó una reacción tan violenta que estuve varios días sacudido por un estado de indignación que no podía controlar. Las noticias que publicaban los periódicos cubanos y que difundían las estaciones de radio eran alarmantes porque en ellas se describían las barbaridades que estaban ejecutando en Polonia las tropas hitlerianas. A mí me parecían los hechos que estaban sucediendo en la patria de Chopin una repetición de lo que hasta poco tiempo antes había sucedido en España, y la sangrienta guerra civil española estaba relacionada en el mundo de mis sentimientos con Trujillo y su dictadura, lo que era un indicio de que, al menos en el terreno emocional, yo estaba convirtiéndome en un militante anti trujillista, y sabía que en el origen de esa militancia estaba la prédica del Dr. Henríquez, a quien a esas alturas yo le llamaba, como sus familiares y amigos, Cotú a secas.


La simultaneidad de la guerra en Europa con la campaña para elegir diputados constituyentes puso la atmósfera política en un alto grado de actividad. Hasta el limpiabotas de los muchos que había siempre en el Parque Central, cuando le prestaba servicio a alguien conocido ponía como tema de cambio de palabras, si no de conversación, el de la guerra mundial o el de las elecciones a diputados a la Asamblea Constituyente, de manera que todo el que tuviera cierto nivel de conocimiento de lo que estaba ocurriendo en el mundo y en Cuba —y esos eran la mayoría de los cubanos—acababa cambiando impresiones de carácter político lo mismo con personas conocidas que con las desconocidas que compartían un lugar común, por ejemplo, el asiento de un ómnibus, el de un tranvía o la vecindad de mesas en un restaurant o en el sitio donde entraba a tomarse un café, un refresco o un jugo de naranja (zumo, dicen los españoles).


En mi caso los cambios de impresiones sobre los dos temas eran frecuentes y se llevaban a cabo en niveles relativamente altos pues sucedía que cuando llegué a Cuba era ya conocido en los círculos de escritores porque la revista Carteles, que para 1939 era la más leída*, había publicado cuentos míos —y esa publicación fue lo que movió al Dr. Henríquez a buscarme, primero en Santo Domingo y después en Puerto Rico— y al llegar a Cuba Carteles le dio publicidad a mi presencia en La Habana, de manera que pocos meses después yo frecuentaba las reuniones de escritores, periodistas, pintores y actores teatrales, en las cuales los temas de conversación eran siempre mayoritariamente los de la política cubana y la política internacional. De la última eran parte las noticias de lo que sucedía en la República Dominicana, por lo menos de los hechos que llegaban a conocimiento de los cubanos, hechos que en alguna medida se parecían a los que el pueblo cubano había vivido —y en cierto sentido estaba viviendo— hacía poco tiempo, razón por la cual yo iba adquiriendo desarrollo político debido a que los juicios que hacían los intelectuales de Cuba acerca de los sucesos mundiales, cubanos y dominicanos, equivalieron para mí a cátedras de ciencias políticas en una universidad muy bien calificada. Bohemia sobrepasaría a Carteles hasta el extremo de que pasó a vender 500 mil ejemplares semanales años después, a mediados de la década de los 40.

Buscando dominicanos anti trujillistas

El Dr. Henríquez estaba casado con la hermana de uno de los líderes más importantes del Partido Revolucionario Cubano y su casa era punto de reunión de miembros y dirigentes de ese partido con la mayor parte de los cuales establecí relaciones de amistad, de manera que en pocas semanas acabé siendo, en el orden político, tan conocedor de la política cubana como cualquiera de ellos, pero eso no significa que había relegado a un segundo plano los problemas dominicanos; al contrario, dediqué mis ratos libres a averiguar dónde vivían algunos dominicanos con los cuales pensaba que debía iniciarse la organización de ese Partido Revolucionario Dominicano que proponía el Dr. Henríquez.

Los dominicanos residentes en Cuba a quienes yo me proponía ver para invitarlos a organizar el partido eran Lucas Pichardo, Pipí Hernández y los hermanos Mainardi, de todos los cuales supe que vivían en La Habana por informaciones de las personas que visitaban la casa del Dr. Henríquez. A Lucas Pichardo lo conocía y antes de salir del país sabía que él estaba en Cuba, pero no lograba localizarlo en La Habana; a Pipí
Hernández no lo conocí en Santo Domingo pero sí a sus familiares, y por ellos estaba enterado de que vivía en Cuba. En cuanto a los hermanos Mainardi, no los conocía pero sabía que eran militantes anti trujillistas. El Dr. Henríquez, que había solicitado un puesto de médico en uno de los barcos de la Compañía Naviera Cubana que viajaban a Santo Domingo y San Juan de Puerto Rico con el único propósito de darle vida al plan de crear el Partido Revolucionario Dominicano, no conocía a ninguno de los dominicanos exiliados en Cuba y por esa razón no podía ayudarme en la tarea de localizar con algunos de ellos, por lo menos, a los que vivían en La Habana.


Mi preocupación por dar con algún dominicano terminó súbitamente cuando estando en una librería en busca de una colección de versos de Federico García Lorca entró un dominicano de apellido Brea que me había sido presentado en Santo Domingo hacía años por Lucas Pichardo. Brea había salido del país antes que yo; se fue como polizón, es decir, escondido en la bodega de un buque de carga que se dirigía a un puerto alemán, y era un tipo humano tan peculiar que aunque hacía mucho tiempo que no lo veía lo reconocí en el instante en que pasó ante mis ojos; al mismo tiempo él me reconoció, y quizá antes de que pasaran 30 segundos después de habernos visto estaba yo preguntándole si sabía dónde vivía Lucas Pichardo. Lo sabía, y como era tan cerca de la librería que podíamos ir a su casa en pocos minutos, fuimos allá y tuve la suerte de encontrar a Lucas, que había formado familia, pues además de casarse con una cubana ésta le había dado un hijo que en ese momento tenía apenas dos años.


Lucas me dijo que Virgilio Mainardi vivía fuera de La Habana, en un lugar llamado El Pino; que no sabía dónde vivía Rafael Mainardi pero su hermano Virgilio podía decírmelo; que otro hermano de Virgilio y Rafael residía en Guantánamo, a más de mil kilómetros de La Habana, y en cuanto a Pipí Hernández, no tenía su dirección pero yo podía verlo en la Universidad porque estaba haciendo allí unos trabajos de reparación no sabía de qué.
Ni Lucas Pichardo ni Pipí Hernández quisieron participar en la organización del Partido Revolucionario Dominicano, el primero porque alegó que carecía de las condiciones que a su juicio debía tener un militante político y el segundo porque era trotskista. Ambos iban a morir muchos años después de 1939 a causa de su oposición a la tiranía trujillista. A Pipí Hernández lo asesinó en La Habana un agente cubano de Trujillo y Lucas Pichardo y su hijo fueron fusilados en el año 1959 cuando llegaron al país con los expedicionarios del 14 de junio. Lucas Pichardo fue quien me presentó, pocos días después de haberlo visitado en su casa, al Dr. Romano Pérez Cabral, un médico dominicano que vivía hacía muchos años en La Habana, cuyo consultorio fue el local donde se llevaron a cabo las reuniones del Partido Revolucionario Dominicano que eran habitualmente semanales y nocturnas. El Dr. Pérez Cabral me presentó a otro dominicano, Alexis Liz, hombre de excelentes condiciones, que aceptó, tan pronto se lo pedí, trabajar por la organización del partido que años después sería conocido del pueblo dominicano por las siglas de su nombre —PRD—. Alexis Liz conocía a dos dominicanos que vivían en La Habana: eran José Franco y Belisario Heureaux, hijo de Lilís. El primero aceptó ser miembro del Partido pero el tipo de trabajo que desempeñaba le impedía participar en las reuniones que, como dije hace poco, eran en su mayoría semanales.


Mientras tanto, yo le escribía al Dr. Giménez Grullón pidiéndole que fuera a Cuba y él respondía alegando que no podía hacerlo de inmediato pero que lo haría cuando resolviera tales o cuales problemas. Para mí, sin su presencia en La Habana no sería posible organizar el Partido Revolucionario Dominicano porque pensaba, como lo dejé dicho en el primer capítulo de estas remembranzas, que ninguna organización humana puede funcionar si no tiene un líder, y antes de que el Dr. Jiménez Grullón llegara a La Habana sucedió algo muy importante: el 15 de noviembre de 1939 se celebró la elección de los diputados que debían integrar la Asamblea Constituyente y las ganó el Partido Revolucionario Cubano, con el cual se habían aliado tres grupos pequeños, y la elección del vocero o líder de los diputados auténticos recayó en Carlos Prío Socarrás, hermano de la mujer del Dr. Henríquez, a quien aludí en el capítulo anterior de esta miniserie diciendo que era uno de los líderes más importantes del Partido Revolucionario Cubano. Por sí sola, esa circunstancia habría conducido al mantenimiento de una relación estrecha entre el Dr. Henríquez y Prío Socarrás, pero se daba el caso de que la madre, un hermano y una tía de Prío Socarrás compartían con el Dr. Henríquez y su mujer los dos pisos superiores, de tres que tenía, del edificio en que vivía el matrimonio Henríquez Prío. La llegada a la segunda planta se hacía entrando por un salón amplio en el cual una noche sí y otra también Carlos Prío se reunía con dirigentes de su partido y fueron numerosas las ocasiones en que, acompañado por el Dr. Henríquez, yo estuve presente en esas reuniones. Al principio, esto es, en los días de mi llegada a La Habana, no tenía ninguna participación en lo que allí se trataba, pero con el andar de los meses fui conociendo a los dirigentes auténticos, oyendo sus opiniones, y acabé tomando parte, como uno de ellos, en todo lo que decían, proponían y acordaban, de manera que mi presencia en esas reuniones equivalía a la de un estudiante de práctica política.

Trabajando para la Constitución de 1940

Además de la publicación de mis cuentos en Carteles y de una conferencia que había dado en el Instituto Hispano Cubano de cultura y otra en el Club Atenas, para ese año 1939, el primero que pasaba en Cuba, en La Habana se habían publicado dos libros míos; uno fue Hostos, el sembrador, edición de la Editorial Trópico, y otro la segunda edición de La Mañosa, hecha por el poeta español Manuel Alto laguirre en su imprenta La Verónica. Dado el desarrollo cultural del pueblo cubano esas publicaciones mías, tanto la de cuentos como la del libro dedicado a Hostos, así como las conferencias mencionadas, me estaban convirtiendo en persona conocida de muchos hombres y mujeres, y yo me daba cuenta de eso por los comentarios de los que me reconocían cuando me hallaba en medio de algunos de ellos, pero nunca pensé que al establecerse la Asamblea Constituyente, la que iba a redactar la llamada Constitución de 1940, la mayoría de los diputados del Partido Revolucionario Cubano (los auténticos) iban a pedirme que trabajara para ellos en una actividad muy delicada, adecuada para ser llevada a cabo por un profesor universitario de ciencias políticas que además fuera cubano, no por un dominicano que ni siquiera tenía el título de bachiller porque no había pasado del tercer año de la Escuela Normal, como se llamaba en esos años en la República Dominicana lo que en Cuba se llamaba Liceo. La tarea que se me encomendó fue la de estudiar varias Constituciones: la de la República Española, que ya no estaba en vigencia porque desde abril de 1939 el régimen constitucional había sido barrido por el levantamiento militar que llevó al poder al general Francisco Franco; la alemana, conocida con el nombre de Weimar, que había quedado desmantelada hacía seis años porque así lo dispuso Adolfo Hitler, pero había figurado entre las más avanzadas del mundo capitalista; la de Chile, en la que había varios artículos de intención progresista desde el punto de vista social, y por fin la de México, que en ciertos aspectos era tan progresista en el orden social como la de Chile.
Mi trabajo consistiría en analizar los artículos de esas Constituciones que me serían señalados desde el Capitolio, el edificio de puro estilo norteamericano construido por la dictadura de Machado para darles albergue al Senado y a la Cámara de Diputados —que en Cuba se llamaba, como en Estados Unidos, Cámara de Representantes—; una vez estudiados, yo debía redactar un resumen de lo que dijeran esos artículos, y un borrador, para ser discutido por los constituyentes auténticos, del artículo que deberían ellos someter a discusión de la Asamblea Constituyente. Para hacer ese trabajo se puso a mis órdenes el local donde funcionaba la oficina de Carlos Prío Socarrás, que era abogado.

Yo no puedo recordar qué día de qué mes fue proclamada la Constitución Cubana de 1940; lo que sí recuerdo es que dos días antes de la fecha en que iba a ser promulgada el Dr. Henríquez puso en mis manos una tarjeta de entrada en el Capitolio en la cual se señalaba que debía ocupar, para mí solo, un palco, desde el cual presencié la ceremonia con que a los acordes del himno de Cuba la patria de José Martí quedaba regida por la nueva Constitución, ésa que iba a ser bautizada con el nombre de “la de 1940”.

Era difícil organizar el Partido

Con Virgilio Mainardi hice contacto en la Universidad y a través suyo lo hice con su hermano Rafael. Otro hermano, Víctor, vivía en Guantánamo, donde hallé varios dominicanos, entre ellos Manuel Calderón, cuyo hijo, del mismo nombre, sería asesinado, lo mismo que Víctor Mainardi y uno de sus dos hijos, cuando llegaron al país en la expedición del 14 de junio de 1959. También en Santiago de Cuba vivían varios dominicanos: José Diego Grullón, que sigue viviendo allí a la hora en que se escriben estas páginas, David Chamah y su familia, Chepito Saint-Hilaire, Moya Grisanti, Juan Esteban Luna, Bruno de la Cruz, Salomón Hadah, hermano de Abraham el Turquito, hombre de armas muy conocido en la Línea Noroeste porque fue uno de los oficiales destacados de Desiderio Arias, y Carlito Daniel, que en el enfrentamiento armado contra la ocupación militar norteamericana de 1916 ganó tanto prestigio que acabó siendo llamado por sus seguidores nada menos que general, tal vez el último general analfabeto de los muchos que dio el país.

Por fin, Jiménez Grullón llegó a La Habana. Debió ser a mediados de 1941 porque en el mes de noviembre de ese año fuimos él y yo a México donde se reunirían delegados de la Central de Trabajadores de América Latina (CETAL). Allí nos esperaba Ángel Miolán, que trabajaba en la Universidad Obrera. Miolán nos presentó a Vicente Lombardo Toledano, la más alta figura del movimiento obrero latinoamericano, y gracias a su conocimiento del medio conseguimos que se aprobara un acuerdo en el que se denunciaban los crímenes que se cometían en la República Dominicana y la salvaje explotación que padecían los obreros, sobre todo los de las centrales azucareras que formaban el grueso de las empresas industriales del país. La denuncia de la CETAL enfureció a Trujillo a tal grado que Jiménez Grullón, Miolán y yo fuimos declarados en la República Dominicana traidores a la patria.

Yo retorné a La Habana, adonde llegué el mismo día de ataque japonés a Pearl Harbor, pero el Dr. Jiménez Grullón se quedó en México donde debía dar unas cuantas conferencias en la Universidad Obrera. Por esos tiempos mi medio de vida era las visitas a médicos para hacer la propaganda de productos farmacéuticos fabricados en Cuba y la venta de esos productos, todo ello en las provincias de Matanzas y Santa Clara. En vista de que Jiménez Grullón y la poeta puertorriqueña Julia de Burgos vivían en mi casa conseguí que la empresa farmacéutica en que yo trabajaba le proporcionara el mismo tipo de trabajo a Jiménez Grullón, pero en la provincia de Oriente; mientras tanto la organización del Partido Revolucionario Dominicano era dejada para otra ocasión y el Dr. Henríquez insistía en que había que iniciar esa tarea sin perder más tiempo, pero cuando yo le planteaba la necesidad de adoptar un método para llevar adelante ese trabajo él confesaba que no sabía cómo elaborar un plan porque el tipo de organización del Partido Revolucionario Cubano no podía adoptarse para el caso de los dominicanos anti trujillistas que estaban desperdigados en Cuba, en Puerto Rico, en Venezuela, no aceptaba posponer la tarea de proceder a organizar a los dominicanos exiliados en el partido que el Dr. Henríquez me había propuesto crear, y como no lo aceptaba me dediqué a pensar en la manera de solucionar el problema causado por la dispersión geográfica de los llamados a ser miembros de la fuerza política que el pueblo dominicano requería para liberarse de la sanguinaria tiranía que lo oprimía.

La idea de cómo organizar el Partido Revolucionario Dominicano se me había ocurrido de golpe, antes de viajar a México, pero en esos días estaba recargado de trabajo porque además de los viajes de propaganda y venta de los productos farmacéuticos, me había hecho cargo de dos programas de radio que empezarían a pasarse por la estación CMQ —la más importante, entonces, de Cuba— y tenía que hacerme de toda una biblioteca y leer muchos de los libros que iba comprando antes de viajar a México. De esos programas uno se titularía Los forjadores de América, que saldría al aire, como se decía en el lenguaje de los técnicos de la radio, los lunes, miércoles y viernes; el otro sería Memorias de una dama cubana, que se transmitiría los martes, jueves y sábados, los dos a la misma hora: 5 de la tarde. Ambos serían exposiciones históricas, pero de hechos en acción, esto es, en forma de piezas de teatro, el primero de episodios de la vida de las grandes figuras de las luchas por la independencia de los pueblos de América, incluyendo algunos de Estados Unidos, y el segundo de la guerra cubana de 1895-1898 contada por una señora pero escenificada, esto es, poniendo en acción los combatientes de esa guerra y sus jefes, sobre todo Máximo Gómez y Antonio Maceo.

Antes de viajar a México fui a ver al Dr. Henríquez para exponerle el plan de organización del partido que se me había ocurrido. Mi visita fue larga porque el Dr. Henríquez me hizo muchas preguntas, todas para que yo le aclarara mis puntos de vista sobre las numerosas posibilidades de fracaso del plan que él entreveía. El plan era simple y a mí me parecía que su simplicidad le garantizaba buen éxito. En él se establecía que los dominicanos antitrujillistas exiliados que estaban viviendo en varios países, en Venezuela, en Puerto Rico, en Curazao y Aruba, en Nueva York —todavía yo no estaba enterado de cuántos de ellos vivían en México— que aceptaban ser miembros del Partido Revolucionario Dominicano debían formar comités, uno en cada ciudad de cualquier país donde estuvieran viviendo cinco o más; cada comité elegiría entre sus miembros un director y un secretario, y todos los comités reconocerían como la dirección del partido el de La Habana. El Dr. Henríquez opinó que los comités no debían llevar ese nombre sino el de seccionales porque cada uno de ellos sería una sección del partido, propuesta que me pareció buena y así se lo dije, pero insistí en que la manera de mantener unidos a todos los núcleos de un partido que iba a estar formado por grupos distanciados geográficamente era estableciendo una jefatura común, y esa jefatura debía ser la seccional de La Habana, cuyo director era el Dr. Jiménez Grullón a quien yo había propuesto desde hacía dos años como el líder del partido.

El Dr. Henríquez acabó aprobando el plan que yo proponía y fue aprobado también por los miembros de la Seccional de La Habana, que eligieron director, a propuesta mía, al Dr. Jiménez Grullón. Alexis Liz propuso que yo fuera elegido secretario y el único que no votó a favor fui yo.

En los primeros meses de 1942 viajé a Guantánamo y Santiago de Cuba donde fueron creadas las seccionales de esas dos ciudades, y en el mes de abril fui a Estados Unidos para formar allí la seccional de Nueva York, donde el número de dominicanos no era ni remotamente parecido al de los que llegarían a ser después, pero era mayor que el de los que vivían en Cuba.

El primer congreso

El grupo de dominicanos de México se quedó sin dirección cuando Ángel Miolán se trasladó a vivir en La Habana, donde inmediatamente se incorporó a la seccional habanera. Eso sucedió en septiembre de 1942 y casi inmediatamente después Miolán se ganaba la vida vendiendo solares de un lugar de La Habana donde estaba levantándose lo que en Cuba llamaban un reparto.

Después de mi estancia en Nueva York, donde, naturalmente, dejé funcionando una seccional, y en el mismo año, fui a Caracas, la capital de Venezuela, país en el que eran relativamente numerosos los exiliados dominicanos. Yo había mantenido relaciones con Rómulo Betancourt cuando él estuvo de visita en la República Dominicana poco después de haber salido de su país, donde formó su liderazgo luchando desde una base de estudiantes universitarios contra la dictadura de Juan Vicente Gómez. En Santo Domingo él publicó un libro en el que denunciaba los rigores de esa dictadura. El libro se titulaba En las huellas de la pezuña y yo le ayudé a venderlo. Betancourt había fundado, estando en el exilio, el partido Acción Democrática, y yo no tenía la menor idea de que el emblema y el color del Partido Revolucionario iban a ser similares a los de Acción Democrática, y lo fueron.

Como era natural que sucediera, en Caracas me dediqué a organizar la seccional venezolana del que ya era un partido aunque todavía le faltaba cubrir territorios como el de Venezuela, el de Curazao, el de Aruba y el de Puerto Rico, países en todos los cuales había exiliados anti trujillistas, algunos de prestigio como era el caso de varios de los que residían en Venezuela, entre ellos un médico de nombre en la República Dominicana, el Dr. Ramón de Lara; un abogado que había sido diputado en los años del gobierno de Horacio Vásquez, Luis F. Mejía. En esa ocasión, sin embargo, no pude permanecer el tiempo indispensable para reunir a una mayoría de los dominicanos que habían salido del país porque se negaban a convivir con la tiranía. En el segundo viaje, que fue en enero de 1943, quedó organizada la seccional y además convocado un representante suyo para participar en el Primer Congreso del Partido, que iba a celebrarse en La Habana a fines de marzo de ese año.

En ese segundo viaje a Caracas fui atendido por la dirección de Acción Democrática; hice amistad no sólo de tipo político sino también de tipo intelectual con algunos escritores venezolanos, el primero de ellos Rómulo Gallegos, que me presentó en una conferencia que di en el teatro Olimpia sobre la situación de la República Dominicana bajo la dictadura de Trujillo, pero también con Andrés Eloy Blanco, que además de ser el más notable de los poetas que había dado Venezuela era también un orador de primera categoría, facultad de que hacía uso sobre todo en los actos públicos de su partido, Acción Democrática.

El Primer Congreso del Partido Revolucionario Dominicano se reunió, como quedó dicho, en La Habana, y duró del 29 de marzo de 1943 hasta el 7 de abril. En él estuvieron representadas todas las Seccionales; se discutió y se aprobó la doctrina del Partido, la misma que había escrito el Dr. Henríquez en el año 1939; se aprobaron sus Estatutos, y con ellos quedó convertida en ley fundamental de la organización el reconocimiento de la Seccional de La Habana como órgano director del Partido con el nombre de Sección Coordinadora; pero al mismo tiempo, a propuesta mía que fue apoyada por Ángel Miolán, se aprobó una condenación del personalismo político, lo que equivalía a decir, el caudillismo. 


1 comentario:
Farid Kury dice: De verdad, muchas gracias, por su dedicación a difundir el pensamiento del Maestro Juan Bosch. Ese libro del cual se publica hoy el primer capítulo es muy importante para el interesado en conocer muchísimos aspectos personales y políticos sobre Juan Bosch. Lo he leído dos veces pero siempre estoy dispuesto a releerlo, como acabo de hacerlo hoy con el primer capítulo, que lo leí con más detenimiento creo que las veces anteriores. Aunque he comprado ese libro dos veces, no lo tengo. Por tanto, espero con mucho interés los capítulos subsiguientes, que espero sean publicados pronto. Abrazos.

(Próxima entrega: La lucha por el control del PRD)





El 30 de Junio se define como un proyecto democrático y progresista. Tiene por propósito preservar el legado teórico de Juan Bosch, expresado en sus obras de investigación política, sociológica, histórica y cultural como en su praxis política sustentada en los valores éticos, humanistas y patrióticos que por igual sustentaron Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperón y todos aquellos dominicanos que amaron y aman esta patria quisqueyana.
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martes, 1 de octubre de 2019

La mirada económica de Rosa Luxemburgo

BATALLA DE LAS IDEA


Fecha: 1 octubre, 2019Autor/a: EL PROFESOR0 Comentarios— Editar

Exposición en las Jornadas sobre Rosa Luxemburgo. A 100 años de su asesinato, Buenos Aires 24 de septiembre de 2019

Claudio Katz, Rebelión

Buenas tardes, gracias por la invitación y me alegro mucho de esta incorporación de Rosa Luxemburgo, a la lista de lista de revolucionarios homenajeados, como ya hicimos con Marx, Lenin, el Che o Fidel. Bienvenido este tributo a los 100 de Rosa, que fue una excepcional exponente del marxismo clásico. Como todos sus pares ella fusionaba la acción política con la teoría y la militancia con el pensamiento. Por esa razón desenvolvió una vida tan integral.

Puesto que no alumbró una corriente específica perdurable, su obra fue poco visitada y poco citada durante muchos años. Yo creo que abordó problemas de gran actualidad al actuar en un partido socialista, que principios del siglo XX ya era una organización de masas, con gran predicamento sindical y fuerte protagonismo parlamentario.

En esta mesa de las Jornadas nos concentramos en Rosa como economista y como partícipe de la extraordinaria generación de teóricos que sucedió a Marx. Yo creo que en ese terreno nos legó aportes muy significativos en varios planos.

Primero en la metodología de investigación del capitalismo. En su época ya se había generalizado el estudio del Tomo 1 de El Capital, con gran atención entrados en la explotación, la plusvalía y los desequilibrios de la órbita productiva. Rosa fue la primera en ir más allá de estos enfoques, propiciando un análisis de toda la dinámica de la reproducción. Integró especialmente la esfera de la circulación, mediante la exhaustiva incorporación del Tomo 2 a la indagación del capitalismo.

Revisó con gran audacia los esquemas de reproducción ampliada de la obra de Marx, que ofrecían un modelo integral de funcionamiento del sistema. Se propuso incluso enmendar los errores que observó en esos esquemas, para formular a partir de allí su propia teoría de la crisis.

Luxemburgo discutió acaloradamente esa corrección con varios economistas. Sus críticos objetaban la introducción de un razonamiento empírico directo, en modelos abstractos. Esos esquemas estaban concebidos con muchos supuestos, con el objetivo de evaluar cómo puede funcionar un sistema socavado por tantas contradicciones. Yo creo que los críticos tenían razón. Pero las grandes pensadoras suelen abrir extraordinarios caminos de renovación, cuando transitan incluso por pistas falsa.

Rosa inauguró el estudio contemporáneo de El Capital como totalidad y como valor en movimiento. Tomo en cuenta la metamorfosis de todos sus componentes. Sólo ese abordaje permite comprender el proceso general de distribución, realización y valorización del capital. No alcanza con indagar lo que sucede en el ámbito de la producción y en la generación de plusvalía. El capitalismo está socavado por múltiples contradicciones, que irrumpen en todos los planos de su desenvolvimiento. Ese abordaje totalizador fue comenzado por Luxemburgo.

El segundo tema es la crisis. En la época de Rosa se discutía intensamente cuál era el desequilibrio principal del capitalismo. Ella integraba la corriente subconsumista que atribuía esas convulsiones a la estrechez de los salarios, recordando que un sistema basado en la explotación no genera la demanda requerida para su propio funcionamiento. Consideraba que el capital emigraba de un país a otro para contrapesar la insuficiencia del consumo insuficiente y situaba los límites del sistema, en el agotamiento de los mercados no capitalistas.

También esa mirada suscitó fuertes polémicas con sus pares marxistas, que resaltaron cómo el propio sistema genera contrapesos a ese desequilibrio, mediante otros consumos, mayores demandas de bienes producción y nuevos mercados. De ese debate emergió en mi opinión la mejor síntesis contemporánea de la teoría de la crisis, que integra las insuficiencias de la demanda a todos los desequilibrios concentrados en la sobreproducción. El principal problema del capitalismo no es la pobreza de las masas, sino la tendencia capital a expandir la producción por encima del consumo.

Pero la atención de Rosa a los desequilibrios de la demanda tiene gran actualidad, puesto que el neoliberalismo provoca un serio deterioro del poder de compra. Incentiva el consumo sin brindar la correspondiente contraparte de ingresos superiores y e n gran parte de la periferia inferior directamente recrea el drama del subconsumo. En el caso de América Latina incide en el desencadenamiento de periódicas crisis de intensa gravedad

El tercer tema es la dimensión económica del imperialismo. Al igual que Lenin, Luxemburgo estimaba que la competencia obliga a los capitalistas a incursionar en el mercado mundial, para capturar nuevos territorios. Pero Rosa atribuía esa compulsión a la existencia de mercancías invendibles y a la necesidad de realizar en la periferia, la plusvalía no absorbida en las economías centrales. Por el contrario, Lenin explicaba el imperialismo por el proteccionismo, la supremacía financiera, el monopolio y la exportación de capitales sobrantes.

Mientras que la mirada de Lenin ha sido actualizada por los teóricos del capital rentista, el enfoque de Luxemburgo es retomado por los teóricos del Nuevo Imperialismo. Resaltan especialmente el papel de esa nueva configuración para lidiar con la sobreproducción global itinerante. Yo creo que esta segunda vertiente es más fructífera, en la medida que evita todos los inconvenientes de localizar exclusivamente la crisis en el plano financiero.

En la interpretación política del imperialismo existió total convergencia entre Lenin y Luxemburg. Ambos cuestionaban la ilusión de impedir el estallido de la Primera Guerra Mundial mediante pactos entre las potencias. Objetaban las ilusiones en el desarme negociado y convocaban a la lucha para impedir la matanza de los pueblos. En esa actitud frente a la guerra radica, en mi opinión, el eje de la teoría clásica del imperialismo. En un período de grandes guerras por la apropiación del botín colonial, ese enfoque aportó el fundamento político para el rechazo revolucionario de la guerra.

Ese escenario se modificó radicalmente a partir de la segunda mitad del siglo XX. Pero mediante el Pentágono, la CIA y los marines, el imperialismo persiste como el gran instrumento de dominación de las empresas transnacionales. Luxemburgo señalaba especialmente que el capitalismo se sostiene en el uso de la fuerza. Y como el sistema necesita recurrir a esa coerción, es un gran error suponer que el imperialismo ha sido reemplazado por rivalidades meramente hegemónicas, disputas ideológicas o búsquedas de consenso.

Yo creo que se incurre en el mismo equívoco, cuando se analizan las relaciones internacionales en términos de unipolaridad o multipolaridad. La dramática vigencia del imperialismo se verifica en las guerras que devastaron al continente africano y al mundo árabe y que han desintegrado varios países para asegurar la captura de las materias primas.

Luxemburgo nos aportó también el primer análisis de la forma en que la periferia queda plenamente integrada a la dinámica global del capitalismo. D etectó las relaciones desiguales que vinculan a las economías dominantes y subordinadas y anticipó las teorías del “desarrollo del subdesarrollo” . Describió especialmente cómo la periferia es doblemente esquilmada por succiones económicas y pillajes coloniales y señaló, además, que la acumulación primitiva de capital no fue sólo un proceso histórico de preparación del capitalismo. Constituye una dinámica recurrente en el funcionamiento del sistema.

De esa mirada surgió el concepto de acumulación por desposesión. Ya no se aplica al estudio de la depredación de las colonias durante las grandes guerras, sino al análisis de la expropiación que implementa el neoliberalismo especialmente en el terreno de las privatizaciones o el extractivismo.

Sobre el tema específico del trabajo, yo observo a Luxemburgo como una estudiosa de la compleja dinámica de la explotación. Me parece que su mirada es muy útil para evaluar el curso contemporáneo de la precarización, el desempleo y la intensificación de la jornada de trabajo. Siempre subrayaba la importancia de las conquistas obreras y los logros en materia de ingresos o condiciones laborales. Ponía especial atención a la evolución del componente histórico social del valor de la fuerza de trabajo.

Por eso entiendo que era crítica de teorías simplificadas de la pauperización absoluta y no veo sintonía de su enfoque, con un postulado general de pago usual de los trabajadores por debajo del valor de su fuerza de trabajo. Observó, en cambio, una gran familiaridad con las nuevas síntesis de la Teoría del Proceso de Trabajo, que remarcan el peso del control patronal y la dinámica contradictoria de diferenciación y recalificación de la fuerza de trabajo.

Finalmente, sobre el futuro del capitalismo Rosa nos legó dos planteos. Por un lado, cierta sugerencia de crisis terminal del sistema por agotamiento de los mercados no capitalistas, a tono con las teorías del derrumbe de la entre-guerra. Por otra parte, una gran atención a la competencia y al crecimiento exponencial, con el consiguiente distanciamiento del estancacionismo. Este segundo registro es retomado por los teóricos del Nuevo Imperialismo, cuando avizoran un futuro de crisis capitalistas sucesivas y peligrosas, pero evitando augurios de desenlaces terminales.

En cualquier caso, Luxemburgo observaba el futuro como una disyuntiva entre el socialismo y la barbarie. Y basta registrar la gravedad de la destrucción del medio ambiente para notar la dramática actualidad de esa encrucijada. Bajo el capitalismo la barbarie no es una opción de futuro. Es una realidad cotidiana en todos los países.

Y la encrucijada que planteo Rosa implica que el futuro depende de la lucha. Depende de nosotros y de nuestra construcción de alternativas. Ese fue el mensaje central de Luxemburgo: la reflexión teórica para el compromiso con las mayorías populares, el estudio para la acción militante y el debate entre compañeros para construir una sociedad sin explotadores ni explotados.



























































































































































































































































































































El 30 de Junio se define como un proyecto democrático y progresista. Tiene por propósito preservar el legado teórico de Juan Bosch, expresado en sus obras de investigación política, sociológica, histórica y cultural como en su praxis política sustentada en los valores éticos, humanistas y patrióticos que por igual sustentaron Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperón y todos aquellos dominicanos que amaron y aman esta patria quisqueyana.
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martes, 20 de agosto de 2019

JUAN BOSCH: DIGNIDAD Y DECORO

EL PUÑO DE LA DIGNIDAD Y EL DECORO

El puño de la dignidad y el decoro


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lunes, 24 de junio de 2019

Ha muerto Marta Harnecker



Marta

Ha muerto Marta Harnecker, una amiga, una maestra. Con ella aprendí a entender el mundo, con ella me formé como intelectual, como militante, como persona. Sus "Cuadernos de educación popular" han sido leídos, releídos, subrayados, devorados. Su "Conceptos elementales del materialismo histórico" ha sido mi libro de cabecera durante años. Guardo como un tesoro su dedicatoria en el libro "América Latina: Izquierda y crisis actual".


Coincidí con Marta Harnecker varias veces, en Cuba. Me la presentó otro amigo, otro maestro también muerto hace unos años: Ernesto Gómez Abascal. Esas veces siempre comíamos juntos y las tertulias se alargaban, y se alargaban... Las discusiones entre el maestro y el alumno sobre Oriente Próximo eran seguidas con avidez por Marta, siempre deseosa de conocer el estado de los movimientos populares en el mundo. Un mundo que Ernesto conocía a la perfección y en el que yo me iba asentando.

Marta no se cansaba de preguntar, de apuntar, de conocer, de analizar. Martasiempre ponía el contrapunto a nuestras casi eternas discusiones con una sonrisa, siempre hacía la pregunta adecuada, la pregunta mordaz. No tenía miedo de reconocer que había cosas que desconocía, y se empapaba de ellas con avidez. No se cansaba de conocer, no se cansaba de analizar, no se cansaba de estudiar. Así ha vivido, así ha muerto. Y gracias a ello muchos, muchas hemos aprendido.

Si ya estaba casi huérfano con la muerte de Ernesto, ahora estoy huérfano del todo.

Hasta siempre, maestra, hasta siempre.
El Lince


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martes, 4 de junio de 2019

Guerra comercial entre Estados Unidos y China



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Juan Bosch: MI ENCUENTRO CON HOSTOS.



 “El hecho más importante de mi vida hasta poco antes de cumplir 29 años fue mi encuentro con Eugenio María de Hostos, que tenía entonces casi 35 años de muerto. 

El encuentro se debía al azar; pues, buscando trabajo, lo halle como supervisor del traslado a maquinilla de todos los originales de aquel maestro de excepción… (…) Eugenio María de Hostos, que llevaba 35 años sepultado en la tierra dominicana, apareció vivo ante mí a través de su obra, de sus cartas, de papeles, que iban revelándome día tras día su intimidad; de manera que tuve la fortuna de vivir en la entraña misma de uno de los grandes de América, de ver cómo funcionaba su alma, de conocer –en sus matices más personales- el origen y el desarrollo de sus sentimientos. 

Hasta ese momento, yo había vivido con una carga agobiante de deseo de ser útil a mi pueblo y a cualquier pueblo, sobre todo si era Latinoamericano; pero, para ser útil a un pueblo, hay que tener condiciones especiales. ¿Y cómo podía saber yo cuales condiciones eran esas, y como se las formaba uno mismo sino las había traído al mundo, y como las usaba si las había traído? La repuesta a todas esas preguntas, que a menudo me ahogaban en un mar de angustia, me la dio Eugenio María de Hostos, 35 años después de haber muerto. 

(…) la lectura de los originales de Eugenio María de Hostos me permitió conocer que fuerza mueven, y como la mueven, el alma de un hombre consagrado al servicio de los demás”, (Juan Bosch, Hostos el sembrador)



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miércoles, 29 de mayo de 2019

GARCÍA MÁRQUEZ EN LA CELEBRACIÓN del 70 CUMPLEAÑOS AÑOS DE JUAN BOSCH

Por: Víctor Manuel Grimaldi Céspedes

A la izquierda  GARCÍA MÁRQUEZ , Nicolás Guillen lee un poema, Juan Bosch, Miguel Otero Silva de Venezuela  

Los actos conmemorativos del 70 cumpleaños del Maestro Juan Bosch en 1979 fueron un acontecimiento nacional e internacional. El destacado político e intelectual había nacido en la provincia de La Vega, República Dominicana, el 30 de junio de 1909.

Gabriel García Márquez y otros intelectuales de renombre, como el poeta cubano Nicolás Guillén, visitaron entonces por primera vez la República Dominicana para celebrar con el líder político y escritor dominicano.

Guillén había sido padrino de las bodas de Bosch con Doña Carmen Quidiello celebradas en La Habana, Cuba, a inicios del decenio 1940.

García Márquez recibió lecciones del arte de escribir cuentos de Juan Bosch en 1959 en Caracas, Venezuela. »Maestro», le decía delante de nosotros a Bosch quien en 1982 ganaria el Premio Nóbel de Literatura durante aquellos festejos de 1979.

Vale recordar que el Gabo le solicitó a Bosch una especie de comentario que incluyó en la solapa de su primera edición de medio millón de ejemplares de «Crónica de una Muerte Anunciada» publicada antes de recibir el Premio Nóbel.


García Márquez con esta obra rompió un silencio literario que se había autoimpuesto luego del Golpe de Estado de 1973 contra Salvador Allende. El autor de «Cien Años de Soledad» había prometido que no volvería a publicar hasta que cayera derrocada la dictadura de Augusto Pinochet.

Ese era un tema recurrente en sus tertulias. De eso conversamos.

Una foto en que aparece Garcia Márquez con el grupo de celebridades que visitó hace 35 años la República Dominicana fue tomada en el Club Mauricio Báez el 1ro. de Julio de 1979, al otro día de cumplirse el 70 cumpleaños de Juan Bosch.

El día anterior, 30 de junio, por la mañana comenzaron los festejos en la ciudad La Vega. Después del mediodía de este sábado día 30 los invitados nos trasladamos a almorzar al Hotel Montaña en Jarabacoa.

Todos los intelectuales llegaron al país el viernes 29 de junio, a excepción de García Márquez que llegó el sábado al mediodía en un avión que le facilitó en Panamá el general Omar Torrijos.

-Gabriel no vino ayer -decía Juan Bosch el sábado 30 de junio de 1979- porque él cree que los viernes son de mala suerte para viajar.

Antes del acto del 1ro. de julio estuvimos un rato en el apartamento donde residía Juan Bosch en la calle César Nicolás Penson. Allí con Regis Debray y Gabriel García Márquez nos tomamos una foto Vicente Bengoa y yo. Bengoa me dijo que conserva esa foto pero que no recuerda donde la tiene. Ojalá sus hijos y nietos le ayuden a buscarla.

La foto de la portada de mi libro «Juan Bosch y García Márquez, Entrevistas», fue tomada en el apartamento de Bosch situado a pocos metros de la residencia del Embajador de los Estados Unidos en Santo Domingo.

En una de las fotos de los actos que se realizaron con motivo del cumpleaños 70 de Bosch se ve una grabadora que sostiene García Márquez en su mano. Esa grabadora era mía. Después de ese acto nos trasladamos al apartamento donde aún reside Milagros Ortiz Bosch y grabamos la entrevista que aparece en mi libro en la cual tratamos diversos tópicos.

De la técnica de resumir los textos, hasta de la crisis política de América Latina, conversamos con el Gabo.



Además de conmemorar los 70 años de Juan Bosch, este acto sirvió para solidarizar al pueblo dominicano y los intelectuales presentes con la Revolución Sandinista triunfante en esos días y amenazada con una intervención de la OEA… En mis papeles debe estar el borrador del original firmado por García Márquez, Nicolás Guillén, Debray, Juan Bosch y otros intelectuales, de un documento dirigido a quien era en ese momento presidente de los Estados Unidos de América: Jimmy Carter.

Recuerdo que a la salida del Club Mauricio Báez llevamos al Gabo hasta un automóvil en el que todo el mundo quería ir…yo le seguí en el Peugeot de Pedro Mir conducido por el Poeta Nacional.

La noche avanzaba…donde Doña Milagros conversamos distendidamente con el Gabo. Comimos chicharrones de pollo, y realizamos la entrevista. Más tarde nos encontramos por casualidad en el ristorante Vesuvio del Malecón.

La noche rindió…era domingo. El día aún más fue abundante en tiempo disponible. Al mediodía habíamos almorzado comida criolla del maestro Mike Mercedes, todos incluyendo al Gabo, en el restaurante típico que tenía Diómedes Mercedes en la avenida Tirandentes casi esquina 27 de Febrero.

Al otro día, lunes 2 de julio de 1979, el Presidente Antonio Guzmán recibió a los convidados de Bosch en el Palacio Nacional. No estuvo García Márquez, quien se marchó del país ese día temprano. A la República Dominicana el Gabo no retornó nunca más, con la excepción de un día del año 1994 que pasó en tránsito por el aeropuerto Las Américas y ofreció unas declaraciones en solidaridad con el doctor José Francisco Peña Gómez


El 30 de Junio se define como un proyecto democrático y progresista. Tiene por propósito preservar el legado teórico de Juan Bosch, expresado en sus obras de investigación política, sociológica, histórica y cultural como en su praxis política sustentada en los valores éticos, humanistas y patrióticos que por igual sustentaron Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperón y todos aquellos dominicanos que amaron y aman esta patria quisqueyana.
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Ideología y táctica en la actividad política

Coordinación de educación M30J 



Por  Juan Bosch, Presidente Ad Vitan PLD

Para las masas de los pueblos lo que cuenta en la formación de sus posiciones políticas son los hechos que les causan perjuicio en sus condiciones materiales de existencia, no lo que en la ciencia política se llama ideología revolucionaria; y aunque hemos dicho eso mismo varias veces, en ocasiones en las páginas de esta revista, nos parece necesario insistir en el tema diciendo que no son las ideas de determinadas personas las que transforman a la sociedad sino que son los sufrimientos de la sociedad que transforman las ideas de los hombres.

Alguien puede pensar ante el ejemplo de la obra de Carlos Marx, que con sus ideas él ha transformado a una gran parte de la humanidad, y no ha sido precisamente así. Lo que sucedió fue un estudio de los acontecimientos ocurridos en la historia humana convencieron a Carlos Marx de que la base de la vida del hombre es material, que son las condiciones materiales de existencia de los hombres las que los llevan a luchar para mejorarlas y esa lucha desemboca en procesos políticos de carácter revolucionario.

Veamos un caso de la historia de nuestro país: la idea de fundar una organización secreta llamada La Trinitaria para que ella dirigiera la lucha por la independencia nacional no se formó en la cabeza de Juan Pablo Duarte porque el fuera un hombre de inteligencia excepcional y de pureza patriótica inmaculada: esa idea fue formándose en su cerebro porque la parte que hablaba español del pueblo de la isla que en esos años se llamaba República de Haití venía padeciendo de males económicos que achacaba a errores del gobierno.

Duarte percibió esa actitud y en vez de limitarse a pensar que el remedio de esos males era un cambio de gobierno debía ser también un cambio en el estado de sometimiento del pueblo de lengua española a las autoridades haitianas, y como ese criterio era compartido por varios compañeros y amigos suyos se dedicó a poner en ejecución la idea de hacer del territorio de la porción oriental de la isla una república independiente de Haití.

Lo que le dio categoría histórica a la fundación de la Trinitaria fue la adhesión del pueblo a sus propósitos, y esa adhesión se debió a que desde el año 1836 las condiciones materiales de existencia de las masas del país habían empezado a ser deterioradas por una serie de acontecimientos algunos de los cuales tenían sus orígenes en crisis económicas de países como Estados Unidos y Francia y otros los tenían en cambios atmosféricos como sequias de larga duración.

El pueblo de la parte haitiana de la isla (y decimos parte haitiana porque allí se había establecido la Republica de Haití desde el año 1804) padecía también el deterioro de sus condiciones materiales de existencia, pero naturalmente, ningún haitiano de los que culpaban a Boyer de sus males pensó en separar la parte haitiana de la que ocupaba el pueblo de lengua española; lo que querían los haitianos era derrocar el gobierno de Boyer y poner en su lugar uno diferente, como lo hicieron en el año 1843 cuando llevaron a cabo el levantamiento conocido con el nombre de la Reforma que por cierto recibió apoyo en la parte oriental de la isla de los trinitarios a los que les caía muy bien el derrocamiento de Boyer porque eso facilitaba los trabajos conspirativos que estaban llevando a cabo.

Hay revoluciones que se hacen sin necesidad de que los revolucionarios estén unidos por una posición ideológica y ni siquiera por una organización política o por la autoridad de un caudillo o un líder; tal fue el caso de la Restauración. Los que organizaron ese movimiento y lo dirigieron no eran conocidos por los que se lanzaron a participar en él, y sin embargo tan pronto comenzó, el pueblo, en sus capas más bajas, lo hizo suyo con tanta pasión que descalabro el poder militar español a tal punto que el 7 de enero de 1865, esto es, antes de que se cumplieran dos años y  cinco meses del día en que unos pocos hombres de armas iniciaron la guerra, el Congreso español conoció un proyecto de ley que ordenaba el abandono del territorio dominicano.

La gran mayoría de los jefes dominicanos de esa guerra eran totalmente desconocidos del pueblo cuando ella empezó incluyendo ente esos desconocidos a Gregorio Luperón, y por tanto nadie entro en ella siguiendo a un jefe; al levantamiento de Capotillo no se le hizo propaganda de ningún género antes de que se produjera; la guerra no comenzó con una declaración de principios que la justificara sino directamente con la acción armada.

¿Qué fue, pues, lo que provoco el arrollador alud de pueblo que desde el momento mismo de la iniciación de esa guerra se enrolo en las filas restauradoras y combatió en ella con fiereza de tigre?

Lo que provoco ese alud fue una crisis económica cuando se dio orden de que se retirara de la circulación el dinero dominicano en billetes que debían ser cambiados por billetes españoles, pero como diría de La Gándara, la operación de cambio “se llevaba a cabo con grande lentitud, de manera que con dificultad podía cambiarse en un día a razón de 100 pesos por persona”, y a causa de eso “las gentes se pasaban el día con las papeletas (billetes) en la mano, sin poder comprar lo que necesitaban”, a lo que hay que agregar el descuento que se le hacía a la moneda dominicana: por 100 pesos se pagaban 20 o 30 españoles; y por si fuera poco, se les puso un impuesto a las cargas y en esos tiempos todo lo que se compraba y se vendía se transportaba a lomo de caballos o de mulos cuyos dueños eran bajos  y medianos pequeños burgueses que invertían todo su dinero en comprar y alimentar esos animales y su número era alto pero además cada dueño de una recua empleaba peones que hacían el cuido de los animales y los dirigían a los viajes.

Esa política fiscal creaba un tipo de oposición muy peligrosa porque con ella se agraviaba a bajos y medianos pequeño-burgueses de las más diversas actividades, pero peor fue lo que se hizo con los militares dominicanos pasados a la reserva del ejército español; primero se le retraso durante meses el pago de sus sueldos y después se les dejo de pagar con el pretexto de que el gobierno de la flamante provincia española de Santo Domingo no tenía dinero.

Otro tanto sucedió con la revolución haitiana, de la cual hemos dicho repetidas veces ha sido la más compleja de los tiempos modernos porque fue a  la vez una guerra social, de esclavos contra amos, racial, de negros y mulatos contra blancos; de independencia porque acabo creando la Republica del Sur, y además, internacional porque las fuerzas de Toussaint y de Jean François combatieron a invasores ingleses y españolas; y esa guerra, que tenía tantas cargas explosivas, fue desatada por acontecimientos que tuvieron lugar, no en Haití-que en los días de la revolución se llamaba Saint Domíngue-, sino muy lejos, en Francia. Esos acontecimientos tienen en la historia mundial un nombre: el de la revolución francesa o como la llamaba Federico Engels, la Gran Revolución.

La Gran Revolución se hizo en Francia para destruir el poder político de los nobles de origen feudal y establecer en su lugar el de la burguesía, y la colonia francesa de Saint Domingue estaba organizada a base de esclavos africanos abajo y blancos y mulatos esclavistas arriba, pero había también blancos que no eran ricos sino empleados de los ricos y del gobierno francés, lo que formaba un amasijo de clases y capas en las que iba a influir la Gran Revolución provocando luchas muy fuertes entre los blancos ricos, de los cuales había muchos con títulos de nobleza, los llamados “pequeños blancos” y los mulatos ricos. En esas luchas hubo numerosos episodios sangrientos en los que murieron personajes conocidos lo mismo de un lado que de otro.

En Saint Domingue, pues, se creó una situación de lucha de clases en los niveles superiores que iba a provocar un levantamiento de esclavos dos años después de haber comenzado en Francia la Gran Revolución, y con ese levantamiento empezó la revolución haitiana, la más profunda y costosa en vidas y en bienes que conoció el Nuevo Mundo.

El jefe del levantamiento de los esclavos de Haití era uno de ellos, llamado Bouckman. Bouckman desempeñaba funciones de capataz de cuadrillas de esclavos de un ingenio azucarero propiedad de un francés riquísimo, miembro del grupo de esclavistas denominado los grandes blancos. Pero casi nadie en Haití sabía quién era Bouckman, un negro africano que con toda seguridad no había oído hablar nunca de posiciones ideológicas ni cosa parecida.

La Gran Revolución había empezado a mediados de 1789; el levantamiento de Bouckman tuvo lugar en la noche del 14 de agosto de 1791 y con el empezó la revolución haitiana que duraría trece años y terminaría con el establecimiento de la Republica de Haití, la segunda de América porque  la primera fue la de Estados Unidos, y en los años de lucha a muerte que llevaron a acabo los esclavos africanos contra ejércitos poderosos de Europa, de las filas de los negros salieron grandes jefes como Toussaint Louverture, Henry Christophe, Jean Jacques Dessalines, Alexander Petion, ninguno de los cuales leyó jamás un libro de Marx o de Lenin, y no solo porque a fines del siglo XVIII y a principios del XIX esos libros o se habían escrito sino además porque de haber estado circulando tales obras sus amos no les habrían permitido que las leyeran.

Naturalmente que cuando se hizo la revolución haitiana y cuando se fundó La Trinitaria y se llevó a cabo la guerra de la Restauración la ciencia política no tenía el grado de desarrollo que tiene hoy, pero además la parte moderna de esa ciencia no era conocida ni en la Republica Dominicana ni en Haití, de manera que los jefes revolucionarios mencionados en este trabajo no podían estudiar esas obras y en consecuencia estaban obligados a actuar guiados por apreciaciones instintivas, lo que equivale a decir objetivas, situación que no debería reproducirse en estos tiempos dado que en los últimos cien años la ciencia política se ha desarrollado basada en el materialismo histórico y los que estudian esa materia deben estar preparados para saber cómo debe ser dirigida una revolución y cuáles son las posibilidades de victoria que ella ofrecería.

Sin embargo, los hechos dicen otra cosa. Es verdad que actualmente la Política es una ciencia, pero su ejecución no lo es, porque si es ciencia cuando se le estudia, los que la aplican como tal ciencia dependen en gran medida de juicios instintivos, y por tanto subjetivos, en la misma medida en que dependían de ellos los revolucionarios haitianos y dominicanos de los siglos XVIII y XIX.

En ese aspecto de arte que hay en la aplicación de la ciencia Política lo que explica que los líderes de los Partidos Comunistas más grandes de Europa, el francés y el italiano, no hayan hecho, ni han intentado hacer, la revolución comunista. Es más, el de Francia rechazo participar en los hechos de mayo de 1968, ocasión en que las calles de Paris estaban ocupadas día y noche por multitudes que pedían a gritos una revolución, y nadie puede decir, o siquiera pensar, que la negativa del Partido Comunista francés a actuar en esa ocasión se debió a sus líderes y sus afiliados carecían de una posición ideológica revolucionaria.
Lo que decide cuando y como debe empezar una revolución no es el factor ideológico, es la capacidad táctica, y la táctica no es izquierdista ni derechista; es una facultad relacionada directamente no con los conocimientos de esta o de aquella materia sino con la aplicación de esos conocimientos, no es el producto de tales o cuales estudios sino un don’ el don de actuar en el momento preciso y en la forma precisa para conquistar lo que se persigue. Las revoluciones no son dirigidas por quienes quieren sino por quienes pueden dirigirlas, y solo pueden dirigirlas las que tienen ese don.

Una revolución esta siempre cargada de elementos complejos entre los cuales abundan los antagónicos. Veamos el caso de la que lleva el nombre de rusa por haberse dado en Rusia. Esa, que se considera la revolución clásica de las del mundo moderno, no habría podido hacerse si no se hubieran reunido todas las condiciones que hacían falta para que terminara como termino: inaugurando una nueva época en la historia, la época del socialismo.

La condición inicial fue el estallido de la Primera Guerra Mundial y la participación en ella de Rusia; la segunda fue la alianza de Rusia con Francia y su posición geográfica que obligaba a Alemania hacerles la guerra al mismo tiempo a Rusia y a Francia; la tercera fue su inferioridad militar ante Alemania, una inferioridad tan notable que poco después del primer año de la guerra las bajas rusas en prisioneros, muertos y heridos pasaban de un millón, hecho que afectaba a muchos millones de familias rusas y a la economía del país; la cuarta fue la situación  política derivada del atraso económico y  social de Rusia, en virtud de la cual el gobierno ruso estaba encabezado por un zar (emperador), y era el quien cargaba con la formidable oposición provocada por el estado de la guerra y la situación de hambre de las grandes masas del pueblo que se agravo a fines de 1916 y principios de 1917; la quinta fue la necesidad de hacer la revolución democrático burguesa destronando al zar para formar un gobierno de la burguesía que pudiera mantener la guerra y por tanto la alianza con Francia e Inglaterra, países de los que procedían los capitales invertidos en las más importantes industrias rusas, entre ellas las que fabricaban armas.
El derrocamiento del zar tuvo lugar a fines de febrero de 1917, fecha del calendario ruso. Con el empezaron la Revolución Rusa y las movilizaciones de las masas que esperaban el final inmediato de la participación de Rusia en la guerra. El nuevo gobierno, formado por los representantes de la burguesía, no podía pedir la paz porque los nexos económicos de la burguesía rusa con las de Inglaterra y Francia hacían del gobierno ruso una extensión de los de esos dos países, que encabezaban al grupo de Estados envueltos en la guerra en contra de la alianza Alemana-Austrohúngara-Turca; pero al mismo tiempo que no podía pedir la paz, el nuevo gobierno ruso no podía oponerse a la entrada en Rusia de ciudadanos rusos que vivían en otros países desterrados por el gobierno del zar. Entre esos desterrados estaba Nicolás Lenin.

En Lenin se reunían las condiciones de un científico de la Política que conocía esa ciencia según la interpretación materialista que le habían dado Marx y Engels y las de un gran táctico; es más, la medida de la capacidad táctica de Lenin solo puede ser expresada correctamente diciendo que fue un genio táctico; pero a lo dicho había que sumar otra condición: su jefatura de un partido dotado de una doctrina social revolucionaria y organizada de tal manera que podía llevar a cabo grandes campanas de agitación y al mismo tiempo contaba con un numero de líderes suficiente para desempeñar todos los cargos de dirección de un gobierno si se presentaba la ocasión de que tuviera que gobernar el país.

Ese partido era el Bolchevique*, al cual se unió León Trotsky tan pronto Lenin llego a la capital de Rusia y en esos momentos Trotsky era el presidente del Soviet de San Petersburgo, en el cual estaban representados numerosos sectores de las fuerzas populares de la ciudad, entre ellos los trabajadores y los soldados.

Debido a su extraordinaria capacidad táctica, Lenin se dio cuenta, a poco de llegar a San Petersburgo, (lo que sucedió en marzo de ese año 1917 según el calendario ruso), de que el gobierno estaba atrapado en una situación sin salida porque las masas del pueblo, incluyendo en ellas a los soldados, reclamaba el fin de la guerra pero el gobierno no podía oír ese clamor sino que al contrario, enviaba constantemente más jóvenes a morir en las trincheras, y al mismo tiempo cada vez eran más escasos los alimentos porque cada vez eran más los campesinos que tenían que abandonar los campos para ingresar en las filas de los soldados.

Todos los componentes de la crisis que  la guerra había desatado sobre Rusia convergían en un punto: obreros, campesinos, jóvenes de las clases populares quedaban convertidos en soldados, y para esos soldados, sus padres, sus hermanas, sus novias, sus mujeres, esto es, para la gran mayoría del pueblo ruso la guerra era la muerte, la perdida de sus seres queridos, el hambre de la población civil; era, en suma, el agravamiento a niveles alarmantes de las condiciones materiales de existencia de las grandes masas rusas.

Para enfrentar esa situación invento Lenin la consigna de “Pan, Paz y Libertad”, que no tenía relación con problemas ideológicos’ con ella se hizo el segundo episodio de la Revolución Rusa, el de la conquista del poder**, y quienes lo llevaron a cabo no fueron ni los obreros ni los campesinos, a los que les tocaría actuar inmediatamente después pero no en el momento del ataque frontal al gobierno de la burguesía fueron los soldados que tomaron al Palacio de invierno, desde el cual se controlaba el aparato del Estado.

¿Por qué ellos, que no formaban una clase? Porque eran ellos los que estaban destinados a morir a manos del ejército alemán, y entre esa muerte y la vida en Rusia, preferían la vida en su país, que no en vano Simón Bolívar decía y repetía una frase esencialmente materialista de que “el primer deber de todo lo que existe es seguir existiendo”.

Notas:
*El nombre completo del Partido mencionado por el compañero Juan Bosch era Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. La palabra bolchevique viene del ruso bolschetvo que quiere decir mayoría. El ala de Lenin era el ala mayoritaria en ese partido y de ahí el nombre.
**Lenin se refiere a la segunda etapa de la llamada Revolución de Febrero, que dio paso a la revolución socialista de obreros, campesinos y soldados rusos del 25 de octubre de 1917, conocida como Revolución de Octubre.

Luis Simo, Coordinador de educación M30J





El 30 de Junio se define como un proyecto democrático y progresista. Tiene por propósito preservar el legado teórico de Juan Bosch, expresado en sus obras de investigación política, sociológica, histórica y cultural como en su praxis política sustentada en los valores éticos, humanistas y patrióticos que por igual sustentaron Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperón y todos aquellos dominicanos que amaron y aman esta patria quisqueyana.
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EL 30 DE JUNIO

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BOSCH: MI ENCUENTRO CON HOSTOS

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“El hecho más importante de mi vida hasta poco antes de cumplir 29 años fue mi encuentro con Eugenio María de Hostos, que tenía entonces casi 35 años de muerto. El encuentro se debía al azar; pues, buscando trabajo, lo halle como supervisor del traslado a maquinilla de todos los originales de aquel maestro de excepción… (…) Eugenio María de Hostos, que llevaba 35 años sepultado en la tierra dominicana, apareció vivo ante mí a través de su obra, de sus cartas, de papeles, que iban revelándome día tras día su intimidad; de manera que tuve la fortuna de vivir en la entraña misma de uno de los grandes de América, de ver cómo funcionaba su alma, de conocer –en sus matices más personales- el origen y el desarrollo de sus sentimientos. Hasta ese momento, yo había vivido con una carga agobiante de deseo de ser útil a mi pueblo y a cualquier pueblo, sobre todo si era Latinoamericano; pero, para ser útil a un pueblo, hay que tener condiciones especiales. ¿Y cómo podía saber yo cuales condiciones eran esas, y como se las formaba uno mismo sino las había traído al mundo, y como las usaba si las había traído? La repuesta a todas esas preguntas, que a menudo me ahogaban en un mar de angustia, me la dio Eugenio María de Hostos, 35 años después de haber muerto. (…) la lectura de los originales de Eugenio María de Hostos me permitió conocer que fuerza mueven, y como la mueven, el alma de un hombre consagrado al servicio de los demás”, (Juan Bosch, Hostos el sembrador)

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DECIA JUAN BOSCH

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Si no puedo ver por mí mismo la liberación de este pueblo, la veré a través de mis ideas.Nuestra aspiración es que un día, cuando los niños que están empezando hoy a hablar sean hombres viejos y de nosotros no quede sino una cruz sobre una tumba, esos viejos les digan a sus hijos que el compañero Juan vivió y murió pensando cada hora de cada día en servir a su pueblo. Juan Bosch

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“En realidad, dos cosas han guiado mi vida de escritor y político, dos fuerzas, dos impulsos: uno es servirle a mi pueblo, ese ha sido permanente desde que tengo conciencia; cuando fui teniendo conciencia de que los seres humanos como individuos son una cosa y como pueblo son otra, ya no tenía que dedicarle mi atención al individuo, fuera vieja, fuera niño o fuera hombre sino al pueblo. El segundo impulso es hacer bien lo que estoy haciendo (…) No me importa nada más. Para mí, los honores, los bienes reales, la nombradía, la gloria, nada de eso significa nada”. “Nadie se muere de verdad si queda en el mundo quien respete su memoria”. Juan Bosch

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