Historia del PLD
(...) Empecé a elaborar el plan de reformas del PRD que no
pudieron ponerse en vigor en el PRD pero se pondrían en vigor en el PLD.
Voy a explicar lo que acabo de decir. Lo que expusieron los comisionados, con la excepción de Miguel Soto, me impresionó negativamente a tal punto que me dejó convencido de que el pueblo dominicano no podía esperar del PRD nada bueno porque sus dirigentes ignoraban totalmente los problemas del país y ninguno de ellos tenía interés en conocerlos. El trabajo de reorganización del partido que había hecho yo, con la ayuda de Gautreaux y García Guzmán, no había sido aplicado sino en sus aspectos superficiales, como el de denominar con las letras del alfabeto los comités perredeístas.
Para los líderes del PRD la política se había reducido a actividades de tipo personal, llevadas a cabo a niveles de amigos o enemigos. Mis conclusiones eran realmente negativas y deprimentes, pero yo no podía darme por vencido; no podía abandonar a las masas del pueblo renunciando al partido que me había hecho su líder y me había llevado a la presidencia de la República, y al fin tomé la decisión de luchar para convertir el PRD en una organización viva, creadora, consciente de que tenía un compromiso con los fundadores de la República: el de convertir en hechos lo que ellos soñaron cuando organizaron La Trinitaria. Mi estado de ánimo era indescriptible porque sabía que tenía que tomar decisiones muy serias, pero ignoraba cómo tenía que actuar, qué planes elaborar, qué líneas seguir.
En ese estado de ánimo, nos fuimos Carmen y yo a París y allí nos alojamos en la casa que ocupaba Héctor Aristy, y fue en esa casa donde empecé a concebir las reformas que debían hacérsele al PRD. Lo primero que pensé fue en la formación de círculos de estudio que se encargarían de enseñarles a los miembros de los comités de base, empezando por los de la Capital, qué era la actividad política, cómo debía ser llevada a cabo y con qué métodos debía ser aplicada en cada caso, esto es, cuando se trataba de gente del pueblo analfabeta o de profesionales y estudiantes universitarios. Yo ignoraba que Lenín había formado círculos de estudio en Rusia en los primeros años del siglo XX, de manera que la idea de crear unos cuantos en la República Dominicana fue una idea mía; pero no me quedé en eso. En primer lugar, los círculos de estudio del PRD tendrían como material de estudio folletos que escribiría yo, y fundamentalmente esos folletos serían de temas históricos, en cierto sentido, una adaptación de lo que había dicho en Composición social dominicana pero presentada en pocas páginas y además pequeñas. El primer círculo sería organizado con una parte de los miembros del Comité Ejecutivo Nacional, que era el organismo más alto del partido, y pensaba que con una parte nada más porque sabía que entre ellos los había que carecían de la base cultural indispensable para leer y asimilar el material que iba yo a escribir.
Yo había vuelto al país el 17 de abril de 1970 y el folleto número uno fue escrito el 2 de agosto de ese año; el 10 de ese mes escribí el número dos, el número tres fue escrito en septiembre y el cuarto en octubre; el número nueve lo fue un año después. Los folletos se vendían sin beneficio para el partido ni, naturalmente, para su autor, pero los círculos de estudios no se formaban, excepto en el caso de los cuatro o cinco que organicé yo mismo. La dirección del PRD no se daba cuenta de la importancia que tenía, para un partido político, formar intelectual e ideológicamente a sus miembros. La creación de métodos de trabajo, que debía ser una tarea de los círculos de estudios, no se llevaba a cabo, salvo en el caso del denominado unificación de criterios que ha sido tan fecundo en el PLD.
El PRD que encontré a mi vuelta al país era, en vez de una organización política, una desorganización política y social. La Casa Nacional, local de la dirección partidista, estaba prácticamente en ruinas; en la parte baja de una construcción de dos plantas que había en el patio, unos vivos pusieron un expendio de mercancías de mesa, y en la parte alta vivía, con toda su familia, el secretario de asuntos campesinos del Comité Ejecutivo
Nacional; por lo demás, en la parte principal vivían y dormían hombres y mujeres; si llovía, el agua caía en el piso como caía en el patio o en la calle. Para reparar el edificio les pedí a mis hermanos que vendieran una de las propiedades que nos habían dejado en herencia nuestros padres y de la parte que me tocaba yo quería sólo 2 mil pesos —entonces el peso equivalía al dólar estadounidense—, cantidad que usé en reparar la Casa Nacional, de la cual ordené sacar, cargado, al secretario de Organización del Comité Ejecutivo Nacional porque compartía su puesto en la alta dirección del PRD con la dirección del PACOREDO (Partido Comunista de la República Dominicana) y lo hacía con un desparpajo increíble.
De la oficina secreta a la revista Política
A Domingo Mariotti, que salía de España hacia Santo Domingo, le pedí que me trajera cien ejemplares del libro De Cristóbal Colón a Fidel Castro, el Caribe, frontera imperial, para venderlos a quienes pudieran pagar por cada uno de 50 a 100 pesos porque el partido no había organizado una recaudación de fondos que le permitiera pagar la renta del local, la luz eléctrica, el teléfono y un salario para las dos mecanógrafas que echaban allí sus días y a menudo también los sábados y los domingos, y mucho menos se le cubrían sus necesidades a la persona que actuaba como director de la Casa Nacional. Los libros se vendieron, pero del dinero que me enviaron los compradores llegaron a mis manos sólo 250 pesos. El desorden era de tal naturaleza que para agenciar fondos con que atender a las necesidades de la dirección del partido monté una oficina secreta, que establecí, bajo la dirección de Nazim Hued, en el último piso del edificio de la calle del Conde donde estaba la Ferretería Morey y ahora está la Ferretería Cuesta. En el montaje de esa oficina se trabajó con tanta sutileza que ningún dirigente del PRD se enteró de ello, ni siquiera los que yo sabía que eran honestos porque alguno podía contarle a otro que no tuviera esa condición que en el tercer piso del edificio ocupado por la Ferretería Morey estaba funcionando un local del partido dedicado a la recaudación de fondos, y nadie sabía lo que podía pasar si esa noticia caía en oídos de gente como ciertos perredeístas de cuyos nombres no quiero acordarme.
Para crear la afluencia de fondos, aunque fueran reducidos pero seguros, organicé con algunos amigos, entre ellos médicos respetados, reuniones semanales en las que participaban posibles cotizantes, la mayoría de los cuales aceptó comprometerse a dar una cuota mensual para el PRD, y de los miembros de fila del partido dos fueron escogidos para llenar las funciones de cobradores, y uno de esos dos sustrajo 800 pesos —que insisto, equivalían a dólares— que cobró de los cotizantes pero no llevó a la oficina secreta que dirigía Nazim Hued. Empeñado en producir al mismo tiempo educación y fondos para el partido ordené la publicación de un libro mío, escrito en 1959 en Venezuela, donde tuvo dos ediciones: Trujillo: causas de una tiranía sin ejemplo, y la publicación de la revista Política: Teoría y Acción, Organo Teórico del Partido Revolucionario Dominicano, cuyo primer número correspondió a mayo de 1972. De esa revista se publicaron doce números, todos ellos no sólo dirigidos sino hechos por mí a tal extremo que lo que se publicaba en sus páginas sin firma era obra mía, y los artículos traducidos del inglés y del francés también eran obra mía porque yo tenía que hacer el papel de mecanógrafo, de traductor, de director, de corrector de originales y composición debido a que en el PRD, salvo algún que otro artículo de Franklin Almeida, Arnulfo Soto, Amiro Cordero Saleta, Máximo López Molina y uno de José Francisco Peña Gómez, que ya era doctor y lo firmó con ese título, nadie se ofreció a colaborar para mantener en circulación la revista. Hasta la sección titulada “Teoría y acción en el ejemplo histórico”, que apareció en diez de los doce ejemplares de la revista que se publicaron, tuve que escribirla yo, así como la contraportada de las carátulas de los doce ejemplares.
Esa revista demandaba trabajo, porque era de cien páginas, pero ningún dirigente perredeísta se ofreció a escribir para ella. Es más, Peña Gómez hizo su único artículo a petición mía.
Peña Gómez había vuelto al país, desde Nueva York, tras una larga estancia en Francia y luego en Estados Unidos. Creo recordar que su regreso tuvo lugar el 2 de noviembre de 1972, y a poco de llegar anunció en Puerto Plata que pronto iban a sonar en la capital de la República los estampidos de las metralletas. Eso sucedía en los primeros días de enero de 1973, y en febrero llegaba al país Francisco Alberto Caamaño. El día de su llegada se supo en Santo Domingo, por transmisión de rumores, no porque Caamaño se lo hiciera saber a alguien.
Ese día era lunes y para analizar el cúmulo de rumores que se movía con la rapidez y el secreto de los ríos subterráneos nos reunimos en la casa de Jacobo Majluta varios miembros de la dirección del PRD, entre ellos Peña Gómez, que desapareció de la sala después que él y Majluta se separaron del grupo para ir a esconder sendos revólveres que habían estado exhibiendo de manera ostentosa seguramente con la intención de impresionar a los que estábamos reunidos con ellos haciéndose pasar por hombres dispuestos a morir combatiendo como leones si se aparecían por allí agentes de la fuerza pública. Cuando se nos dijo que la policía estaba registrando la casa vecina, yo, y conmigo dos personas más, pasamos a la casa que se hallaba en dirección opuesta a la que estaba siendo registrada, y en la que entramos había buscado refugio Peña Gómez, que salió de esa casa, a poco de llegar nosotros, y fue a refugiarse a varias cuadras de distancia. A partir de ese momento, Peña Gómez, secretario general del PRD, y yo, presidente del mismo partido, el único presidente que había tenido esa organización política, mantuvimos alguna relación, muy débil y al mismo tiempo muy desagradable debido a que él se sentía respaldado por una fuerza superior, un poder extrapartido que lo llevó a proclamar que él era un astro con luz propia, palabras arrogantes con las cuales se situaba en un mundo aparte, ocupando un trono que lo colocaba por encima de los estatutos y por tanto de las autoridades legítimas del PRD.
No había que ser un lince para darse cuenta de que las arrogancias de Peña Gómez estaban dirigidas a mí, y ni él ni ninguno de los miembros del Comité Ejecutivo Nacional del partido se daban cuenta de que yo sabía ya que el PRD había dejado de ser lo que diez años atrás creí que podía ser. La posibilidad de ir al poder con el PRD de 1973 era algo que me preocupaba seriamente. ¿Cómo podía yo exponerme a ser candidato presidencial perredeísta para las elecciones de 1974? ¿Qué podía sucederme si era elegido presidente de la República? ¿Con quiénes iba a gobernar si en el PRD no llegaban a cien los hombres y las mujeres que tuvieran desarrollo político, conocimiento de los problemas del país y que además fueran incapaces de usar los cargos públicos en provecho propio?
Ni Peña Gómez ni ninguno de los miembros del Comité Ejecutivo Nacional del PRD se dieron cuenta de cuál era mi estado de ánimo, y por ignorarlo varios de ellos se quedaron petrificados cuando en la reunión del 14 de noviembre de 1973, al lanzarse Peña Gómez contra mí en lenguaje irrespetuoso y con la mirada cargada de odio respondí sin palabras, poniéndome de pie y saliendo del pequeño salón en que se reunía el Comité Ejecutivo Nacional, que formaba parte de la construcción de la que yo había sacado al secretario de Asuntos Campesinos del partido y a su familia. Salí de allí y del PRD para siempre, y a los cuatro días de eso hice llegar a los periódicos la noticia de que había renunciado a la presidencia y a la militancia del Partido Revolucionario Dominicano.
Dos días después de haber hecho pública mi renuncia a la membresía del PRD nos reunimos en la casa de Franklin Almeida doce personas. Allí propuse la formación de un partido que se llamaría de la Liberación Dominicana y que se organizaría en forma diferente al PRD, a partir del establecimiento de Círculos de Estudios. Esa reunión terminó acordando que cada uno de los presentes convocaría a amigos y miembros del PRD que hubieran dado demostraciones de apoyo al propósito de fundar un partido distinto al PRD para que se reunieran en mi casa, la misma en que hoy están las oficinas de la presidencia del PLD; de esa reunión salió el acuerdo de celebrar un congreso de fundación del nuevo partido. Los que se reunieron en mi casa, que no pasaron de treinta personas, acordaron que el Congreso llevaría el nombre de Juan Pablo Duarte y se llevaría a cabo el 15 de diciembre. Al acuerdo se le hizo publicidad y el día señalado unas sesenta y cuatro personas, que en realidad no formaban un congreso porque no eran delegados de nadie, aprobaron la propuesta de dejar fundado el Partido de la Liberación Dominicana y eligieron su primer Comité Central, su presidente —que fui yo— y su secretario general —que fue Antonio Abréu—. El Comité Central tenía veintiún miembros y eligió cinco de ellos para formar el Comité Político.
En realidad, el Comité Central era tal vez la tercera parte de la totalidad de los miembros del partido, y se reunía en el local que había sido la Casa Nacional del PRD, la misma que catorce años después el PLD compraría a sus dueños pagando por ella 250 mil pesos, pero pesos del año 1987, que tenían un valor dos veces superior al actual.
Nosotros éramos un grupo pequeño de militantes de un partido que no tenía el menor peso en la sociedad dominicana, (…)
(…) que aunque su congreso de fundación se llevó a cabo el 15 de diciembre de 1973, todavía a mediados de marzo del año siguiente el PLD no era un partido sino un proyecto de partido tratado como tal por grupos partidistas tan mínimos como él. Eso que se acaba de decir está documentado en la primera de las publicaciones del PLD, un folleto de 24 páginas del cual se tiraron 5 mil ejemplares que se venderían a razón de 20 centavos cada uno para recaudar fondos con que pagar la impresión de ese folleto y cubrir algunos gastos, como los de agua y luz de la Casa Nacional.
(Continuara)
El 30 de Junio se define como un proyecto democrático y progresista. Tiene por propósito preservar el legado teórico de Juan Bosch, expresado en sus obras de investigación política, sociológica, histórica y cultural como en su praxis política sustentada en los valores éticos, humanistas y patrióticos que por igual sustentaron Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperón y todos aquellos dominicanos que amaron y aman esta patria quisqueyana.
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