lunes, 21 de agosto de 2017

Defender el Gobierno Bolivariano es cuestión de honor

Uno de los argumentos de mala fe es el de que habría que sortear la polarización entre gobierno y oposición, como forma de contornar la radicalización, que sería no estar de ningún lado. Es un pretexto para no solidarizarse con un gobierno asediado por la derecha local y por el gobierno de los EE.UU. Intelectuales suman críticas al gobierno para pronunciarse por la solidaridad «con el pueblo de Venezuela», como si el pueblo del país no estuviera involucrado en la polarización.
Se puede no estar de acuerdo con aspectos de las políticas del gobierno de Maduro, pero ninguna crítica justifica una posición de equidistancia, porque nadie tiene dudas de que, en caso de lograrse la caída del gobierno, sería sustituido por un gobierno de derecha e incluso de extrema derecha, con durísimas medidas para los derechos de la masa de la población venezolana y para los intereses nacionales del país.
Existe todavía el argumento de que la izquierda latinoamericana no debiera solidarizarse con el gobierno de Maduro, que le daría legitimidad en toda la región, comprometiendo la imagen de las fuerzas progresistas latinoamericanas. Los que hablan de esa forma tiene un imagen particular de la izquierda, que no es de la izquierda realmente existente.
Una parte de esas posturas es reflejo de una ideología liberal. Lo único que ofrece esa visión es democracia y dictadura. Y como el gobierno de Maduro no cabe en la concepción que tienen de democracia, lo clasifica inmediatamente de dictadura y centran su fuego en contra del gobierno, supuestamente aislado por una «sociedad civil» en rebelión contra la «tiranía».
Para esos, aunque se digan de izquierda no existen ni capitalismo, ni imperialismo. No hay tampoco derecha, ni neoliberalismo. Las clases sociales desaparecen, disueltas en la tal «sociedad civil», que pelea en contra del Estado. No toman en cuenta que se trata de un proyecto histórico anticapitalista y antimperialista.
Parece que no se dan cuenta de que no se trata de defender un gobierno, sino un régimen y un proyecto histórico. Que si llegara a caer ese gobierno, cae todo el proyecto histórico iniciado por Hugo Chávez y Venezuela se sumaría a la recomposición neoliberal que hoy victimiza a Argentina y a Brasil.
Se puede ser de izquierda y ser crítico, pero peleando dentro de la izquierda, de las fuerzas antineoliberales, por el avance de esos procesos, nunca por su derrota.
Porque la alternativa a esos gobiernos está siempre en la derecha, como Argentina y Brasil lo confirman, nunca en la extrema izquierda. Derrotar a gobiernos antineoliberales es abrir el camino a la restauración neoliberal, que es la única bandera de la derecha.
Lo que está en juego hoy no solo en Venezuela, sino también en Bolivia, en Ecuador, en Uruguay, en Argentina, en Brasil, es el destino de los más importantes gobiernos que América Latina ha tenido en este siglo: si se afirman y avanzan, si recuperan el camino donde la derecha ha retomado el gobierno o si la contraofensiva neoliberal vuelve a imponer la década nefasta en que imperó en nuestra región.
Esa es una razón más para que la izquierda exprese su apoyo y solidaridad con Venezuela. Hay horas en que el silencio es criminal; sea de dirigentes, sea de militantes, sea de intelectuales, sea de partidos, sea de instituciones, sea de gobiernos, sea de quien sea.


El 30 de Junio se define como un proyecto democrático y progresista. Tiene por propósito preservar el legado teórico de Juan Bosch, expresado en sus obras de investigación política, sociológica, histórica y cultural como en su praxis política sustentada en los valores éticos, humanistas y patrióticos que por igual sustentaron Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperón y todos aquellos dominicanos que amaron y aman esta patria quisqueyana.

viernes, 18 de agosto de 2017

LA SEMILLA QUE CURA EL CÁNCER, MEJOR QUE LA QUIMIO



El 30 de Junio se define como un proyecto democrático y progresista. Tiene por propósito preservar el legado teórico de Juan Bosch, expresado en sus obras de investigación política, sociológica, histórica y cultural como en su praxis política sustentada en los valores éticos, humanistas y patrióticos que por igual sustentaron Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperón y todos aquellos dominicanos que amaron y aman esta patria quisqueyana.

La Guerra de las Galaxias: de la ficción a la realidad


«EL ARTE DE LA GUERRA»

La Guerra de las Galaxias, de la ficción a la realidad

Al inicio de la conquista del espacio, las grandes potencias acordaron en la ONU que no habría armas en el espacio. A pesar de ello, sin que se sepa si ese país ha violado o no ese principio, Estados Unidos ha desplegado toda una gama de armamento destinado a destruir los satélites “enemigos”, supuestamente desde la Tierra.
 | ROMA (ITALIA)  
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La nueva secretaria adjunta a cargo de la US Air Force, Heather Wilson, junto a su jefe, el secretario de Defensa James Mattis.
En el imaginario colectivo, las armas espaciales son las que hemos visto en las películas de ciencia ficción de la saga La Guerra de las Galaxias. Pero, sin que nos diésemos cuenta, porque de eso no se habla en los medios de comunicación, ese tipo de armas se ha hecho realidad.
La carrera armamentista, incluyendo el armamento nuclear, hace tiempo que se ha extendido al espacio. La encabeza Estados Unidos, que apunta cada vez con más empeño al control militar del espacio. El 16 de junio de 2017, inmediatamente después de asumir su cargo, la nueva secretaria adjunta a cargo de la fuerza aérea de Estados Unidos, la señora Heather Wilson, anunció una reorganización general destinada a reforzar las operaciones espaciales integrándolas más y más a las de la US Air Force. Objetivo declarado: «Organizar y entrenar fuerzas capaces de vencer en cualquier futuro conflicto que pueda extenderse al espacio».
El responsable de los sistemas militares espaciales es el Mando Estratégico (StratCom), que es también responsable del armamento nuclear y de las ciberarmas. «Tenemos fuerzas espaciales y ciberespaciales superiores que son fundamentales para el estilo de guerra estadounidense en cada teatro de operaciones en el mundo entero», escribió en febrero pasado el comandante del StratCom, general John Hyten, subrayando que «nuestras fuerzas nucleares son seguras y están listas en todo momento» y que «si fallara la disuasión, estamos dispuestos a utilizarlas».
Para los estrategas del Pentágono, tener la superioridad en el espacio significa ser capaces de atacar a un adversario militarmente fuerte, paralizar sus defensas, golpearlo con armas nucleares y, si fuese un adversario dotado también de armamento nuclear, neutralizar su respuesta. Para lograr ese objetivo, el Pentágono está incorporando armas nucleares, sistemas espaciales y ciberarmas a la «gama completa de las capacidades globales de ataque», tanto en la Tierra como en el espacio.
El 7 de mayo, después de 718 días en órbita alrededor de la Tierra, aterrizó en Cabo Cañaveral el transbordador espacial robot X-37B de la US Air Force, capaz de maniobrar en el espacio y de regresar a su base de forma autónoma. Los más grandes expertos estiman que el transbordador espacial robot X-37B –que acaba de realizar en el espacio su cuarta misión «top secret»– sirve probablemente para experimentar con armas destinadas a destruir los satélites enemigos y «cegar» así al enemigo en el momento de atacarlo.
Al mismo tiempo, están en fase de desarrollo varias armas laser, ya sometidas a ensayos por el navío USS Ponce en el Golfo Pérsico. La firma Lockheed Martin anunció el 16 de marzo que ha fabricado un potente sistema de laser que será instalado en un vehículo especial de las fuerzas terrestres estadounidenses para la realización de una serie de pruebas. También en marzo, el general Brad Webb declaró que este mismo año un avión AC-130 recibirá un arma de laser para la realización de ataques contra objetivos terrestres. El 3 de abril, científicos de la universidad Macquaries dijeron haber creado en laboratorio un súper laser similar al de la «Estrella de la Muerte» de La Guerra de las Galaxias, destinado a futuras aplicaciones espaciales.
Estados Unidos lleva ventaja en ese sector. Pero, como sucede con todos los sistemas de armas, otros países, principalmente Rusia y China, están desarrollando tecnologías militares similares. En 2008, Moscú y Pekín propusieron un acuerdo internacional para impedir el despliegue de armas en el espacio. Pero la administración Bush y más tarde la administración Obama se negaron a abrir negociaciones en ese sentido.
O sea, mientras que en la sede de la ONU se desarrolla una negociación para lograr la prohibición jurídica de las armas nucleares –negociación en la que no participan las potencias nucleares, ni los países miembros de la OTAN– por otro lado sigue acelerándose, impulsada por Estados Unidos, la carrera para la militarización del espacio, que forma parte de la preparación de la guerra nuclear.
Traducido al español por la Red Voltaire) a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio





El 30 de Junio se define como un proyecto democrático y progresista. Tiene por propósito preservar el legado teórico de Juan Bosch, expresado en sus obras de investigación política, sociológica, histórica y cultural como en su praxis política sustentada en los valores éticos, humanistas y patrióticos que por igual sustentaron Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperón y todos aquellos dominicanos que amaron y aman esta patria quisqueyana.

Estrategia EEUU contra Siria y Venezuela

Interpretaciones divergentes en el campo antiimperialista

Cuando los yihadistas atacaron su país, en 2011, la reacción del presidente sirio Bachar al-Assad fue inversa a la que se esperaba. En vez reforzar los poderes de los servicios de seguridad, optó por reducirlos. Seis años más tarde, su país está saliendo victorioso de la guerra imperialista más grande que se haya visto –después de la desatada contra Vietnam. Ese mismo tipo de agresión está teniendo lugar en Latinoamérica, donde suscita una respuesta mucho más clásica. Thierry Meyssan expone la diferencia de análisis y estrategia del presidente de Siria –Bachar al-Assad–, por un lado, y los presidentes de Venezuela –Nicolás Maduro– y de Bolivia –Evo Morales. No se trata de establecer una especie de competencia entre estos líderes sino de llamarnos a ir más allá de los esquemas políticos y a tener en cuenta la experiencia de las guerras más recientes.
 | DAMASCO (SIRIA)   
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En mayo de 2017, Thierry Meyssan explicaba en Russia Today que las élites sudamericanas están cometiendo un grave error ante el imperialismo estadounidense. En esta entrevista, Meyssan insiste en el cambio de paradigma de los conflictos armados actuales y subraya la necesidad de un radical replanteo sobre la manera de defender la patria.
Sigue adelante la operación de desestabilización contra Venezuela. En su fase inicial, grupúsculos violentos, que realizaban manifestaciones contra el gobierno, asesinaron a simples transeúntes, e incluso a personas que se habían unido a sus protestas callejeras. En una segunda etapa, los grandes distribuidores de alimentos provocaron un desabastecimiento en los supermercados. Posteriormente, desertores de las fuerzas del orden realizaron ataques armados contra la sede del ministerio del Interior y el Palacio de Justicia, llamaron a la rebelión y pasaron a la clandestinidad.
La prensa internacional ha atribuido siempre al «régimen» las muertes registradas durante las manifestaciones, aunque numerosas grabaciones de video demuestran que son asesinatos perpetrados deliberadamente por los propios manifestantes. Basándose en esa información falsa, esa prensa califica al presidente Nicolás Maduro de «dictador», como lo hizo antes –hace 6 años– con el Guía libio Muammar el-Kadhafi y con el presidente sirio Bachar al-Assad.
Estados Unidos ha utilizado la Organización de Estados Americanos (OEA) contra el presidente Maduro, como mismo utilizó antes la Liga Árabe contra el presidente Assad. Sin esperar a ser excluido de la OEA, el gobierno de Venezuela denunció la maniobra y se retiró de esa organización [1].
No obstante, el gobierno de Maduro ha sufrido 2 reveses:
  • gran parte de sus electores no acudió a votar en las elecciones legislativas de diciembre de 2015, permitiendo así que la oposición obtuviera la mayoría de los escaños en el Parlamento,
  • y se dejó sorprender por la escasez artificialmente provocada de alimentos –a pesar de que una maniobra similar ya había tenido lugar en el pasado en Chile, contra el gobierno de Salvador Allende, y en la misma Venezuela, contra el presidente Hugo Chávez. Ante esa crisis, el gobierno necesitó varias semanas para implantar nuevos circuitos de abastecimiento.
Todo indica que el conflicto que está comenzando en Venezuela no se limitará a las fronteras de ese país. Es probable que abarque todo el noroeste de Sudamérica y el Caribe.
Se ha dado un paso adicional con el inicio de preparativos militares contra Venezuela, Bolivia y Ecuador, desde México, Colombia y lo que fue la Guayana británica. Esta coordinación es obra del equipo de la antigua Oficina Estratégica para la Democracia Global (Office of Global Democracy Strategy); unidad creada por el presidente demócrata Bill Clinton y mantenida por el vicepresidente republicano Dick Cheney y su hija Liz. La existencia de esa oficina fue confirmada el actual director de la CIA, Mike Pompeo, lo cual llevó a que la prensa, y posteriormente el propio presidente Trump, hablaran de una opción militar estadounidense contra Venezuela.
Empeñado en salvar su país, el equipo del presidente Maduro no ha querido seguir el ejemplo del presidente sirio Assad. Según el análisis imperante en el seno de ese equipo, se trata de situaciones completamente diferentes. Estados Unidos, principal potencia capitalista, agrede a Venezuela para apoderarse de su petróleo, siguiendo un esquema que ya se ha visto muchas veces en 3 continentes. Ese punto de vista acaba de verse reafirmado por un reciente discurso del presidente boliviano Evo Morales.
Es importante recordar que el presidente iraquí Saddam Hussein, en 2003, y el Guía Muammar el-Kadhafi, en 2011, así como numerosos consejeros del presidente sirio Bachar al-Assad razonaban de esa misma manera. Estimaban que Estados Unidos agredía sucesivamente a Afganistán e Irak, y posteriormente a Túnez, Egipto, Libia y Siria sólo para derrocar los regímenes que se resistían a su imperialismo y controlar los recursos energéticos del Medio Oriente ampliado, o Gran Medio Oriente. Son numerosos los autores antiimperialistas que aún mantienen ese análisis, tratando, por ejemplo, de explicar la guerra contra Siria con la interrupción del proyecto de gasoducto qatarí.
Pero los hechos han echado abajo ese razonamiento. El objetivo de Estados Unidos no era derrocar los gobiernos progresistas –en los casos de Libia y Siria–, ni robar el petróleo y el gas de la región sino destruir los Estados, hacer retroceder sus pueblos a los tiempos de la prehistoria, a la época en que «el hombre era el lobo del hombre».
Los derrocamientos sucesivos de Saddam Hussein y de Muammar el-Kadhafi no dieron paso al restablecimiento de la paz. Las guerras continuaron a pesar de la instalación de un gobierno de ocupación en Irak y, en otros países de la región, de regímenes que incluían a colaboradores del imperialismo completamente contrarios a la independencia nacional. Esas guerras prosiguen actualmente, demostrando que Washington y Londres no aspiraban simplemente a derrocar regímenes, ni a defender la democracia sino a aplastar a los pueblos. Esta es una constatación fundamental que modifica por completo nuestra comprensión del imperialismo contemporáneo.
Esa estrategia, radicalmente nueva, comenzó a ser impartida como enseñanza por Thomas P. M. Barnett desde el 11 de septiembre de 2001. Fue dada a conocer y se expuso públicamente en marzo de 2003 –o sea justo antes de la guerra contra Irak– en un artículo de la revista estadounidense Esquire, y posteriormente en el libro titulado The Pentagon’s New Map, pero parece tan cruel que nadie ha creído que pudiera llegar a aplicarse.
Para el imperialismo se trata de dividir el mundo en dos: una zona estable que goza de los beneficios del sistema y otra zona donde el caos alcanza proporciones tan espantosas que nadie piensa ya en resistir sino sólo en sobrevivir, zona donde las transnacionales pueden extraer las materias primas que necesitan sin rendir cuentas a nadie.
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Según este mapa, extraído de un Powerpoint que Thomas P. M. Barnett presentó en 2003 durante una conferencia impartida en el Pentágono, los Estados de todos los países incluidos en la zona rosada deben ser destruidos. Ese proyecto no tiene nada que ver con la lucha de clases en el plano nacional, ni con la explotación de los recursos naturales. Después de destruir el Medio Oriente ampliado, los estrategas estadounidenses se preparan para acabar con los Estados de los países del noroeste de Latinoamérica.
Desde el siglo XVII y la guerra civil británica, Occidente se desarrolló temiendo siempre el surgimiento del caos. Thomas Hobbes enseñó a los pueblos de Occidente a someterse a la «razón de Estado» con tal de evitar el tormento que sería el caos. La noción de caos volvió a aparecer con Leo Strauss, después de la Segunda Guerra Mundial. Ese filósofo, que formó personalmente a numerosas personalidades del Pentágono, pretendía establecer una nueva forma de poder sumiendo una parte del mundo en el infierno.
La experiencia del yihadismo en el Medio Oriente ampliado nos ha mostrado lo que es el caos.
Después de haber reaccionado ante los acontecimientos de Deraa –en marzo y abril de 2011– como se esperaba que lo hiciera, utilizando el ejército para enfrentar a los yihadistas de la mezquita al-Omari, el presidente Assad fue el primero en entender lo que estaba sucediendo. En vez de reforzar los poderes de los servicios de seguridad para enfrentar la agresión exterior, Assad puso en manos del pueblo los medios necesarios para defender el país.
Comenzó por levantar el estado de emergencia, disolvió los tribunales de excepción, liberó las comunicaciones vía internet y prohibió a las fuerzas armadas hacer uso de sus armas si con ello ponían en peligro las vidas de personas inocentes.
Esas decisiones, que parecían ir contra la lógica de los hechos, tuvieron importantes consecuencias. Por ejemplo, al ser atacados en la región de Banias, los soldados de un convoy militar, en vez de utilizar sus armas para defenderse, optaron por quedar mutilados bajo las bombas de los atacantes, e incluso morir, antes que disparar y correr el riesgo de herir a los pobladores que los veían dejarse masacrar sin intervenir para evitarlo.
Como tantos otros en aquel momento, yo mismo creí que Assad era un presidente débil con soldados demasiados leales y que Siria iba a ser destruida. Pero, 6 años más tarde, Bachar al-Assad y las fuerza armadas de la República Árabe Siria han ganado la apuesta. Al principio, sus soldados lucharon solos contra la agresión externa. Pero poco a poco cada ciudadano fue implicándose, cada uno desde su puesto, en la defensa del país. Y los que no pudieron o no quisieron resistir, optaron por el exilio. Es cierto que los sirios han sufrido mucho, pero Siria es el único país del mundo, desde la guerra de Vietnam, que ha logrado resistir la agresión militar externa hasta lograr que el imperialismo renunciara por cansancio.
En segundo lugar, ante la invasión del país por un sinnúmero de yihadistas provenientes de todos los países y poblaciones musulmanes, desde Marruecos hasta China, el presidente Assad decidió renunciar a la defensa de una parte del territorio nacional con tal de garantizar la posibilidad de salvar a su pueblo.
El Ejército Árabe Sirio se replegó en la «Siria útil», o sea en las ciudades, dejando a los agresores el campo y los desiertos. Mientras tanto el gobierno sirio velaba constantemente por el abastecimiento en alimentos de todas las regiones que controlaba. Contrariamente a lo que se cree en Occidente, el hambre ha afectado sólo las zonas bajo control de los yihadistas y algunas ciudades que se han visto bajo el asedio de esos elementos. Los «rebeldes extranjeros» –y esperamos que los lectores nos disculpen por lo que puede parecer un oxímoron–, con abundante abastecimiento garantizado por las asociaciones «humanitarias» occidentales, utilizaron su propio control sobre la distribución de alimentos para someter poblaciones enteras imponiéndoles un régimen de hambre.
El pueblo sirio comprobó por sí mismo que era el Estado sirio, la República Árabe Siria, quien le garantizaba alimentación y protección, no los yihadistas.
El tercer factor es que el presidente Assad explicó, en un discurso que pronunció el 12 de diciembre de 2012, de qué manera esperaba restablecer la unidad política de Siria. Resaltó específicamente la necesidad de redactar una nueva Constitución y de someterla a la aprobación del pueblo por mayoría calificada, para realizar después una elección democrática de la totalidad de los responsables de las instituciones, incluyendo –por supuesto– al presidente.
En aquel momento, los occidentales se burlaron de la decisión del presidente Assad de convocar a elecciones en medio de la guerra. Hoy en día, todos los diplomáticos implicados en la resolución del conflicto, incluyendo a los de la ONU, respaldan el plan Assad.
A pesar de que los comandos yihadistas circulaban por todo el país, incluyendo la capital, y asesinaban a los políticos hasta en sus casas y junto a sus familias, el presidente Assad estimuló a los miembros de la oposición interna a hacer uso de la palabra. Assad garantizó la seguridad del liberal Hassan el-Nouri y del marxista Maher el-Hajjar para aceptaran, al igual que él mismo, correr el riesgo de presentarse como candidatos en la elección presidencial de junio de 2014. A despecho del llamado al boicot que lanzaron la Hermandad Musulmana y los gobiernos occidentales, y desafiando el terror yihadista, a pesar de que millones de sirios habían salido del país, el 73,42% de los electores respondieron al llamado de las urnas.
Por otro lado, desde el principio mismo del conflicto, el presidente Assad creó un ministerio de Reconciliación Nacional, algo nunca visto en un país en guerra. Confió ese ministerio al presidente de un partido aliado, el PSNS, Alí Haidar, quien negoció y concluyó más de un millar de acuerdos de amnistía a favor de ciudadanos que habían tomado las armas contra la República, muchos de los cuales decidieron incluso convertirse en miembros del Ejercitó Árabe Sirio.
A lo largo de esta guerra, y a pesar de lo que afirman quienes lo acusan injustamente de haber generalizado la tortura, el presidente Assad no ha recurrido nunca a medidas coercitivas en contra de su propio pueblo. No ha instaurado ni siquiera un reclutamiento masivo o un servicio militar obligatorio. Todo joven tiene siempre la posibilidad de sustraerse a sus obligaciones militares y una serie de pasos administrativos permite a cualquier varón evitar el servicio militar si no desea defender su país con las armas en la mano. Sólo los exiliados que no han realizado esos trámites pueden verse en situación irregular en relación con esas leyes.
A lo largo de 6 años, el presidente Assad ha recurrido constantemente al respaldo de su pueblo, otorgándole responsabilidades, y ha hecho a la vez todo lo posible por alimentarlo y protegerlo. Y ha corrido siempre el riesgo de dar antes de recibir. Así se ha ganado la confianza de su pueblo y es por eso que hoy cuenta con su activo respaldo.
Las élites sudamericanas se equivocan al ver en la situación de hoy la simple continuación de la lucha de las pasadas décadas por una distribución más justa de la riqueza. La lucha principal ya no es entre la mayoría del pueblo y una pequeña clase de privilegiados. La opción que se planteó a los pueblos del Gran Medio Oriente, y a la que pronto tendrán que responder también los sudamericanos, no es otra que defender la Patria o morir.
Los hechos así lo demuestran. El imperialismo contemporáneo ya no tiene como prioridad apoderarse de los recursos naturales. Hoy domina el mundo y lo saquea sin escrúpulos. Ahora apunta a aplastar a los pueblos y destruir las sociedades de las regiones cuyos recursos ya explota hoy en día.
En esta nueva época de violencia, sólo la estrategia de Assad permite mantenerse en pie y preservar la libertad.
[1] Algo similar sucedió ya, en 1962, cuando Washington montó en la OEA una farsa diplomática contra el joven Gobierno Revolucionario de Cuba. La Cuba revolucionaria se retiró entonces de la OEA y ha rechazado varias veces reincorporarse a esa organización, que el entonces ministro cubano de Exteriores Raúl Roa calificó de «ministerio de colonias de Estados Unidos». Nota de la Red Voltaire.




El 30 de Junio se define como un proyecto democrático y progresista. Tiene por propósito preservar el legado teórico de Juan Bosch, expresado en sus obras de investigación política, sociológica, histórica y cultural como en su praxis política sustentada en los valores éticos, humanistas y patrióticos que por igual sustentaron Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperón y todos aquellos dominicanos que amaron y aman esta patria quisqueyana.

40. La Guerra de Vietnam por Diana Uribe (Parte 1)















 El 30 de Junio se define como un proyecto democrático y progresista. Tiene por propósito preservar el legado teórico de Juan Bosch, expresado en sus obras de investigación política, sociológica, histórica y cultural como en su praxis política sustentada en los valores éticos, humanistas y patrióticos que por igual sustentaron Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperón y todos aquellos dominicanos que amaron y aman esta patria quisqueyana.