Juan Bosch, en su libro “PLD un Partido Nuevo en América” narra la historia de la fundación del PRD, en Cuba 1939, y toda la trayectoria por la que paso ese partido mientras estuvo al frente de su dirección y de las causas que lo llevaron a abandonarlo(PRD) en 1973, el Partido que fundara juntos a otros dominicanos en 1938, entre ellos, el Dr. Enrique Cotubanamá Henríquez, para fundar un nuevo Partido(PLD) que estuviera en condiciones políticas e ideológicas para completar la obra de Juan Pablo Duarte, que era la liberación económica, política de la República Dominicana. También, en este libro, el Profesor Juan Bosch hace una especie de autobiografía política. Contando en qué momento y en qué circunstancias se inicia en la política militante, asumiendo el reto de luchar por su patria para liberarla de la dictadura oprobiosa de Trujillo y darles a los dominicanos y dominicanas una vida más justa y digna. Pero lo más importante de este libro, es que a través de su lectura podemos darle seguimiento a la evolución del pensamiento social y político de Juan Bosch.
Informamos a nuestros amigos lectores
que nos siguen día a día con mucha atención por la web, que a partir de hoy,
por considerarlo sumamente importante para poder comprender el pensamiento de
Bosch y su evolución, le presentaremos a través del blog: “Circulo de estudio
Profesor Juan Bosch” capítulo por capítulo, el libro”PLD un Partido Nuevo En
América”. Esperamos que lo disfruten
Segunda entrega.
Hoy continuamos con el siguiente capítulo:
la lucha por el control del PRD
A esa altura
del tiempo, cuando apenas comenzaba la vida del partido, Trujillo, que tenía
sus agentes, seguramente cubanos en Cuba pero probablemente también algún
dominicano, y debía tenerlos en Venezuela, en Nueva York, en Puerto Rico,
presionó al gobierno de Fulgencio Batista, que había ganado las elecciones
cubanas de 1940 y duraría en el poder cuatro años, hasta octubre de 1944, para
que el Partido Revolucionario Dominicano fuera perseguido y disuelto, y lo
mismo haría en Venezuela, donde el presidente Isaías Medina Angarita me invitó
a verlo en el Palacio de Miraflores para pedirme que suspendiera la propaganda
anti trujillista que mantenía el partido en Venezuela.
Lo que nos
pidió el gobierno de Cuba no fue la suspensión o abandono de la propaganda
contra la tiranía dominicana, fue que abandonáramos el nombre de Partido
Revolucionario Dominicano. La demanda fue hecha a una comisión del partido por
el Primer Ministro del gobierno de Batista, que se llamaba Ramón Zaydín. En ese
momento, fines de marzo o principios de abril de 1943, la Segunda Guerra
Mundial tenía tres años y medio de duración, era llevada a cabo por una
coalición de países democráticos y la Unión Soviética contra Alemania, Italia y
Japón. De los últimos países, uno —Alemania— estaba gobernado por el Partido
Nazi, cuyo jefe era Adolfo Hitler, y otro —Italia— lo era por el Partido
Fascista, dirigido por Benito Mussolini, y el Dr. Zaydín nos impuso el cambio
del nombre del Partido Revolucionario Dominicano por el de Unión Democrática
Anti nazista Dominicana (UDAD), imposición que tuvimos que aceptar porque de no
hacerlo se nos prohibiría usar el del PRD. Por esa razón aparece en un número
de esos días de la revista Carteles una fotografía mía al pie de la cual se
leían las palabras “Juan Bosch, secretario general de la Unión Democrática Anti
nazista Dominicana (UDAD)) mientras pronunciaba un discurso” (no recuerdo en
qué lugar). Como presidente de la UDAD fue designado el Dr. Romano Pérez Cabral
porque el Dr. Jiménez Grullón se negó a aceptar ese cargo.
Al año
siguiente, 1944, el Partido Revolucionario Dominicano inició una campaña
dirigida a obtener un acuerdo de unidad con otras agrupaciones de exiliados dominicanos
que siguiendo el ejemplo que habíamos dado los perredeístas al fundar y
mantener la primera organización anti trujillista del exilio dominicano habían
establecido agrupaciones de diferentes tendencias. El Partido Revolucionario
Dominicano consiguió que en La Habana se celebrara un congreso unitario, que se
llevó a cabo también en el año 1944, y en él estuvieron presentes, en
representación de la Unión Patriótica Dominicana, Ángel Morales; por el Frente
Democrático Dominicano, el Dr. Ramón de Lara; como observador, a nombre de
Acción Democrática de Venezuela, el poeta Andrés Eloy Blanco, y representantes
de todas las seccionales del PRD. Ese congreso unitario tuvo apoyo en fuerzas
políticas cubanas como lo demostró la recepción que les hizo en su casa a todos
los participantes en él, el Dr. Eddy Chibás de la cual se conservan
fotografías.
Pero los
efectos en el Partido Revolucionario Dominicano del congreso unitario fueron
negativos porque inmediatamente después de haber terminado los trabajos de esa
reunión el Dr. Jiménez Grullón propuso una medida mediante la cual se me
sacaría de Cuba, y con ella se iniciaba una etapa de luchas innecesarias por el
control de la dirección del Partido Revolucionario Dominicano que iban a durar
varios años.
Yo me había
equivocado cuando le propuse al Dr. Henríquez a su colega, el Dr. Jiménez
Grullón —ambos eran médicos, pero Jiménez Grullón no ejercía su profesión, por
lo menos en Puerto Rico y Cuba— como líder del Partido Revolucionario
Dominicano, error que se explica por el hecho de que yo no había tenido
práctica política, y creía, como expliqué al comenzar esta serie de artículos,
que debido a su origen familiar —nieto de un presidente, que ejerció ese cargo
dos veces, y bisnieto de otro presidente— era conocido en el país más que
cualquier otro de los exiliados que se organizaran en el partido que proponía
el Dr. Henríquez, pero más que su nexo familiar con dos personajes que
figuraban en la historia del país me indujeron a pensar en el Dr. Jiménez
Grullón como el mejor candidato a ser el líder del futuro Partido
Revolucionario Dominicano dos circunstancias. La de menos peso era su condición
de buen orador, facultad que había demostrado al pronunciar un discurso en las
ruinas de la Isabela en un acto que yo presencié; la otra era la circunstancia
de que llevaba el nombre de Juan Isidro Jiménez, que había sido el líder del
partido conocido de los dominicanos con el nombre de bolo debido a que su
emblema era un gallo sin cola que por no tenerla se oponía al gallo rabudo,
emblema del partido rebú cuyo líder era Horacio Vásquez. …pero
además de pensar así creía que el Dr. Jiménez Grullón tenía condiciones
políticas porque sabía, de habérselo oído decir a amigos y colegas suyos, que
aspiraba a ser presidente de la República; pero cuando me tocó tratarlo de
cerca, en un ambiente político como era el de las reuniones de la Seccional de
La Habana del PRD, tuve la impresión de que me había equivocado, criterio que
no debía dar a conocer a nadie mientras no apareciera un perredeísta que
tuviera las condiciones que se requieren para dirigir actividades políticas, y
así lo hice; nunca manifesté lo que pensaba acerca de la notoria ausencia
de facultades políticas del líder del Partido Revolucionario Dominicano. En dos años de convivencia, no sólo política sino además
física, porque vivíamos en la misma casa no le oí nunca al Dr. Jiménez Grullón un
juicio político acertado, ni siquiera cuando se trataba de enjuiciar los
acontecimientos mundiales, que eran muchos porque la Segunda Guerra Mundial los
producía a diario, pero el colmo de su incapacidad política fue su negativa a
aceptar que ocupara la posición de secretario general de la Unión Democrática
Anti nazista Dominicana alegando que él rechazaba enérgicamente la imposición
de Batista, que esa imposición iba a destruir al Partido Revolucionario
Dominicano y él no podía prestarse a ser cómplice de una medida como esa.
De La Habana a Ciudad México
Fue el Dr.
Jiménez Grullón quien propuso que yo me hiciera cargo de la secretaría general
de la UDAD, de manera que lo que él rechazaba por razones que él llamaba
morales era bueno para mí, manera de actuar que se repetía con frecuencia, cuya
culminación fue proponer mi salida de Cuba con la supuesta finalidad de que yo
hiciera propaganda anti trujillista en América Latina, y como el partido
carecía de fondos yo tenía que arreglármelas para pagar viajes y hoteles, y no
sólo para mí, porque estaba casado —me había casado el 30 de junio de 1943— y
mantenía mi hogar, en parte con lo que producía mi esposa con su trabajo en la
Oficina de Coordinación Interamericana, el centro encargado de hacer en Cuba la
propaganda anti nazi fascista que se elaboraba en Estados Unidos, y en parte
con lo que producía yo como traductor para llenar una página entera del
periódico Información de artículos y noticias que aparecían en diarios de
Estados Unidos y además con la publicación en la revista Bohemia de cuentos y
artículos.
Ángel Miolán
se opuso a la propuesta de Jiménez Grullón alegando que de los miembros del
partido el que tenía más y mejores relaciones en Cuba era yo y mi salida hacia
otros países iba a perjudicar al PRD, pero el Dr. Jiménez Grullón contaba
con el apoyo de los hermanos Mainardi, y yo me abstuve de votar, de manera que
la moción del Dr. Jiménez Grullón fue aprobada. Miolán no se dio por derrotado
y propuso que para hacer viable la tarea que debía cumplir en varios países
latinoamericanos él pedía que se me declarara candidato presidencial del
Partido Revolucionario Dominicano en caso de que Trujillo fuera derrocado o de
que por cualquiera otra razón el dictador tuviera que abandonar el cargo, y fue
tanto lo que alegó en favor de su moción que acabó siendo aprobada, desde
luego, con abstención de parte mía y la oposición enérgica del Dr. Jiménez
Grullón. A partir de ese momento, por lo menos mientras yo preparaba mi viaje a
México, primero de los países que me había propuesto visitar, el Dr. Jiménez
Grullón empezó a alejarse del Partido Revolucionario Dominicano y llegó a tales
extremos que acabó yéndose a Puerto Rico y abandonando el partido, no
inmediatamente sino en una retirada de años.
Yo me fui a
México solo; mi esposa iría más tarde. Llegó a Ciudad México el 26 de diciembre
de 1944, exactamente 44 años antes del día en que escribo este quinto capítulo
de la serie dedicada a explicar por qué y cómo fue creado el Partido de la
Liberación Dominicana, pero de acuerdo con un informe secreto enviado a
Washington por el Agregado Militar de puesto en México el 1º de febrero de
1945, redactado el 16 de enero de ese año, publicado por Bernardo Vega en su
libro Los Estados Unidos y Trujillo (1945), yo había llegado a México en enero
de 1945, y la verdad era que yo me hallaba en la capital azteca desde el mes de
octubre de 1944, esto es, tres meses antes de lo que afirmaba el autor de ese
informe. El informe de marras es una sarta de mentiras inventadas por algún
agente mexicano que le vendía noticias a la Embajada de Estados Unidos. El tal
informe aparece firmado nada menos que por un Mayor de la Inteligencia Militar,
asistente del Brigadier General A.R. Harris, que era el Agregado Militar a la
Embajada de Estados Unidos. Nada, pero absolutamente nada de lo que se dice en
ese informe fue verdad ni entonces ni antes ni después.
De Ciudad México a Maracaibo
Yo no había
ido a México a comprar o buscar armas para llevar a cabo un levantamiento en la
República Dominicana; había ido a iniciar una gira por América Latina haciendo
una campaña de denuncias de la tiranía trujillista, sus crímenes y la
explotación salvaje del pueblo y de las riquezas del país para beneficio
personal de Trujillo. Eso era lo que había dispuesto la dirección del Partido
Revolucionario Dominicano que yo debía hacer, y salí de Cuba a hacerlo
abandonando el trabajo con el cual me ganaba la vida, así como mi esposa
abandonó el suyo poco después para unírseme en México, de donde íbamos a salir
en el mes de febrero para Guatemala, país en el que acababa de instalarse como
presidente de la República un maestro de escuela muy respetado que había tenido
que exiliarse en Argentina porque no podía resistir la presión de la dictadura
de Jorge Ubico, que duró cerca de catorce años, de 1931 a 1944.
Hacer una
campaña denunciando la tiranía de Trujillo en Guatemala fue más fácil, y dio
más resultados, que la que hice en México porque en Guatemala entré en
relaciones con los hombres más importantes en la política del país, comenzando
por el presidente de la República, pero también hice contacto con Jacobo
Arbenz, que junto con el coronel Arana y Jorge Toriello había dirigido el
levantamiento militar que sacó del poder a Federico Ponce, el heredero político
de Ubico, pero además, en Guatemala no había embajador de Trujillo ni, hasta
donde se supiese, algún guatemalteco que estuviese a su servicio. El presidente Arévalo había conocido en
Argentina a Pedro Henríquez Ureña, que iba morir un año después en Buenos
aires. Ese conocimiento fue una de las razones de la simpatía que nos mantuvo
en relación durante algunos años, y mi relación con él facilitó la tarea de
usar la prensa guatemalteca para denunciar los crímenes de la dictadura
dominicana.
Salir de
Guatemala no era fácil porque no había comunicación marítima con otros países
que debía visitar, como por ejemplo, Venezuela, y tomar un avión para ir a un
punto intermedio, como Costa Rica o Panamá, era riesgoso debido a que los
aviones que hacían la ruta centroamericana hacían paradas en Tegucigalpa y en
Managua, la primera, capital de la Honduras martirizada por Tiburcio Carías
Andino, que en ese año 1945 tenía doce tiranizando a su pueblo e iba a prolongar
su tiranía cuatro años más, hasta el 1949, y en Managua estaba Anastasio
Somoza, conocido en su país por el apodo de Tacho, el asesino de Augusto César
Sandino.
La única
manera de salir de Guatemala sin correr el riesgo de ser apresado por los socios
centroamericanos de Trujillo era tomando en la costa del Pacífico un barco que
nos condujera a Panamá, y así lo hicimos; embarcamos en el Salvador, un buque
pequeño, de bandera inglesa, que algún tiempo después se hundió en el golfo de
México. El Salvador nos condujo a Panamá, de donde salimos en avión hacia
Maracaibo, la capital de la región petrolera de Venezuela.
Al
levantarnos el primer día de nuestra estancia en Maracaibo para dar un paseo
por las calles cercanas al hotel donde nos habíamos hospedado compramos un
periódico en el cual un titular de tipos muy grandes daba la noticia de que
había muerto Franklin Delano Roosevelt.
Ese
acontecimiento, ocurrido en plena Segunda Guerra Mundial, tenía una fecha: 12
de abril de 1945. El año 1945 estaba llamado a ser muy importante desde el
punto de vista de la actividad política, tanto a nivel mundial como para los
que luchábamos contra las dictaduras del Caribe, de las cuales la peor en todos
los sentidos era la de Trujillo. A nivel mundial, ese año iba a terminar la
Segunda Guerra, acontecimiento que se alcanzaba a ver desde el momento en que
los ejércitos alemanes no pudieron tomar Moscú y empezaron a fracasar en
Stalingrado. Para mí la muerte de
Roosevelt era preocupante porque no podía prever cómo se comportarían las
nuevas autoridades norteamericanas en el trato con Trujillo. En Venezuela
gobernaba en esos tiempos el general Isaías Medina Angarita, que no era amigo
de Trujillo pero tampoco su enemigo como lo indicaba la insinuación que me
había hecho, precisamente en abril de 1945, para que moderara mi propaganda
anti trujillista.
En
Venezuela nadie pensaba que Medina Angarita podía ser eliminado como lo sería
en octubre de ese año, y en consecuencia yo no podía hacerme ilusiones
sobre la posibilidad de conseguir el apoyo de ese país en la lucha contra
Trujillo; por tanto, el único beneficio que podía sacar de Venezuela sería
cierto grado de fortalecimiento de la seccional caraqueña, o venezolana, del
Partido Revolucionario Dominicano, y eso podía conseguirlo en dos semanas, pero
como al volver a Cuba tendría que buscar alojamiento le pedí a Carmen que se me
adelantara para ocuparse de buscar casa y tomar las medidas que conllevaba una
mudanza.
En los seis
años y medio que había pasado desde el día de mi llegada a Cuba yo había estado
viviendo en una atmósfera política envolvente, que era al mismo tiempo de
carácter internacional, de carácter regional y de carácter estrictamente
dominicano porque en lo que se refería a la lucha anti trujillista mi trabajo
se limitaba a lo que hacía dentro del PRD o en el partido. Pero sucedía que en
el orden internacional la política estaba representada en la guerra mundial, un
acontecimiento que me preocupaba mucho, del cual recibía enseñanzas todos los
días a través de las noticias de prensa y radio; pero también influían mucho en
mi formación política los hechos que se producían en todo el Caribe, y
naturalmente mucho más los de Cuba, donde actuaban en política varios amigos,
entre ellos Carlos Prío y Eduardo Chibás, que a petición mía había organizado
la recepción, en su casa, de las personas que participaron en el congreso
unitario de los dominicanos anti trujillistas que se había celebrado el año
anterior.
En los diez
meses que había durado mi viaje por México y Guatemala había tomado posesión de
la presidencia de la República el Dr. Ramón Grau San Martín, que había sido
elegido para ese cargo antes de salir yo de Cuba. Yo no había tenido relaciones
personales con el Dr. Grau pero él sabía quién era yo porque antes de las
elecciones él le había propuesto a Carlos Prío la fundación de un periódico
diario que haría el papel de vocero del Partido Auténtico. Prío era entonces
senador por la provincia de Pinar del Río, cargo que mantuvo durante ocho años,
desde las elecciones de 1940 hasta las de 1948, en las que fue elegido
presidente de la República como sucesor del Dr. Grau. El propio Dr. Grau le
puso al periódico un nombre que no tenía sentido, el de Siempre, cuyo director
sería Prío, pero Prío no tenía la menor idea de cómo se hacía un periódico y me
pidió que yo me hiciera cargo de esa tarea, petición a la que accedí, pero puse
condiciones, la primera de ellas que mi nombre no figurara en la nómina de los
que redactaban o dirigían ese vocero del Partido Revolucionario Cubano.
Mis tres condiciones
Igual
condición puse cuando al ser nombrado primer ministro (jefe del gobierno,
mientras que el Dr. Grau seguía siendo jefe del Estado), Prío me pidió que le
ayudara en los trabajos que se le presentaban en ese cargo; yo le respondí que
no tenía condiciones para ser secretario suyo, a lo que él me contestó diciendo
que no me pedía servicios de secretario sino de colaborador en funciones muy
concretas, como el estudio de problemas que requirieran análisis detallados de
varios aspectos de la vida cubana, sobre todo de los sociales y los económicos.
Mi respuesta fue que me diera tres días para pensar lo que debería responderle.
En esos tres días tenía que hacerme preguntas que estaban en la obligación de
contestarme yo mismo de manera fría. La primera de ellas era cuál sería la
opinión que de mí se harían los miembros del Partido Revolucionario Dominicano,
lo mismo los de Cuba, los de Estados Unidos, los de Puerto Rico que los de
Venezuela cuando les llegara la noticia de que yo estaba trabajando como
secretario o ayudante del primer ministro de Cuba, y he dicho secretario porque
sabía que los dominicanos exiliados no podían adivinar cuáles serían mis
funciones mientras estuviera rindiendo servicios en las oficinas del Premierato
de Cuba.
La segunda
pregunta no estaba relacionada con los dominicanos del PRD, sino con los que no
tenían ningún trato con el Partido Revolucionario Dominicano, vivieran o no
vivieran en Cuba, sobre todo con los que vivían en Puerto Rico, muchos de los
cuales tenían posiciones anti trujillistas como era el caso de Ángel Morales, y
la última era qué pensarían de mí los cubanos dirigentes de partidos políticos,
lo mismo los que se oponían al gobierno de los auténticos que los que habían
llevado ese partido al poder. En el caso de los cubanos engolfados en esa
tercera pregunta mi preocupación era grande, no precisamente porque en esos
tiempos en Cuba había aventureros de mala ley que resolvían sus dudas en
materia política poniendo en uso las pistolas, y en algunas ocasiones los hubo
que las usaban para hacerse de dinero o de posiciones que produjeran dinero,
que de todos ellos no había uno solo que pusiera en duda mi dedicación a la
lucha anti trujillista y por tanto no había uno de ellos que me atribuyera
planes de actuar en la actividad política cubana con fines personales; los que
me preocupaban eran los políticos que no dispararían balas sino artículos de
periódicos y comentarios de radio en los
que se condenara al extranjero que había escalado en forma misteriosa posiciones
que no le correspondían. Esas preguntas y mis respuestas fueron hechas en
secreto absoluto. Nadie debía enterarse de ellas, y al tercer día, cuando me
presenté en el Premierato le dije a Carlos Prío Socarrás que podía contar con
mi cooperación si aceptaba las condiciones que iba a presentarle. La primera
era que se me respetara el derecho a seguir colaborando con la revista Bohemia
para la cual escribía cuentos y artículos, la mayor parte de ellos dedicados a
la lucha contra la dictadura de mi país, la segunda, que se me fijara un
salario pagado por él, no de los fondos del Premierato ni de ningún otro
departamento del gobierno de Cuba; la tercera, libertad de viajar fuera de Cuba
cuantas veces tuviera que hacerlo para llevar a cabo actividades anti
trujillistas.
Un viaje a Caracas
En octubre de
1945 se sentían en los países de América Latina los efectos políticos de la
crisis económica que le dejaba a la humanidad como una herencia la costosa
guerra que se había llevado a cabo en Europa, desde septiembre de 1939, cuando
comenzó con el ataque nazi a Polonia, hasta el 30 de abril de 1945, día de la
muerte de Adolfo Hitler, y en Asia desde el 7 de diciembre de 1941, cuando la
flota de guerra norteamericana fue atacada en Pearl Harbour por aviones militares
japoneses, hasta el 9 de agosto de 1945, cuando cayó en la ciudad japonesa de
Hiroshima, la primera bomba atómica que conoció el género humano. En la región
del Caribe los efectos políticos generados por esa guerra se presentaron en
Venezuela con el derrocamiento del gobierno que encabezaba el general Isaías
Medina Angarita, a quien un grupo de oficiales jóvenes del Ejército sacaron del
Palacio Miraflores y pusieron en su puesto a Rómulo Betancourt, el líder del
partido Acción Democrática.
Ese acontecimiento
tuvo lugar el 15 de octubre y a principios de noviembre estaba yo en Caracas,
donde, tal como quedó explicado en mi artículo titulado “Un capítulo nuevo en
la lucha contra Trujillo” (revista Política: Teoría y Acción, número 48, marzo
de 1984), se iba a celebrar un acto de lo que en un informe enviado al
secretario de Estado norteamericano era descrito como “una reunión pública de
dominicanos libres”, y tal como el autor de ese informe lo explicaba, se
trataba no de “dominicanos libres”, sino de delegados o representantes de
organizaciones de dominicanos exiliados, lo que en fin de cuentas venía a ser
una demostración de los efectos políticamente beneficiosos que estaba haciendo
entre los exiliados dominicanos el ejemplo de organización que había dado el
Partido Revolucionario Dominicano, pues antes de que él se fundara nadie había
pensado en la creación de un partido o una asociación de anti trujillistas de
los que se hallaban fuera de la República Dominicana.
En esa
reunión de Caracas no se hicieron acuerdos de unidad entre los diferentes
grupos que participaron en ella. Su finalidad era responder, en defensa del
gobierno que presidía Rómulo Betancourt, a una ofensiva de ataques diarios que
estaba lanzando a toda América, por la vía de la radio, el equipo de defensores
de Trujillo; ataques personales, sucios, de la forma más abominable. Al acto en
que se respondieron esos ataques, que se llevó a cabo en un salón del local que
ocupaba Acción Democrática, fueron, en su casi totalidad, los miembros del
Partido Revolucionario Dominicano, seccional de Caracas, y unos contados amigos
de personalidades anti trujillistas que vivían en Venezuela. El acto tuvo
efecto el 12 de noviembre (1945) y diez días después estaba yo en Port-au-Prince,
la capital de Haití, adonde había ido llevando una carta del presidente
venezolano, Rómulo Betancourt, para el presidente de Haití, Elie Lescot. Yo le
había pedido a Betancourt que me la diera, pero quien la había escrito era yo,
y la había escrito con su aprobación después de haberle explicado por qué yo
debía visitar Haití y hablar con el presidente Lescot. “Ya está bueno”, le
dije, “de hablar y escribir sobre Trujillo y su dictadura. Ya es tiempo de
hacer en vez de hablar. Para hacer necesitamos dinero, y mi plan es obtener de
Lescot ayuda económica para encabezar la etapa de preparación de una fuerza que
libere al pueblo dominicano de su dictador”.
Mi viaje a
Haití, mi entrevista con el presidente de ese país, Elie Lescot, y el aporte
económico (nada menos que de 25 mil dólares) que él hizo a la lucha contra la
dictadura dominicana, fueron explicados en las páginas 225 y siguientes de mi
libro 33 Artículos de temas políticos (Santo Domingo, R.D., Editora Alfa y
Omega, 1988); pero en ese libro no está dicho que al finalizar el año 1945 la
situación política mundial había cambiado radicalmente pues en el mes de agosto
la Segunda Guerra Mundial había llegado a su fin con los bombardeos atómicos de
Hiroshima y Nagasaki, y la paz mundial nos proporcionaba a los dominicanos anti
trujillistas una oportunidad para lanzarnos a la acción armada dirigida a
derrocar la dictadura. El ejemplo de lo que había sucedido en Venezuela era un
estímulo para los que dirigíamos el Partido Revolucionario Dominicano a pesar
de que la situación de Venezuela era distinta de la de nuestro país porque ni
Medina Angarita era un dictador ni los militares dominicanos se parecían a los
militares venezolanos; pero yo creía que cuando llegara la hora de lanzarnos a
la lucha armada contra Trujillo, Rómulo Betancourt nos proporcionaría las armas
que le pidiera, y lo creía de tal manera que en ningún momento le hablé, o le insinué
siquiera, que nos diera ayuda económica para comprar armas; ese tipo de ayuda,
pensaba yo, lo darían el gobierno de Cuba o el de Guatemala, y si a última hora
pensé en el de Haití fue porque recibí informes de que las relaciones de Lescot
con Trujillo eran muy malas debido a que Trujillo había ayudado económicamente
a Lescot cuando éste llevaba a cabo su campaña de aspirante a la presidencia de
Haití, pero una vez en el poder se negó a complacer peticiones de su colega
dominicano.
Yo estaba tan
convencido de que Betancourt, a quien se lo había pedido, nos proporcionaría
las armas que necesitaríamos para derrocar a Trujillo, tema del cual no decía
una palabra a nadie, que consideraba inminente el inicio de las actividades
llamadas a culminar en la formación de una fuerza militar, y naturalmente, los
25 mil dólares que me dio el presidente Lescot contribuyeron a convertir esa
creencia en una convicción; de ahí que concibiera la necesidad de actuar de tal
manera que Trujillo no viera al Partido Revolucionario Dominicano como el
enemigo al que debía destruir de inmediato. Para mí, que Trujillo estuviera
pensando en aniquilar al PRD era algo natural porque él estaba al tanto de las
relaciones que yo mantenía con el presidente Betancourt, de quien era enemigo
desde el año 1929 y contra el cual mantenía en esos días finales de 1945 una
campaña de descrédito feroz.
En el
artículo titulado “Un episodio de la lucha contra Trujillo: Cartas Cruzadas con
el Cónsul de Trujillo en Curazao”, publicado en las páginas 233 y siguientes
del mencionado libro 33 Artículos de temas políticos, se explica la táctica que
se usó para darle a Trujillo la impresión de que el PRD no iba a atacarlo
militarmente y el papel que jugó en ese episodio Buenaventura Sánchez, el
secretario general de la seccional de Caracas del PRD. Los pormenores de esa maniobra táctica
fueron expuestos en un folleto de 42 páginas que se publicó en La Habana
(Talleres de Unidad Auténtica, Dolores Nº 259, Víbora, julio de 1948), es
decir, varios meses después de haber fracasado la expedición conocida con el
nombre de Cayo Confites, para que quedara constancia de que antes de Cayo
Confites la dirección de la política anti trujillista era llevada a cabo en el
exilio por el Partido Revolucionario Dominicano.
No nos dieron las armas
Con los 25
mil dólares de Lescot se compró un avión Douglas DC-3 en el cual vendríamos a
la República Dominicana de 50 a 60 hombres con armas para 200. El avión había
costado 12 mil dólares, precio bajísimo porque era lo que entonces se llamaba
sur-plus de guerra, esto es, equipos de los que los ejércitos de Estados Unidos
habían usado en la Segunda Guerra Mundial. Del dinero restante se compraron
después un AT-3, que se usaría como avión de entrenamiento, y un Cessna de dos
motores para los viajes que tuvieran que hacer los jefes militares o políticos
entre Cuba y otros países o en la República Dominicana cuando estuviéramos en
el país. El dinero sobrante, unos 3 mil dólares, le fue devuelto a Lescot cuyo
hijo Gérard se los llevó a Canadá.
Yo estaba tan
confiado en que Rómulo Betancourt nos proporcionaría las armas, que en realidad
eran pocas, para iniciar la guerra contra Trujillo, que envié a Santo Domingo
un mensajero de apellido Freire, chileno él, de origen ecuatoriano, para que le
informara al licenciado Antinoe Fiallo que estábamos listos para llegar al
país; que iríamos en avión con tantos hombres y tantas armas y que lo único que
necesitábamos era que se nos dijera en qué lugar se nos esperaría, y al mensaje
se le agregaba la aclaración de que el avión podía aterrizar en cualquier lugar
llano en el que no hubiera árboles ni cercas. A su vuelta a Venezuela el
mensajero dijo que el lugar apropiado para la llegada del avión en que irían
los hombres y las armas que enviaría el Partido Revolucionario Dominicano eran
unos secaderos de cacao que había en una finca situada en las vecindades de La Piña
cuyo propietario se llamaba Juan Rodríguez, con quien Antinoe Fiallo había
concertado un acuerdo.
Tan pronto el
mensajero me hizo saber que se hallaba en Caracas de regreso y que en el país
se nos esperaba, fui a ver a Virgilio Mainardi para invitarlo a ir conmigo a
Venezuela. Lo elegí a él en esa ocasión porque Ángel Miolán y Alexis Liz tenían
compromisos de trabajo y familiares. El viaje fue hecho en el avión DC-3,
salimos de un aeropuerto privado situado en un lugar llamado Santa Fe, a poca
distancia de La Habana, y el piloto era el aviador norteamericano que había
actuado como comprador y dueño de ese avión y del AT-3 y el Cessna. El destino
era Maracay, ciudad venezolana donde en los años de la dictadura de Juan
Vicente Gómez se hallaban los comandos militares, y en ese momento (mayo-junio
de 1946) estaba allí la jefatura de la aviación. Desde Maracay me dirigí,
acompañado por Mainardi, a Caracas donde me proponía ver inmediatamente a
Betancourt para reclamarle las armas que le había pedido en noviembre del año
anterior.
Rómulo
Betancourt no aportó las armas que le habíamos pedido; explicó, a su modo, la
imposibilidad de entregarnos 200 fusiles y tiros suficientes para usarlos, y lo
hizo de tal manera que yo salí de la Casa Presidencial de Caracas convencido de
que debía buscar esas armas en otra parte, no en Venezuela. Cuando llegamos a
Maracay, Mainardi y yo nos dimos cuenta, tan pronto entramos en el avión DC-3
en el cual habíamos llegado, de que más de una persona habían estado
registrando los sitios en que podía esconderse algo, aunque fuera un papel, lo
que nos llevó a comentar la posibilidad de que el gobierno de Rómulo Betancourt
estuviera en peligro de ser derrocado por un golpe de Estado militar semejante
al que había derrocado al gobierno de su antecesor, es decir, el de Medina
Angarita.
El fracaso de Cayo Confites
El Partido
Revolucionario Dominicano no pudo llevar a la práctica sus planes pero lo que
había hecho para ponerlos en práctica dio un resultado: la expedición de Cayo
Confites, que a su vez fracasó debido a la intervención de las Fuerzas Armadas
de Cuba que nos apresaron en alta mar, cuando navegábamos cruzando el Canal de
los Vientos en dirección a Haití, de donde pasaríamos a territorio dominicano.
A la fecha en que escribo estas líneas, a más de treinta años después del
fracaso de ese movimiento, se me ha dado la información de que para actuar como
lo hizo, el general Genoveno Pérez Dámera, jefe de las Fuerzas Armadas cubanas,
recibió de parte de Trujillo 350 mil dólares que le fueron llevados por
Porfirio Rubirosa y Juan Antonio Álvarez.
En cuanto a
lo que he dicho hace algunas líneas, que la expedición de Cayo Confites fue
resultado de las gestiones frustradas que hizo el PRD para traer hombres y
armas con los cuales debía empezar una acción destinada a derrocar el gobierno
de la tiranía trujillista, la explicación de esa afirmación es la siguiente:
Juan Rodríguez, el rico terrateniente que ofreció una de sus fincas como lugar
en el cual debía aterrizar el avión DC-3 en que llegarían al país los
revolucionarios y las armas que enviaría el PRD, respondió al fracaso de esos
planes de manera positiva: se reunió con algunos grandes propietarios a quienes
les planteó la necesidad y al mismo tiempo la conveniencia de aprovechar la disposición
de venir al país que tenían los dominicanos exiliados para iniciar con ellos un
levantamiento armado que sacara del poder a Trujillo y su familia, obtuvo el
respaldo político y económico de esos terratenientes y salió del país con 80
mil dólares, cantidad de dinero con la cual pudieron conseguirse las armas y
los barcos, e incluso algunos aviones además de los que tenía el PRD, con los
cuales se organizó la frustrada expedición. La frustración le costó la vida a
Juan Rodríguez, un dominicano cuyo nombre desconoce su pueblo porque la
Historia reserva las páginas en que se describen los hechos importantes sólo
para los autores de esos hechos, no de los que no llegaron a realizarlos aunque
hicieran todo lo necesario para ser sus ejecutores.
El fracaso de
Cayo Confites puede fecharse en los días finales de septiembre de 1947. Al año
siguiente, usando las armas de Cayo Confites, encabezó José Figueres el
levantamiento armado de Costa Rica para servir en el cual le fue enviado el
avión Cessna del PRD, que se accidentó en Guatemala pero salvaron la vida los
dos miembros del Partido que iban en él: Virgilio Mainardi y un hermano de
Manuel Fernández Mármol.
En noviembre
de 1950, a propuesta de Ángel Miolán, la dirección de la seccional de La Habana
se reunió en Arroyo Naranjo, el lugar donde estaba yo viviendo, para modificar
los estatutos del Partido a fin de que pudieran ser válidos en territorio
dominicano en caso de que en el país sucedieran hechos que dieran al traste con
la dictadura. Para esa fecha se habían sumado al Partido varias personas que
habían llegado a Cuba, como los hermanos Teófilo (Telo) y Hernando (Nando)
Hernández; eso sucedió también en Curazao, Aruba, Puerto Rico, Nueva York; en
cambio, la seccional de Caracas había quedado aislada desde que el gobierno de
Acción Democrática, presidido por Rómulo Gallegos, fue derrocado en 1948 por un
golpe de Estado militar.
A fines de
1950 la situación política de la región del Caribe no era igual, ni siquiera
parecida, a la de 1948. En 1948 había sido elegido presidente de Cuba Carlos
Prío Socarrás, en quien el Partido Revolucionario Dominicano tenía no sólo un
amigo sino un colaborador que lo era por varias razones. La primera de ellas
consistía en sus orígenes políticos, que se hallaban en la lucha del pueblo
cubano para sacar del poder a Gerardo Machado, el peor de los gobernantes que
había conocido Cuba, y como ese pasado tuvo mucho que ver en su elección a la
presidencia de su país, cuando se hiciera cargo del gobierno no podía ignorar la
repulsa a la dictadura de Trujillo de que daba muestras el pueblo cubano; y si
eso no fuera bastante para mantener en él una conducta anti trujillista,
sucedía que era cuñado del Dr. Enrique Cotubanamá Henríquez, el creador del PRD
y mantenía una estrecha relación política conmigo que había pasado a ser el
secretario general del Partido en La Habana, lo que significaba que lo era de
la totalidad del PRD.
A mí me tocó
jugar un papel importante en las actividades políticas de Carlos Prío Socarrás
y él sabía que el precio que yo cobraría por los servicios que le prestaba
sería la participación del gobierno de Cuba en la lucha contra Trujillo, y como
su elección a la presidencia de su país significaba que había llegado el
momento en que debería prepararse para hacer el pago que yo iba a reclamar,
aceptó sin demora mi propuesta de hacer, antes de tomar posesión del cargo para
el cual había sido elegido, un viaje a Guatemala, Costa Rica y Venezuela para
iniciar con los gobernantes de esos países una relación basada fundamentalmente
en la aprobación de un plan destinado a sacar de la
República
Dominicana a Rafael Leónidas Trujillo. Al mismo tiempo que el logro de ese fin
con medios y métodos políticos, Prío Socarrás debería aprovechar la oportunidad
de conocer a los líderes militares de Guatemala y Venezuela; no los de
Costa Rica porque Figueres había disuelto el Ejército de su país tan pronto
llegó a la presidencia de la República. Lo último tenía su explicación en la
necesidad de contar con apoyo militar en Guatemala y Venezuela en el caso de
que hubiera que recurrir a las armas para liquidar la dictadura dominicana.
Como yo
mantenía relaciones de amistad con el presidente de Guatemala, Juan José
Arévalo, y con los coroneles Jacobo Arbenz y Francisco Javier Arana, jefes que
fueron del movimiento militar que sacó del poder a Federico Ponce, sucesor de
Jorge Ubico, y mantenía amistad muy estrecha con José Figueres y con Rómulo
Gallegos, presidente de Venezuela, así como relaciones amistosas con el coronel
Carlos Delgado Chalbaud y con el mayor Mario Vargas, ambos figuras de peso en
las Fuerzas Armadas venezolanas, y sobre todo, amistad de largo tiempo con
Rómulo Betancourt, Andrés Eloy Blanco, Luis Beltrán Prieto y numerosos e
importantes dirigentes de Acción Democrática, me tocó a mí la tarea de viajar a
Guatemala, Costa Rica y Venezuela para proponer la visita del presidente electo
de Cuba a esos países y concertar las entrevistas que tendrían lugar, una en la
ciudad de Guatemala, otra en San José de Costa Rica y otra en Caracas para
acordar un plan político común destinado a conseguir la democratización
del gobierno de Trujillo y de ser eso imposible, organizar una expedición
armada que liberara a la República Dominicana de su dictador. En esas
entrevistas estaría yo presente.
Llevando armas a Costa Rica
De los cuatro
presidentes mencionados, el único que aprobó el plan de la expedición armada,
si no había solución política para liberar al pueblo dominicano de la tiranía
que estaba explotándolo y matándolo desde hacía 18 años, fue José Figueres, que
ofreció el territorio costarricense para establecer un campamento donde se
entrenaran los dominicanos que quisieran formar parte del cuerpo
expedicionario; pero se convino en que tres meses después de que Prío Socarrás
tomara el poder, lo cual debía suceder, por mandato constitucional, el 10 de
octubre de ese año 1948, los cuatro gobiernos convocarían a una reunión a ser
celebrada en Venezuela en la cual se acordarían planes sustitutos para alcanzar
la finalidad perseguida: la derrota de la tiranía de Trujillo.
Esa reunión
no pudo darse porque cinco semanas después de la toma de posesión por Carlos
Prío Socarrás del gobierno de Cuba fue derrocado el de Rómulo Gallegos por un
golpe militar que encabezaron los coroneles Marcos Pérez Jiménez y Carlos
Delgado Chalbaud. Un mes después, Anastasio Somoza, el dictador de Nicaragua
que tenía entonces 22 años manejando su país como si fuera propiedad suya,
lanzó su Guardia Nacional contra Costa Rica y Figueres me llamó por teléfono
para encomendarme la misión de pedirle al presidente Prío Socarrás armas con
que enfrentar el ataque del tirano nicaragüense, pues como se dijo hace poco,
al tomar el poder en su condición de jefe de un levantamiento militar, Figueres
había desbandado el Ejército de su país y no lo sustituyó con los guerrilleros
que tomaron, bajo sus órdenes, la capital costarricense. Prío le ordenó al
general Raúl Cabrera, el jefe militar de Cuba, que me entregara las armas
solicitadas por Figueres, las cuales estaban depositadas en el cuartel de San
Ambrosio, que se hallaba en La Habana Vieja, denominada así porque era la parte
antigua de la capital de Cuba; de allí fueron conducidas en un camión a
Colombia, nombre del campamento militar de La Habana, donde había un pequeño
aeropuerto, también militar, y a las pocas horas estábamos volando hacia San
José de Costa Rica, en un DC-3 conducido por el piloto militar Francisco
Gutiérrez (Panchito), un dominicano llamado Pompeyo Alfau y yo. Alfau, que no
era miembro del Partido Revolucionario Dominicano pero era anti trujillista,
pudo acompañarme en ese viaje porque llegó a mi casa en el momento en que yo
salía hacia el cuartel de San Ambrosio, pues no disponía de tiempo para darles
conocimiento de mi viaje ni a Ángel Miolán ni a Virgilio Mainardi ni a Alexis
Liz, que eran los compañeros perredeístas con quienes podía tener contacto
rápido debido a que vivían en lugares fácilmente accesibles para mí.
Al bajar del
avión llamé desde el aeropuerto a Figueres para decirle que lo que me había
pedido estaba allí pero que era necesaria la presencia de alguna autoridad
gubernamental para proceder a la descarga inmediata de los efectos de los
cuales era portador, y en pocos minutos estaba en el aeropuerto el jovial y
activo líder costarricense, que de hombre del común había dado un salto
descomunal hacia el más alto sitial de la política de Costa Rica para lo cual
le habían servido como anillo al dedo las armas que se habían adquirido para
enfrentar la más vieja y más criminal de las tiranías del Caribe: la de Rafael
Leónidas Trujillo.
250 mil dólares para Acción Democrática
Ahora me toca
distraerme por unos minutos de la historia del Partido Revolucionario
Dominicano para explicar por qué, además del derrocamiento del gobierno de
Rómulo Gallegos, que provocó la ruptura de nuestras relaciones con Venezuela,
lo que significaba un golpe muy fuerte para el Partido, perdimos el apoyo que
teníamos en Costa Rica cuando José Figueres tuvo que entregar la presidencia de
su país a poco de empezar el año 1949. Figueres no había llegado a la jefatura
del Estado de Costa Rica por la vía electoral sino impulsada por un movimiento
armado, que como se dijo ya, fue hecho con las armas de Cayo Confites. Ese
movimiento tuvo su origen en un fraude electoral que llevó a cabo el
gobierno de Teodoro Picado en las elecciones de febrero de 1948 para evitar que
esas elecciones fueran ganadas por Otilio Ulate, y empezó en el mes de marzo;
el 24 de abril la guerrilla figuerista tomó la capital del país y el 8 de mayo
quedó formada una Junta de Gobierno presidida por Figueres que declaró
instalada la Segunda República cuya duración terminaría cuando una Asamblea
Constituyente dictaminara quién había ganado las elecciones ese año; el
veredicto, que se dio al comenzar el mes de enero de 1949, favoreció a Otilio
Ulate, a quien la Junta que presidía Figueres le entregó el poder, con lo cual
el Partido Revolucionario Dominicano perdió el apoyo del gobierno costarricense
porque Ulate, periodista y propietario de un periódico, no tenía el menor
interés en lo que sucedía en la República Dominicana o en Nicaragua; más aún,
terminó siendo un aliado del dictador de Nicaragua.
Así, a poco
de comenzar el año 1949 la dirección del PRD sólo podía contar con el apoyo de
dos gobiernos del Caribe: el de Prío Socarrás y el de Juan José Arévalo, pero
el PRD no tenía organización en Guatemala, de manera que cuando había que hacer
alguna gestión en la que se requiriera el apoyo del gobierno de ese país tenía
que ir yo a solicitar la ayuda del presidente Arévalo.
Mientras
tanto, en Venezuela la situación política se complicaba y el resultado de las
complicaciones era cambios en el gobierno, pero sin salir del poderío militar,
y la salida del país de dirigentes de Acción Democrática era frecuente. En los
primeros tiempos en Cuba estuvieron viviendo Rómulo Gallegos, Andrés Eloy Blanco,
Luis Beltrán Prieto y varios más de menos categoría que ellos, y por fin pasó a
establecerse en La Habana Rómulo Betancourt con su familia que consistía en su
esposa, Carmen Valverde, con quien había contraído matrimonio en Costa Rica en
los años de la dictadura de Juan Vicente Gómez, y su hija Virginia.
Acción
Democrática y el Partido Revolucionario Dominicano eran aliados naturales y
también lo serían el PRD y Liberación Nacional, nombre que se le dio al que
fundaría Figueres, a pesar de que en Costa Rica apenas vivían tres o cuatro
dominicanos, de los cuales era perredeísta solo uno, Amado Soler Fernández, que
sería asesinado en Nicaragua por la Guardia Nacional. También era el PRD aliado
del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), pero nunca le pedí a Prío
Socarrás ayuda económica para el Partido; sin embargo, le pedí una de
250 mil
dólares para Acción Democrática, y cuando llegó la hora de recibir ese dinero
le pedí a Figueres que fuera conmigo a recibirlo y a entregárselo a Rómulo
Betancourt. Muchos años después Figueres recordaba ese episodio de la historia
política del Caribe diciendo, en presencia de un alto funcionario del gobierno
dominicano: “El recibo de ese dinero, firmado por Juan y por mí, debe aparecer
algún día en los archivos del Ministerio de Educación de Cuba”.
El peor de
los golpes que iba a recibir el Partido Revolucionario Dominicano fue el
derrocamiento del gobierno cubano que presidía Carlos Prío Socarrás, un
acontecimiento fatal para los luchadores anti trujillistas que residían en
Cuba, el país donde se hallaba la dirección de todas las seccionales del
Partido. A partir de ese momento —10 de marzo de 1952— los miembros de esa
seccional tendrían que limitar sus actividades a declaraciones escritas o
verbales y a la publicación en periódicos y revistas de artículos en los que se
denunciaran algunos de los crímenes de Trujillo, pues a ninguno de los que
combatíamos desde Cuba a la dictadura trujillista se le podía ocurrir la idea
de que con el retorno al poder de Fulgencio Batista se presentaría la
posibilidad de organizar un nuevo Cayo Confites o algo parecido, mientras que
yo tenía la promesa, conservada en estricto secreto, de que en los meses que
transcurrieran entre las elecciones en que debía quedar elegido el sucesor de
Prío Socarrás y el 10 de octubre de 1954, fecha de toma de posesión del nuevo
presidente, el Partido Revolucionario Dominicano recibiría toda la ayuda que
necesitara para llegar armado a los dominios de Trujillo con la única condición
de que la salida no fuera de un puerto o de un aeropuerto cubano, pero tanto
Prío como Rómulo Betancourt confiaban en que antes de 1954 sería
derrocada la dictadura de Pérez Jiménez —y por estar seguro de eso Prío
Socarrás aportó a los fondos de Acción Democrática los 250 mil dólares que le
entregamos a Betancourt Figueres y yo—, lo que a su vez nos autorizaba a pensar
que en los meses de agosto, septiembre y octubre el PRD estaría combatiendo en
la República Dominicana porque saldríamos, debidamente armados por el gobierno
cubano, de algún punto de Venezuela.
Al producirse
el golpe de Batista, Prío Socarrás se asiló en la Embajada de México y pocos
días después decidió irse a México, y yo fui al aeropuerto a despedirlo. Lo
hice sabiendo el riesgo que corría porque yo no era cubano y podía ser acusado
de agente subversivo del presidente depuesto que había ido al aeropuerto a
recibir órdenes suyas, pero yo no podía pasar a los ojos de los cubanos que
conocían mis nexos con Prío Socarrás como un oportunista y aventurero que en la
hora negra de Prío le daba la espalda. Algún tiempo después —tal vez dos o tres
meses— Prío me envió con Sergio Pérez,
cubano con quien yo mantenía una estrecha amistad de muchos años, el mensaje de
que me fuera a México, llevándome la familia, para trabajar allí y en Estados
Unidos, adonde pensaba trasladarse, en condición de secretario suyo, propuesta
que me negué a aceptar. Mis relaciones con Prío Socarrás, mientras estábamos él
y yo en Cuba, se explicaban por lo que él podía aportar en la lucha del Partido
Revolucionario Dominicano contra Trujillo, ¿pero qué podía hacer él en favor de
la causa anti trujillista desde México, donde era un exiliado, o desde Estados
Unidos, si decidía irse a vivir a ese país? Además, yo no tenía las condiciones
que debe tener un secretario.
Después del
golpe de Batista los trabajos de la seccional de La Habana, esto es, de la
dirección del PRD, se paralizaron a tal punto que los que la formábamos nos
reuníamos ocasionalmente, cuando llegaba algún miembro del Partido que iba a la
capital cubana de Guantánamo o Santiago de Cuba, lo que sucedió muy pocas
veces, y de pronto, en la mañana del domingo 26 de julio de 1953 llegó hasta el
lugar donde estaba viviendo (Santa María del Rosario, cerca de La Habana) la
noticia del asalto al cuartel Moncada, ejecutado 14 ó 16 horas antes.
(Próxima entrega: Mí salida de Costa
Rica, luego de la Paz a Santiago de Chile)
No hay comentarios:
Publicar un comentario