Para que la historia
tenga credibilidad, se tensa la gobernabilidad democrática y se juega en el
filo de la conspiración y el golpismo. El objetivo, colmar la paciencia del
gobierno y obligar a las autoridades a tomar medidas represivas. En este plan
hay quienes asumen el papel de mártires que serán paseados por el mundo como
víctimas de la dictadura bolivariana. Son dirigentes que llaman a la sedición,
a romper la legalidad vigente y a conspirar contra el Estado. El fin,
deslegitimar al gobierno bajo la acusación de situarse fuera de la ley y la
Constitución. Los mismos opositores que la tildaron de totalitaria, excéntrica
y ajena a la tradición constitucionalista, se trasforman en sus guardianes.
Así escribía en 2015 el
politólogo Marcos Roberto Roitman Rosenmann es un académico, sociólogo,
analista político y ensayista chileno-español nacido en Santiago de Chile, en
1955. Desde 1974, exiliado durante la dictadura del general Augusto Pinochet,
reside en España. Doctor en Ciencias Políticas. Cubadebate publicó este
análisis el 28 de junio de 2015.
Cómo hacer que
Venezuela parezca una dictadura
Por: Marcos Roitman
Rosenmann
28 junio 2015 | 7
Hoy en día las formas
para derrocar gobiernos constitucionales y democráticos es transformarlos en
dictaduras. En la república bolivariana de Venezuela el itinerario ha sido transparente.
Primero se busca descalificar el proyecto globalmente, adjetivándolo de
populista, negando el valor jurídico del proceso constituyente y rechazando la
Constitución. Se infravaloran las nuevas instituciones, a los procesos
electorales se les considera un fraude, se deslegitima a los representantes
electos y se levanta un relato en el cual los partidos opositores y los medios
de comunicación son perseguidos por hordas marxistas totalitarias.
Para que la historia
tenga credibilidad, se tensa la gobernabilidad democrática y se juega en el
filo de la conspiración y el golpismo. El objetivo, colmar la paciencia del
gobierno y obligar a las autoridades a tomar medidas represivas. En este plan
hay quienes asumen el papel de mártires que serán paseados por el mundo como
víctimas de la dictadura bolivariana. Son dirigentes que llaman a la sedición,
a romper la legalidad vigente y a conspirar contra el Estado. El fin,
deslegitimar al gobierno bajo la acusación de situarse fuera de la ley y la
Constitución. Los mismos opositores que la tildaron de totalitaria, excéntrica
y ajena a la tradición constitucionalista, se trasforman en sus guardianes. Y
desde sus cargos de representantes electos democráticamente hacen un llamado a
la desobediencia civil, a tomar las calles, a ejercer la violencia. Leopoldo
López, encarcelado por sedición, ha sido trasformado en preso político por sus
acólitos. Ya tienen su ícono. La siguiente escala, subrayar que el país está en
manos de un gobierno corrupto e ilegítimo. Democracia versus dictadura. Ellos
se autodenominan demócratas y descalifican a la ciudadanía que no comparte su
criterio. Para completar el cuadro de ser Venezuela y su gobierno un régimen
dictatorial, falta acoplar el frente exterior, promoviendo sanciones internacionales
y declaraciones tendentes a demostrar que con Hugo Chávez y ahora con Nicolás
Maduro se vive una cruenta dictadura donde los derechos humanos no son
respetados.
Curiosamente, quienes
hacen estas declaraciones pueden transitar libremente, conceder entrevistas,
recibir apoyos económicos, convocar a mítines, conferencias y ser aclamados en
cualquier espacio público sin sufrir represión alguna. Al contrario, cuentan
con protección gubernamental para que se expresen libremente ¿Qué dictadura
permitiría tal acción?
El juego se traslada de
escenario. Ya no se trata de provocar la actuación de las fuerzas armadas, más
bien dividirlas, romper su disciplina y compromiso con la revolución
bolivariana. Igualmente, definir el régimen como una dictadura se ajusta al
itinerario, estrategias y argumentos recurrentes propios de la guerra fría,
aunque los tiempos y la realidad no guarden parangón. Tras la II Guerra
Mundial, el anticomunismo y la necesidad de bloquear una revolución socialista
llevaron a las burguesías latinoamericanas a mostrar su lado oscuro. Ningún
proceso de cambio social, cuyo liderazgo no ejercieren, tendría éxito. Lo
abortarían de cualquier manera. Si el conflicto se les escapaba de las manos y
perdían el control político, podían optar por incluir las clases trabajadoras,
concediendo derechos sociales, económicos y políticos, siempre bajo su tutela;
también podían cooptar a los dirigentes políticos y sindicales de los partidos
obreros y populares, frenando las reivindicaciones democráticas a cambio de un
trozo del pastel y una economía saneada en lo personal. Sindicatos corruptos,
vinculados a los partidos dominantes fueron la mejor arma para diluir las
demandas de las clases trabajadoras. También lo fue crear partidos políticos
ad-hoc para legitimar una oposición sumisa y dar la imagen de vivir en una
democracia; por último, practicaron una política represiva consistente en la
exclusión. Las tres vías son reconocibles en las historias políticas de los
países latinoamericanos.
Mientras tanto, Estados
Unidos se trasformaba en gendarme político de la región. Así, propondrá a las
burguesías locales vincular el cambio social a tres conceptos irrenunciables.
Condición sine qua non para disfrutar de las ayudas económicas y ser socios subordinados
del proyecto estadunidense. Seguridad, desarrollo y democracia fueron los ejes
sobre los cuales se levantó la dominación imperial en la región. Su agenda no
tuvo fisuras. Bajo el manto del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca
(TIAR) se planificó la seguridad frente al enemigo exterior e interno y la
subversión. La Organización de Estados Americanos (OEA) sirvió de escaparate
para el nuevo panamericanismo y promover acuerdos económicos de cooperación. La
modernización política consistió en brindar el apoyo a las élites del pacto
anticomunista. Democratacristianos, socialdemócratas, liberales, progresistas y
nueva derecha.
No hubo muchos
argumentos para derrocar gobiernos democráticos y antiimperialistas. Si una
coalición o partido político ganaba unas elecciones libres, poniendo en marcha
la reforma agraria, un plan de nacionalizaciones y fomentando la participación
de las clases populares, caía en desgracia. Las fuerzas armadas, en nombre de
la patria ultrajada, actuaban contra la implantación de ideologías foráneas
disolutivas de la nación, y en defensa de los valores de la cultura occidental,
católica, apostólica y romana. En definitiva se alzaban contra el totalitarismo
marxista. Hoy, para romper la institucionalidad democrática, las burguesías
locales y el imperialismo estadunidense sólo tienen una salida, ante el
descrédito de los golpes de Estado, mejor deslegitimar la democracia,
promoviendo dictaduras blandas. Y en eso andan.
(Tomado de La Jornada)
El 30 de Junio se define como un proyecto democrático y progresista. Tiene por propósito preservar el legado teórico de Juan Bosch, expresado en sus obras de investigación política, sociológica, histórica y cultural como en su praxis política sustentada en los valores éticos, humanistas y patrióticos que por igual sustentaron Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperón y todos aquellos dominicanos que amaron y aman esta patria quisqueyana.
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