Por Domingo Nuñez Polanco
En la tarde de hoy, viernes 23 de junio 2017, estuvimos por
los predios de la que fuera la oprobiosa Cárcel de Nigua en tiempo de Trujillo. Me acompañaron los
distinguidos munícipes de Nigua el talentoso Joaquín Morla y el respetado comunitario y ex regidor del ayuntamiento Municipal Nigua el señor Soriano.
Fuimos allí interesado en ver y salvar el árbol la “Araucaria” sembrada por el ex presidiario de la mal
llamada Cárcel de Nigua Juan Bosch “Una flor por la prisión” 1998. Bosch estuvo
allí en calidad de preso político para principios de la década del 30 (1934). En
la parte final de este trabajo insertaremos un texto donde el propio Bosch nos
narra las vicisitudes vividas en las ergástulas de la prisión de Nigua.
La cárcel de Nigua fue
construida por órdenes del gobierno militar norteamericano durante la ocupación
del territorio nacional por tropas de Estados Unidos (1916-1924). Originalmente
estaba destinada a servir como hospital, con todas las comodidades propias de
un establecimiento de esa naturaleza. Luego comenzó a funcionar como cárcel
para presos comunes y presos políticos, que recibían en ella severos
castigos en su integridad física y mental. Constaba de cinco pabellones
dispuestos en semicírculos presididos por un local en forma circular destinada
a las oficinas y celdas oscuras o solitarias y ubicadas en el centro.
La cárcel de Nigua, en las cercanías de San Cristóbal, a unos
30 kilómetros al sudoeste de Santo Domingo, los presos eran obligados a
realizar trabajos de chapeo y construcción de caminos, aunque se tratara de
intelectuales, abogados, médicos, periodistas o gentes que nunca le habían
puesto la mano a un machete.
Las raciones de comida consistían en agua de chocolate, un
plátano verde y pan duro y viejo, incluso con lama, a menudo con una fetidez
que revolvía el estómago. Los presos estaban obligados a comerla, pues de otro
modo morirían por inanición. Los que enfermaban de paludismo debido a los
mosquitos no recibían tratamiento médico alguno.
La atención médica era nula, de modo que los presos tenían
que curarse las heridas por los métodos más inverosímiles, como por ejemplo
tapándoselas con lodo. Aquellos condenados a tan triste suerte eran dejados
morir, cuando no es que perecían fusilados en un sitio vecino llamado Camunguí,
cerca de una plantación de arroz propiedad de Trujillo, en cuyos predios los
cadáveres eran sepultados sin señal alguna que algún día permitiese
identificarlos. Órdenes para fusilar presos fueron dadas en Nigua por el
general Federico Fiallo y el coronel Joaquín Cocco, asistidos por esbirros de
la talla de José Leger, capitán José Pimentel y un soldado al que solo se le
conocía por el apodo de Pelo Fino, cruel hasta la saciedad.
En alusión a la cárcel de Nigua, el asesinado escritor
español José Almoina dice:
"Es algo que tiene para los dominicanos un perfil
siniestro, que hace estremecer a la gente. Se dijo durante mucho tiempo que era
preferible tener cien niguas en un pie y no un pie en Nigua. La situación de
este campo de concentrados políticos, entre arenales que se torrefactan al sol
implacable del trópico y se humedecen por la acción del mar próximo, es algo
horroroso. En estos inhóspitos médanos los presos estaban obligados a trabajar
de sol a sol y, vejación satánica, a contemplar los fusilamientos de sus
propios compañeros. Por Nigua han desfilado miles de dominicanos y allí han
muerto fusilados, o incapaces de soportar más trabajos, centenares de
ellos"
En los inicios de la década de 1930 en Nigua estuvieron
presos, entre otras personas, Miguingo Rodríguez, Juan Isidro Jiménes Grullón,
su padre José Manuel Jiménes, Juan Bosch, Ramón Vila Piola, Ildefonso Colón,
Eduardo Vicioso, José Selig Hernández, Rigoberto Cerda, Félix Ceballos, Daniel
Ariza, Polín Franco, Felipe Blanco, Ellobín Cruz, Luís Heriberto Valdez, Manuel
Borbón, Pablo Estrella, Andrés García, Juan Isidro Rodríguez, Luís Valdez,
Chichí Patiño, Rafael (Fello) Felipe, Vitaliano Pimentel, Amadeo Barletta, Luís
María Helú, Sergio Manuel Ildefonso (Caporí), Enrique (Quique) Veras, Cholo
Cantizano, doctor Francisco Augusto Lora, el cubano Juan Bautista Davis, José
(Chichí) Montes de Oca, el ex capitán del Ejército Aníbal Vallejo, el árabe José
Najul, Plácido Arturo Piña,.
Cuentan que los carceleros siempre utilizaban garrotes para
golpear y a veces causar la muerte a aquellos presos que se quejaban por el
duro trabajo o se desmayaban en plena faena, debido al agotamiento físico o las
enfermedades.
La disentería y el paludismo eran las más comunes, pero
también la tuberculosis y las enfermedades de la piel por la suciedad
imperante. Los presos tenían que dormir en el piso de cemento, en un estrecho
espacio donde no era posible moverse mucho.
Cuando en 1952 el Gobierno construyó la cárcel La Victoria,
en Santo Domingo Norte, a unos 14.3 kms de Santo Domingo, los presos de Nigua
fueron trasladados al nuevo recinto y la cárcel quedó exclusivamente como
hospital psiquiátrico.
Ahora funciona un
colegio
Hoy, así se ve la otrora Cárcel de Nigua convertida en un centro educativo |
Esta fue una cárcel muy funesta”, expresa Félix Ramón
Batista, médico asistente del leprocomio Nuestra Señora de Las Mercedes,
ubicado a unos 100 metros de la edificación que ahora ocupa el colegio Juan
Zegrí, donde reciben docencia 1,207 estudiantes, desde pre-escolar hasta la
educación media.
La estructura, de lo que la Cárcel de Nigua, fue cedida al
centro educativo que lleva el nombre del fundador de las Hermanas Mercedarias
de la Caridad, el beato Juan Zegrí, y aunque se han levantado nuevas
edificaciones y hecho algunas remodelaciones, se conservan la atalaya y los
cinco pabellones donde recluían a presos y a los enfermos mentales. A las
edificaciones sólo les han cambiado la madera y
el zinc.
En dos de los pabellones, donde ahora estudiantes reciben
cursos técnicos y clases de informática, todavía se conservan en las paredes 42
argollas usadas para atar con grilletes a los presos políticos de la dictadura,
y luego cuando funcionó como Psiquiátrico a los enfermos mentales considerados
peligrosos.
También algunas de las paredes mantienen la pintura gris y
verde de la época en que funcionó, y los gruesos barrotes colocados en las
ventanas. En cada pabellón hay tres cuartos pequeños -dos a la entrada y uno al
fondo- que eran usados como “celdas solitarias” para castigar a los reos y
encerrar a los enfermos mentales, y que ahora el colegio usa como depósitos.
“Hemos tratado de conservar estos elementos porque sabemos el
valor histórico que tienen”, expresa sor Digna Mejía, quien estudió en el
colegio desde 1993 hasta el 2000 y ahora tiene tres años como su directora.
Una escalera angosta de 50 escalones permite llegar al tercer
piso de la atalaya desde donde se podía divisar todo el entorno del penal y el
Psiquiátrico, incluido el pabellón con un campanario donde estuvo recluido el
barítono dominicano Eduardo Brito, en honor a quien luego se bautizó con su
nombre el Teatro Nacional de la capital.
En el leprocomio
Nuestra Señora de las Mercedes existe otra edificación en ruinas donde, según
Batista, alojaban a presos políticos y a “locos furiosos”.
Trujillo construyó en el inmueble otro anexo llamado “Clínica
Psiquiátrica”, donde se atendían a pacientes de familias de elevada posición
económica o que llegaban con una recomendación oficial.
El Psiquiátrico de Nigua se considera un momento oprobioso
cuando se hurga en esa etapa de la atención en salud mental en el país. El
psiquiatra Antonio Zaglul, quien fue director del centro de 1950 a 1959, en su
obra “Mis 500 locos”, escrita para reseñar su experiencia allí lo describe de
la siguiente manera en la página 27: “Yo estaba en un ambiente primitivo... Una
hipertrofia de poder, una macana en la cintura y un desprecio absoluto por el
enfermo mental, esa era, en síntesis, la situación, y había que superarla o
irse a la buena de Dios”.
La indiferencia oficial hacia los pacientes recluidos allí
era tal que el psiquiatra narra en su obra que la Secretaría de Salud Pública
intervino por una epidemia de tifoidea en el centro, solo después de que
murieran cerca de 30 enfermos mentales, y pese a que cada día hacía antesala en
el despacho del secretario, desde que se detectaron los primeros casos, para
procurar la asistencia a los pacientes.
A los enfermos mentales incluso les aplicaban “electroshock”
como castigo y también les inyectaban trementina en los muslos para calmarlos,
lo que motivó el título del libro “Trementina, Clerén y Bongó”, escrito por el
periodista Julio González Herrera, quien era ingresado con regularidad en el
Psiquiátrico por las crisis que sufría debido a su adicción al alcohol y en
otra ocasión estuvo un tiempo prolongado porque insultó públicamente al padre
de Trujillo.
El Psiquiátrico de Nigua colindaba con “La Hacienda María”,
una hermosa vivienda de dos niveles, próxima al mar Caribe, usado por Trujillo
como centro de recreación, donde tenía tres piscinas, un campo de golf de nueve
hoyos y una playa privada.
Allí, el 18 de noviembre de 1961, el hijo del tirano, Ramfis
Trujillo, ejecutó a seis de los que participaron en el complot para el
ajusticiamiento del sátrapa, el 30 de mayo de 1961.
Batista, el médico residente del leprocomio, recuerda que los
enfermos mentales del Psiquiátrico de Nigua solían penetrar a la propiedad del
dictador a comer frutos, beber leche de
las propias ubres de las vacas y hasta a copular con esos animales.
“Trujillo decidió construir un nuevo hospital psiquiátrico
para satisfacer sus deseos de grandeza, pero también para evitar que los locos
continuaran penetrando a su hacienda”, refiere el facultativo.
Cuando Trujillo inauguró el nuevo y moderno centro ubicado en
el kilómetro 28 de la Autopista Duarte, el 1 de agosto de 1959, se pensó que
las penurias de los enfermos mentales llegarían a su fin y que el trato
inhumano cambiaría. Un boletín de septiembre de ese año emitido por el Gobierno
expresa que el nuevo centro “es un hermoso complejo de edificios levantados
junto a la autopista Duarte, bajo la dependencia directa de la Secretaría de
Salud y Previsión Social que tuvo a su cargo la elaboración del proyecto
correspondiente, siguiendo las normas más modernas en establecimientos de este
tipo”.
Sin embargo, al igual que en Nigua, donde estaban junto a los
leprosos, el Psiquiátrico del 28 fue dividido por el dictador en dos para
alojar en un área a los enfermos mentales y en la otra a pacientes con
tuberculosis, pues era una estrafalaria estructura con 31 pabellones y
capacidad para 1,000 pacientes. El área del tuberculoso la ocupa actualmente el
hospital “Doctor Rodolfo de la Cruz Lora”.
El rápido deterioro de las instalaciones del 28 construido
por Trujillo ha sido objeto de decenas de crónicas y reportajes periodísticos
que reseñan las precarias condiciones de los servicios y el trato inhumano a
los pacientes, lo que poco a poco lo convirtió en un depósito de enfermos.
Volviendo al penal de Nigua, finalmente podemos decir, fue
desde sus inicios un cementerio de hombre vivos, donde los presos tenían que
dormir en el piso de cemento, en un estrecho espacio donde no era posible
moverse. Cuentan algunos, que vivieron esa triste tragedia “Cuando alguien
entraba a Nigua como preso político, la familia se ponía luto, le guardaba los
nueve días y le hacía horas santas, porque se entendía que nadie salía con vida
de allí”.
La Penitenciaría Nacional de Nigua dejó de operar a finales de
la década de 1940 para dar paso al penal
de la Victoria, fundado el 16 de agosto de 1952
en un terreno cenagoso, donde los ríos subterráneos: Yuca y el Dajao se
unen.
En la actualidad,
donde estuvo el siniestro penal de Nigua
se encuentra la escuela que lleva por nombre ”Padre Zgrid¨, dirigida por las
Hermanas Mercedarias. En la zona donde estaba el comedor de la cárcel es usado
por el sanatorio de leprosos.
Juan Bosch
Narra sobre su experiencia en una prisión en 1934
Lo relacionaron con una bomba que estalló en el cementerio de
la avenida Independencia pero la acusación no pudo ser comprobada.
Bosch narra: ”A fines de noviembre vine a la capital al
cumpleaños de mi novia, Isabel García Aguiar, y fui a hacerme recortar el pelo
en una barbería que estaba en lo que hoy es la avenida Duarte y allí estuve
hablando con un vecino de esa barbería apellidado Medrano quien me presentó a
un joven llamado Paquito Olivieri.
Estando en la casa de mi novia, en la calle 16 de agosto, al
comenzar la segunda cuadra, partiendo del parque Independencia hacia San
Carlos, se oyó un estampido como de cañonazo y dos o tres días después un
hermano de Isabel me dijo que ese estruendo había sido producido por una bomba
que lanzaron al cementerio de la Capital, que estaba en la avenida
Independencia a pocos metros del parque de ese nombre.
Volví a la Capital el
31 de diciembre con una parte de los ejemplares de Camino Real y el día 3 de
enero se presentó en la casa de mis padres, donde yo vivía (calle Villa
Esmeralda, hoy Dr. Faura, No. 5) un oficial del Ejército conocido con el apodo
de Chino y el apellido Gutiérrez, quien me pidió que lo siguiera y me llevó a
la Fortaleza Ozama, de donde me sacaron diez, tal vez doce días después, y me
condujeron al Juzgado de Instrucción que estaba en la calle de Las Damas
esquina a la calle Mercedes.
Allí fui interrogado
por el juez Miguel Ángel González y devuelto a la Fortaleza Ozama, donde al
cabo de varias semanas de estar con 6 ó 7 presos comunes me rebelé y reclamé a
gritos que se me pusiera en libertad porque yo no había cometido ningún delito. De paso debo decir que en esa celda estuvo
preso conmigo el músico y escritor seibano Julio Gautreaux, que le puso música
a la letra de La Gaviota, unos versitos que yo había compuesto allí mismo
dedicados, aunque no la mencionaba por su nombre, a mi novia Isabel, que
después sería mi esposa y la madre de mis hijos León, el pintor, y Carolina.
Lo que califico de
rebelión ocurrió en los momentos en que se llevaba a cabo en el patio de la
cárcel una revista de presos, y al parecer eso disgustó a las autoridades
militares, las cuales me castigaron con el traslado a una celda de la Torre del
Homenaje desde la cual veía sólo el río Ozama.
La celda se abría por fuera y sólo para llevarme dos comidas al día. Allí no había cama ni mesa ni lavamanos ni
sábana ni almohada. Junto con la comida
me llevaban un jarrito de agua y me las arreglé para lavarme la cara y las
manos con la mitad de un jarrito, y como me llevaban dos jarritos al día, lo
que bebía diariamente era jarrito y medio cada día.
Al cabo de dos semanas
fui sacado de esa celda y llevado al presidio de Nigua, donde padecí un ataque
palúdico que hubiera podido costarme la vida y sin embargo dio origen a mi
libertad, porque al enterarse de mi situación César Herrera consiguió del
general José Pimentel que se le diera al general José García la noticia de mi
enfermedad con el argumento de que era una persona conocida como escritor en el
país y en el extranjero y mi muerte en presidio iba a perjudicar al
gobierno. Unos días después el jefe
militar del penal, un oficial de apodo Liquito y apellido de León, que trataba
a los presos con muy buenos modos, se presentó en la celda donde yo me hallaba
en cama acompañando a un médico militar, el Dr. Quiñónez; éste me hizo un
exámen y al día siguiente fui trasladado a la Fortaleza y llevado a una celda
en la Torre del Homenaje de donde salí una semana después para ser conducido a
la oficina de don Teódulo Pina Chevalier, quien me comunicó que se había
cursado la orden de libertad a favor mío y que por tanto podía ir a mi
casa. En la oficina de Pina Chevalier
estaba mi madre, a quien él le había pedido que fuera a verlo, y de allí salí
yo con ella hacia la casa de mis padres.
De ese final se deduce
que la acusación que se me había hecho, la de pertenecer a un grupo de
terroristas que habían colocado una bomba en el cementerio de la avenida
Independencia, no pudo ser comprobada, y no pudo ser comprobada porque de
haberlo sido otra habría sido mi suerte.
Lo que sin duda sucedió fue que un agente secreto de la dictadura de
Trujillo me acusó de ser miembro del grupo que puso la bomba en el mencionado
cementerio.
Debido a que meses después supe que Medrano y Olivieri fueron
detenidos e interrogados, sospeché que el autor de la denuncia en perjuicio mío
fue el barbero que me recortó el pelo a fines de noviembre de 1933, pero debo
aclarar que no fui confrontado o careado ni con Medrano ni con Olivieri ni fui
interrogado por autoridades militares o policiales ni en ningún momento se me
amenazó de palabra o se me maltrató de hecho, lo que indica que se me hizo
preso porque alguien me acusó de haber puesto o de haber participado en la
colocación de la bomba que estalló en el cementerio de la Capital pero no se
presentaron pruebas de esa acusación. En
suma, que estuve preso porque se tenían sospechas de mí, y esas sospechas sólo
podían justificarse si alguien me presentó ante las autoridades como autor de
la explosión de la susodicha bomba”
Juan Bosch
29 de agosto de 1986
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